Desde el corazón de Bilbao llega ‘Romi’, una producción española que se adentra en un territorio narrativo poco transitado: el de una detective sorda que combina silencio y observación como principal herramienta de trabajo. La serie, creada por Iker Azkoitia y dirigida por Inés París, nace de un largo proceso de gestación que pasó de un proyecto académico a convertirse en una de las apuestas más visibles de Mediaset para Prime Video. El relato surge atravesado por la intención de ofrecer un retrato televisivo con un rostro nuevo en el centro, encarnado por María Cerezuela, actriz reconocida en cine y teatro que se enfrenta a su primer papel protagonista en una ficción seriada.
La premisa arranca con Romina Goitia, conocida como Romi, que ejerce como detective privada en un entorno urbano dominado por tensiones criminales, contradicciones familiares y un contexto social complejo. Su sordera, derivada de un accidente infantil en el que murió su padre, le permite jugar con una percepción distinta de su entorno. Este punto de partida coloca al espectador en un terreno en el que las formas de comunicación adquieren relevancia dramática. El uso del implante coclear funciona como recurso narrativo, un dispositivo que le da la posibilidad de alternar entre la conexión con el sonido y el aislamiento en el silencio. Esa dualidad marca su carácter y sus decisiones dentro de cada episodio.
El desarrollo episódico combina investigaciones de corte procedimental con un trasfondo familiar que articula la tensión de fondo. La relación de Romi con su madre, Alaia, interpretada por Natalia Millán, constituye una de las líneas centrales. Alaia, jefa de investigación en la Ertzaintza, arrastra la obsesión de esclarecer el accidente en el que murió su marido, y ese empeño afecta directamente a la dinámica con su hija. A esta relación se suma la figura de la abuela, Garbiñe (Elena Irureta), que introduce un contrapunto de calma frente al choque constante entre madre e hija. El triángulo femenino no solo sostiene el armazón familiar, también dota a la serie de un punto de vista intergeneracional sobre la vida en una ciudad marcada por cicatrices del pasado y contradicciones contemporáneas.
El elenco se completa con personajes que enriquecen el ecosistema narrativo. Nere, becaria encarnada por Edurne Azkarate, aporta idealismo y funciona como contrapeso ético frente a la tendencia de Romi a bordear la legalidad. Héctor, interpretado por Unax Ugalde, se mueve en terrenos turbios como experto en crimen organizado y mantiene una relación sentimental oculta con Alaia. Este entramado convierte a la serie en algo más que una sucesión de casos policiales, al introducir capas de conflicto personal y social que se entrecruzan con cada investigación.
María Cerezuela carga con la responsabilidad de sostener el protagonismo. Su interpretación busca evitar dramatizaciones excesivas y se centra en ofrecer un retrato contenido que transmite fortaleza y vulnerabilidad a partes iguales. Su trabajo se complementa con el de un reparto que cumple con eficacia, aunque en algunos episodios carezca de un relieve que expanda la dimensión coral de la serie. La química con Edurne Azkarate abre resquicios de comedia ligera, fruto del contraste entre la impulsividad de Romi y el rigor de Nere, un binomio que introduce frescura en un conjunto marcado por la tensión.
La ambientación resulta determinante. Bilbao no aparece únicamente como escenario, sino como un elemento narrativo que aporta color y textura. Las calles, los edificios y los espacios cotidianos se integran en la historia para dar credibilidad a las tramas. El rodaje en localizaciones naturales refuerza esta elección, ofreciendo un retrato reconocible de la ciudad. Frente a la tendencia del thriller a teñirse de oscuridad, la producción apuesta por una fotografía más luminosa, con paletas cálidas que contrastan con el gris urbano, lo que genera un tono particular dentro del género.
En lo técnico, la serie presenta virtudes y carencias. El diseño sonoro resulta fundamental en un relato protagonizado por una mujer sorda. Existen momentos en los que se intenta trasladar la percepción del silencio tal y como ella lo vive, una apuesta arriesgada que ofrece algunos pasajes logrados. Sin embargo, esa propuesta se alterna con soluciones convencionales que diluyen el impacto. La fotografía cumple con un acabado limpio, sin una firma visual que distinga de manera rotunda al proyecto. El montaje sigue las pautas del thriller televisivo, aunque en ocasiones prolonga escenas innecesarias que lastran el ritmo narrativo.
El guion se debate entre el deseo de innovar y la seguridad de seguir patrones reconocibles. Cada episodio incluye un caso que Romi debe resolver, lo que sitúa la serie en el terreno del procedimental clásico. Al mismo tiempo, introduce un hilo central que atraviesa la temporada y que se vincula con la tragedia familiar. Esa estructura dual funciona como motor, aunque en algunos capítulos se perciba un exceso de contención en la escritura, lo que impide que las situaciones alcancen la intensidad que prometen. La balanza entre drama y thriller queda equilibrada en la superficie, aunque en el fondo se echa en falta una ambición mayor en la construcción de los giros.
Desde un punto de vista temático, ‘Romi’ se inscribe en la corriente actual de ficciones que apuestan por protagonistas con identidades diversas y condiciones poco representadas en pantalla. La inclusión de intérpretes sordos en el reparto y la asesoría de asociaciones vinculadas a la discapacidad auditiva refuerzan esa intención. Se percibe un esfuerzo consciente por representar distintas formas de comunicación y por ofrecer visibilidad a realidades habitualmente apartadas de la ficción televisiva.
La serie llega en un momento en que la ficción española busca afianzar su presencia en plataformas internacionales y lo hace con una propuesta híbrida que mezcla entretenimiento popular y drama familiar. La elección de Prime Video como ventana de estreno refleja la estrategia actual de distribución, en la que la televisión lineal pierde protagonismo frente a las plataformas. El recorrido de la serie dependerá en gran medida de su acogida, pero su planteamiento inicial deja claro el interés por abrir camino en el terreno de la diversidad y por renovar el panorama procedimental con un personaje femenino diferente.
El resultado final oscila entre logros y limitaciones. La protagonista y su universo resultan atractivos, la apuesta por una detective sorda aporta frescura al género y la ambientación bilbaína da identidad a la producción. Al mismo tiempo, la falta de riesgo en la dirección, el desarrollo irregular de algunos capítulos y un diseño sonoro que podría haberse explotado con mayor audacia limitan su alcance. ‘Romi’ se asienta en la intersección entre drama y thriller con un acabado profesional, sin alcanzar cotas de gran innovación pero con el mérito de haber colocado en primer plano una figura que amplía la representación en la ficción española.
