Cine y series

Ruido

Ingride Santos

2025



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En medio de los pasillos grises del extrarradio barcelonés, donde el sonido de un tren se mezcla con los ecos de un altavoz improvisado, 'Ruido' construye una historia que respira verdad sin disfrazarla. Ingride Santos, que ya había tanteado el universo de la música urbana en su corto 'Beef', decide ahora poner el foco en una generación que vive entre las calles y las pantallas, entre los duelos personales y las batallas de freestyle. Su forma de dirigir evita los gestos grandilocuentes y se inclina por la observación cercana, confiando en el pulso de los cuerpos, las voces y los silencios. La película, una coproducción de Filmin, no se limita a mostrar un entorno; lo disecciona a través de la mirada de quienes lo habitan, transformando el ruido cotidiano en ritmo narrativo. Santos no propone un discurso sobre el rap, sino una inmersión en la vida que lo alimenta: la precariedad, la identidad y la necesidad de encontrar una forma propia de decir.

La historia se centra en Lati, una joven de ascendencia maliense que carga con el peso de la pérdida de su padre y con la incomodidad de no sentirse parte del mundo que la rodea. Su madre, aferrada a los valores tradicionales, interpreta la música como amenaza, y esa distancia convierte el hogar en una frontera. En ese espacio de tensión aparece Judy, una rapera que renunció a su carrera y que encuentra en la enseñanza una forma de mantenerse cerca de la música. El vínculo entre ambas se convierte en el eje emocional del relato, una relación que combina aprendizaje, resistencia y redención. Santos elige un camino sin artificio: deja que las batallas, los ensayos y los trayectos por la ciudad revelen lo que no se dice. Barcelona se transforma en un personaje más, una ciudad partida entre la vitalidad de sus plazas y la dureza de sus muros. Cada esquina que la cámara recorre está cargada de historia, y esa historia habla del racismo, del clasismo y de las dificultades de quienes intentan construir una identidad entre dos mundos.

La directora utiliza el freestyle como metáfora de la supervivencia. En las batallas, los versos se convierten en golpes y en defensa; son armas y también refugio. Lati entra en ese universo dominado por hombres con una mezcla de miedo y determinación, y lo que encuentra allí no es una competición vacía, sino una comunidad donde cada palabra puede reescribir su destino. En esas secuencias, Santos logra un ritmo que se mueve entre la tensión y la liberación. La improvisación se filma como una coreografía de energía contenida, y cada enfrentamiento verbal se convierte en una forma de ganar espacio dentro de un sistema que margina por género, color y clase. Lo valioso de la película está en cómo logra que esa lucha no se reduzca a una consigna: detrás de cada rima hay una biografía, un barrio y una familia. El guion, firmado junto a Lluís Segura, articula con solidez el retrato de una joven que busca entender qué significa pertenecer cuando los demás te niegan un lugar.

A nivel visual, la película adopta un tono realista sin caer en la frialdad. La fotografía de Néstor Calvo resalta los contrastes de una ciudad que vibra entre la penumbra del metro y la luz de los escenarios callejeros. La cámara se mantiene cerca de los rostros, captando el esfuerzo, el cansancio y la euforia de cada momento. En esa proximidad se percibe la intención de la directora de capturar una verdad social, sin romantizarla. La música, compuesta por Raül Refree, acompaña con un pulso seco, reforzando la tensión de cada enfrentamiento y el eco de los silencios posteriores. Santos se sirve de ese lenguaje sonoro para marcar el ritmo de la narración, donde los momentos de calma conviven con la intensidad de la improvisación. La elección de actrices sin trayectoria previa añade una sensación de frescura que favorece la credibilidad del conjunto. Latifa Drame interpreta a Lati con una naturalidad que desarma y convierte su recorrido en espejo de muchas realidades invisibles.

El tema de la identidad atraviesa todo el relato. 'Ruido' no trata de ofrecer una lección moral, sino de exponer las grietas de un sistema que exige encajar. La protagonista se mueve entre la lealtad a su madre y el deseo de ser escuchada, entre la tradición y la libertad creativa. Esa pugna interior se amplifica en los espacios públicos donde el cuerpo femenino, racializado y joven, sigue siendo cuestionado. La película retrata con claridad cómo las mujeres se apoyan entre sí dentro de un ambiente que tiende a excluirlas. Judy y Lati representan dos etapas distintas de una misma lucha: una intenta mantener viva su pasión después de haber sido apartada, la otra intenta conquistarla sin pedir permiso. En ese encuentro se condensa el sentido político de la obra, que habla de resistencia, de transmisión y de la necesidad de construir referentes. Santos consigue que esa dimensión social esté siempre integrada en la acción, sin discursos que rompan el ritmo narrativo.

El duelo por la figura del padre introduce una lectura moral que da profundidad al relato. La muerte actúa como detonante de una búsqueda que va más allá del escenario musical. La joven se enfrenta a su pasado y a su cultura, a los rituales que la separan del entorno en el que vive, y esa tensión da lugar a una reflexión sobre la identidad migrante y el sentido de pertenencia. Santos muestra sin dramatismos cómo los vínculos familiares pueden ser fuente de conflicto, pero también de impulso. El enfrentamiento con la madre no se presenta como ruptura, sino como un proceso de reconocimiento mutuo. La película se permite explorar el desarraigo sin victimismo, poniendo el foco en la capacidad de adaptación y en la creación de nuevas formas de comunidad. El resultado es un retrato sincero de una generación que se define desde el movimiento, la mezcla y la palabra.

La propuesta formal de Santos destaca por su coherencia. Evita los recursos del cine comercial y se apoya en la naturalidad del lenguaje y los gestos. La narración fluye sin prisas, y esa elección refuerza la sensación de realidad. El montaje, pausado, permite que los personajes respiren, que los espacios se expresen y que cada escena tenga tiempo para desplegar su sentido. La directora no busca seducir al espectador con una estética impostada, sino que apuesta por una mirada honesta. En esa sobriedad radica buena parte de la fuerza de 'Ruido', que encuentra en lo cotidiano su mayor intensidad. El film, en definitiva, actúa como retrato coral de una juventud que utiliza la palabra como escudo y como herramienta de cambio, reflejando una sociedad que se transforma al ritmo de sus versos.

'Ruido' deja la sensación de que el arte puede ser una forma de resistencia y de reconciliación. Lo que empieza como una historia de duelo termina siendo una reflexión sobre la posibilidad de reinventarse sin renunciar a las raíces. Ingride Santos logra articular un relato que habla del presente con claridad y sin impostura, captando la energía de una generación que, a través del rap, encuentra la forma de hacerse visible. La película no busca deslumbrar, pero consigue mantenerse en la memoria por la forma en que une emoción y contexto, palabra y cuerpo, ritmo y silencio. Su mirada sobre los márgenes, sin condescendencia ni dramatismo, la convierte en un documento honesto sobre lo que significa crecer en un entorno donde la voz propia se gana verso a verso.

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