Cine y series

Si no hubiera visto el sol

Chi-Feng Chien

2025



Por -

El silencio inicial de 'Si no hubiera visto el sol' tiene algo de confesión. No una confesión religiosa ni sentimental, sino la clase de silencio que precede a un relato donde la memoria se convierte en un territorio incómodo. Chiang Chi-cheng y Chien Chi-feng, sus directores, plantean la historia como una excavación en la mente de un hombre que se entrega tras reconocer una cadena de asesinatos. El marco narrativo es una entrevista conducida por una joven documentalista que se acerca a él buscando entender los motivos que lo llevaron a convertirse en asesino. Esa estructura, entre el registro periodístico y la investigación emocional, sostiene una serie que prefiere observar con calma antes que resolver con rapidez. Cada plano, cada objeto en pantalla, parece cargado con la intención de revelar cómo las decisiones se van acumulando hasta construir un destino que pesa más que la propia libertad. En ese mundo sin estridencias, donde la luz entra con pereza, el relato se abre paso como un estudio sobre la culpa y los vínculos que persisten incluso cuando todo se ha roto.

El protagonista, Li Jen-yao, interpretado por Tseng Jing-hua, crece en un entorno donde la violencia se aprende antes que las palabras. La serie lo muestra desde su adolescencia: un joven aislado, víctima de un entorno familiar fracturado y de una sociedad que observa sin intervenir. La amistad con Chiang Hsiao-tung, una bailarina que representa el único espacio de ternura en su vida, actúa como punto de inflexión y como recordatorio de que incluso dentro del caos existe el deseo de ser visto. Esa relación es el eje que explica tanto su pasado como el presente que intenta reconstruir durante las entrevistas. La serie no recurre a la justificación, sino a la observación minuciosa de los entornos que generan monstruos sin proponérselo. Lo que se plantea es una reflexión sobre la indiferencia colectiva y la manera en que una comunidad puede producir su propia tragedia sin advertirlo. La cámara, casi siempre cercana a los rostros, registra los temblores del miedo y la vergüenza con la precisión de un microscopio.

Chou Pin-yu, interpretada por Chiang Chi, no actúa solo como entrevistadora, sino como contrapunto ético. Su intento de comprender al criminal deriva en una exposición progresiva de su propia vulnerabilidad. El documental que filma deja de ser un proyecto profesional y se transforma en un proceso de reconocimiento personal. La serie utiliza este cruce de caminos para analizar cómo la búsqueda de la verdad afecta a quien la persigue. Los sueños que la atormentan y las apariciones fantasmales que la acompañan funcionan como un lenguaje paralelo, donde lo sobrenatural no responde a lo inexplicable, sino a lo reprimido. Esa dimensión es la más lograda del relato, porque convierte el misterio en una prolongación del trauma y no en un mero recurso de suspense. Cada imagen onírica traduce el peso de las ausencias y los recuerdos que la protagonista empieza a asumir como propios, hasta confundirse con las sombras del pasado que investiga.

El relato alterna entre el presente del encierro y el pasado de los flashbacks, un montaje que mantiene viva la tensión entre lo que se dice y lo que se calla. A través de este juego de tiempos, los directores muestran cómo el paso de los años no modifica el origen de la violencia, solo la disfraza. El instituto, la familia y el amor adolescente se convierten en escenarios de un malestar que no encuentra salida. En esos espacios domésticos se concentran los verdaderos temas de la serie: la humillación, la impotencia y la necesidad de reconocimiento. Las escenas más duras no son las de los crímenes, sino las que muestran cómo se aprende el desprecio y cómo se perpetúa la agresión. La dirección evita la espectacularidad para centrarse en el deterioro silencioso de los personajes, y ahí reside parte de su fuerza: en mostrar sin subrayar, en dejar que los rostros expliquen lo que las palabras apenas rozan.

La historia de amor entre Li Jen-yao y Hsiao-tung no funciona como un respiro, sino como una herida más. Su vínculo se desarrolla con la sensación de estar siempre al borde del derrumbe, conscientes de que cada acercamiento los conduce hacia un final que ambos perciben, aunque se empeñen en ignorarlo. La serie plantea ese amor como un reflejo del deseo de escapar de una vida que ya parece escrita. A través de ellos se articula una lectura política que trasciende el argumento: la de una sociedad que castiga la sensibilidad y premia la dureza. La violencia, en este contexto, deja de ser una anomalía y se convierte en un síntoma. El uso del color, los espacios reducidos y la repetición de los mismos escenarios refuerzan la idea de encierro físico y moral. Todo en la serie respira esa imposibilidad de redención, como si cada personaje se moviera dentro de un laberinto diseñado para evitar cualquier salida.

La dirección se mueve con una contención que recuerda a los autores que trabajan desde la distancia emocional para capturar la verdad de sus personajes. Chiang Chi-cheng y Chien Chi-feng no subrayan los momentos clave ni fuerzan los giros dramáticos, sino que dejan que la historia respire a través de sus pausas. Esta manera de narrar permite que el espectador perciba la serie más como un retrato que como un thriller psicológico. La música, apenas perceptible, acompaña sin imponerse; los silencios se prolongan hasta que el aire parece volverse pesado. En ese tempo se construye una atmósfera de soledad colectiva, donde incluso los personajes secundarios —la familia del asesino, los compañeros de la periodista, los antiguos amigos de instituto— reflejan distintas formas de abandono. 'Si no hubiera visto el sol' retrata un mundo donde todos arrastran su propio encierro, aunque ninguno se atreva a reconocerlo.

El último tramo de la serie refuerza la idea de que la memoria es un espacio que se revisita más que se supera. La entrevista final entre Pin-yu y Jen-yao deja claro que ambos han atravesado el mismo túnel de oscuridad desde lugares distintos. Lo que empezó como una búsqueda periodística termina siendo una conversación entre dos seres que se reconocen en la pérdida. La cámara los encuadra sin separación física, casi fusionados por la luz tenue del locutorio, y el espectador entiende que la historia no trata sobre la maldad, sino sobre el peso del pasado que nadie logra borrar. Con esta primera parte, la serie establece un terreno emocional que invita a pensar en la continuidad como un examen moral: qué queda después de mirar de frente lo que se intentó olvidar. Esa sensación de suspensión final no busca provocar incertidumbre, sino señalar que la comprensión, a veces, se alcanza sin necesidad de cierre.

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