Cine y series

Salomé

André Antonio

2024



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Recife aparece en ‘Salomé’ como un escenario suspendido entre lo sagrado y lo callejero, un territorio donde el calor, la música y la fe se confunden hasta volverse una sola materia. André Antônio sitúa su historia en esa frontera y deja que la ciudad respire al mismo ritmo que los personajes. La protagonista, Cecília, regresa a su hogar después de haber triunfado en São Paulo como modelo y descubre que el éxito que la rodea se ha construido sobre la soledad. Su vuelta no es una simple visita: funciona como una caída hacia un pasado lleno de heridas familiares y rituales clandestinos que la arrastran a un grupo que mezcla religión, deseo y adicción. El director no recrea el mito bíblico de manera literal, sino que lo transforma en un espejo del presente. A través de una estética que combina el artificio de la moda con la mística del éxtasis, convierte el relato de ‘Salomé’ en una reflexión sobre el cuerpo como escenario de poder y resistencia.

La relación entre Cecília y João sostiene la parte más humana de la película. Ambos representan dos formas de entender la fe y el placer. João pertenece a una comunidad que promete trascendencia mediante un líquido verde, un brebaje que parece unir el veneno y la salvación. Esa sustancia divide la película en dos mitades: la primera, dominada por la realidad y la nostalgia; la segunda, entregada al delirio y la visión. Cada plano busca esa sensación de frontera, donde la vigilia se confunde con el sueño y la música electrónica sustituye al silencio religioso. André Antônio filma con una calma que contrasta con el caos de las luces. Las conversaciones tienen un tono casi ritual y la cámara se mueve con una paciencia que evita el dramatismo. Esa contención revela un estilo que confía en la mirada, no en el discurso. El director parece más interesado en el movimiento de la piel que en el argumento, más en la atmósfera que en la intriga.

La película construye su fuerza en la mezcla entre erotismo, fe y poder. Cada escena gira alrededor de esa tensión. Los personajes viven dentro de un sistema donde el placer se convierte en mercancía y la religión en espectáculo. Cecília se ve empujada a participar en un culto que promete liberación pero reproduce las mismas jerarquías que la asfixiaban en la moda. André Antônio utiliza el mito de ‘Salomé’ para hablar de la explotación del cuerpo, del deseo convertido en herramienta de control. El tono político no se expresa a través de discursos, sino mediante la imagen: cuerpos que bailan hasta el agotamiento, rezos que suenan como canciones de club, altares iluminados por pantallas de móvil. Cada plano contiene una crítica al modo en que el capitalismo transforma la devoción y el sexo en productos de consumo. La trama no busca conmover, sino mostrar cómo el amor, la fe y el deseo terminan atrapados en los mismos engranajes.

Cecília encarna el desplazamiento constante entre la imagen y la identidad. Su regreso a Recife es una excusa para enfrentarse a todo lo que dejó atrás: una madre religiosa, una comunidad dividida y una juventud que la ciudad parece haberle robado. El viaje de la protagonista no sigue un arco convencional, sino un proceso de desprendimiento. André Antônio evita los grandes giros dramáticos y se concentra en la transformación interna que produce el reencuentro con la culpa y el deseo. La madre, interpretada por Renata Carvalho, simboliza la parte más terrenal del relato. En sus gestos se condensa la historia de una mujer que ha aprendido a sobrevivir entre la fe y la necesidad. Las conversaciones entre ambas funcionan como un espejo donde se enfrentan dos visiones del mundo: la tradición que busca refugio en Dios y la modernidad que intenta encontrarlo en el placer. Ninguna vence, ambas se sostienen como polos de una misma desesperación.

La puesta en escena refuerza esta tensión. André Antônio filma Recife con una mirada casi pictórica, utilizando luces artificiales que envuelven los cuerpos y los convierten en esculturas vivas. Los espacios domésticos se alternan con paisajes urbanos en los que el asfalto parece brillar como oro líquido. La cámara se desliza entre los personajes sin jerarquías, otorgando el mismo peso a una mirada, a un movimiento o a una textura. El resultado es un lenguaje visual que recuerda a las exploraciones sensoriales de Albert Serra o a los sueños saturados de Bertrand Mandico, aunque el director brasileño introduce una calidez que evita la distancia. Todo parece respirado desde dentro, sin ironía, con una atención sincera hacia las figuras que retrata. La dirección no impone un significado cerrado, sino que deja que la película respire al ritmo de sus protagonistas, como si ellos mismos generaran la luz que los ilumina.

La secuencia en la que Cecília consume el líquido verde marca uno de los momentos más potentes del film. La protagonista entra en un estado de trance en el que las figuras humanas se funden con la música. João aparece rodeado de cuerpos que se mueven con lentitud, casi en silencio, mientras la cámara los observa girar como en una danza sagrada. El erotismo y la violencia se mezclan en una misma imagen. André Antônio filma ese instante con una calma que lo vuelve inquietante. En lugar de mostrar la locura, la insinúa en el ritmo de la respiración y en la textura de la piel. Lo que podría ser una orgía se transforma en una misa profana, un momento de comunión en el que la carne se convierte en instrumento de revelación. Esa escena concentra la idea central del film: el deseo como fuerza que une y destruye, que salva y devora.

El desenlace lleva esa lógica hasta sus últimas consecuencias. Cecília se transforma en la nueva Salomé y su cuerpo se convierte en símbolo del sacrificio. La ceremonia final, filmada con una luz blanca casi cegadora, une la sensualidad con la violencia. André Antônio elige un tono sereno para mostrar el clímax, evitando el impacto fácil. En esa decisión radica parte de la fuerza del film: todo ocurre con la naturalidad de un destino que se cumple sin gritos. El director plantea una lectura del amor y la fe como formas de entrega que siempre acaban produciendo heridas. João, en su afán por trascender, termina absorbido por la liturgia que pretendía dominar. Cecília, en cambio, alcanza una lucidez amarga, comprendiendo que la libertad sin límites también se convierte en prisión. La cámara registra ese momento con un respeto casi documental, dejando que el silencio y la respiración sean la única narración posible.

‘Salomé’ se construye con un ritmo pausado que exige atención. André Antônio apuesta por una narrativa basada en sensaciones más que en acontecimientos. La música electrónica funciona como guía emocional, marcando el pulso de una historia que avanza entre la calma y la euforia. Los actores se mueven con naturalidad, sin forzar emociones. Esa elección convierte la película en un viaje más contemplativo que dramático. Los rostros de Cecília y João expresan una mezcla de deseo y agotamiento que define la generación a la que pertenecen: jóvenes atrapados entre el exceso y la búsqueda de sentido. En ese retrato hay una crítica a la superficialidad del presente, pero también una comprensión del vacío que produce la vida urbana. Recife, con su belleza y su caos, actúa como un personaje más, testigo silencioso de una juventud que intenta creer en algo que ya no sabe nombrar.

La mirada de André Antônio construye un puente entre el mito y el presente. En ‘Salomé’, la figura bíblica deja de ser un símbolo del pecado para transformarse en representación del cuerpo contemporáneo, sometido a la mirada, al deseo y al consumo. La película propone pensar el placer como forma de conocimiento y el sacrificio como último acto de libertad. Cada plano se convierte en una pequeña ceremonia que explora la relación entre el cuerpo y el poder. Esa visión convierte el film en una reflexión sobre la espiritualidad moderna, sobre cómo el deseo sigue siendo el único espacio donde el ser humano se enfrenta a su propia fragilidad. Lo que permanece tras la proyección es la sensación de haber asistido a una liturgia urbana que utiliza la música, la piel y la luz como lenguaje común de una generación que busca sentido entre los escombros del placer.

'Salomé' fue proyectada en la primera jornada del Queercinemad 2025

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.