Cine y series

Románticos anónimos

Shô Tsukikawa

2025



Por -

El olor del cacao se convierte en una atmósfera constante dentro de 'Románticos anónimos', dirigida por Shô Tsukikawa y escrita por Yoshikazu Okada junto a Kim Ji-hyun, donde el ritmo pausado se impone sobre cualquier impulso de dramatización. La serie se articula en ocho episodios que emplean la fabricación del chocolate como metáfora de una búsqueda interior, sin artificios ni adornos innecesarios. En ese entorno artesanal, el trabajo manual se funde con el mundo interior de los protagonistas, atrapados entre la obligación de mantener una fachada social y la fragilidad que les atraviesa. Tsukikawa estructura la narración con una cadencia que recuerda a la preparación de un bombón: lenta, precisa y destinada a provocar una reacción íntima. Los silencios, la luz tenue y la disposición de los objetos en los talleres sustituyen cualquier intento de espectáculo, creando una textura de tiempo que permite comprender cómo la vulnerabilidad puede adquirir forma concreta a través de la rutina.

El núcleo argumental sigue la relación entre Sosuke Fujiwara, heredero de una confitería tradicional, y Hana Lee, una repostera que oculta su identidad para protegerse del miedo al contacto social. Ambos encarnan dos modos de resistencia: uno contra el entorno que exige control, otro frente al aislamiento que produce la inseguridad. Cada secuencia se apoya en gestos cotidianos, desde el pulido del mármol hasta la precisión con la que se templa el chocolate, que actúan como extensión de los conflictos personales. La dirección de Tsukikawa evita la exageración y convierte la timidez de los personajes en una forma de lenguaje. La cámara se aproxima a sus cuerpos sin invadirlos, captando las pausas, las respiraciones entrecortadas y la tensión en los dedos. Esa contención revela una mirada que entiende el afecto como un terreno lleno de vacilaciones más que de certezas, y ahí reside su capacidad para retratar el miedo sin dramatizarlo.

Los temas que atraviesan 'Románticos anónimos' giran alrededor del amor como proceso de adaptación y de la ansiedad como reflejo de un entorno competitivo que castiga la fragilidad. La serie introduce la idea de que la vida contemporánea exige una exposición constante, algo que ambos protagonistas intentan evitar. El negocio familiar de Sosuke simboliza la herencia, la continuidad de un linaje que le obliga a mantener una imagen de perfección. En contraste, Hana encuentra en el anonimato una forma de existir sin juicio. Entre ambos surge una relación que avanza con pasos inseguros, y en esa irregularidad se construye el sentido de la historia. El relato no busca un desenlace ideal, sino la constatación de que el afecto puede surgir en espacios donde la palabra se vuelve escasa. Esta idea se refuerza con la aparición de personajes secundarios, como Irene, la terapeuta, cuya función consiste en mostrar que incluso quienes ayudan a otros cargan sus propias inseguridades.

La trama evoluciona sin brusquedades, apoyada en la repetición de acciones y en la lentitud con la que se enfrentan las dificultades cotidianas. Cada episodio introduce un avance casi imperceptible, reflejando la forma en que la confianza se construye a base de costumbre. Shô Tsukikawa juega con la iluminación cálida y los encuadres cerrados para trasladar una sensación de encierro compartido. Esa composición refuerza la idea de que los protagonistas encuentran refugio en lo que elaboran juntos, y que el acto de cocinar se convierte en una práctica de cuidado. Las conversaciones eluden la retórica y se centran en frases breves que dejan entrever la incomodidad de quien teme ser comprendido. Lo que permanece entre líneas es la necesidad de encontrar un ritmo común frente al ruido exterior, un equilibrio que se sostiene en pequeños gestos de cooperación más que en declaraciones afectivas.

El tratamiento de la salud mental en 'Románticos anónimos' adquiere un valor estructural. La ansiedad, la fobia al contacto y la inseguridad son representadas sin adornos ni exageraciones melodramáticas. Los episodios alternan momentos de superación con retrocesos que evidencian la complejidad de cualquier intento de cambio. Tsukikawa plasma ese proceso mediante la repetición de planos similares que, más que insistir en el sufrimiento, muestran la persistencia necesaria para convivir con él. La serie sugiere que las relaciones se sostienen cuando el cuidado sustituye al juicio. En este sentido, la dirección recuerda al estilo de Hirokazu Kore-eda, por su atención al detalle doméstico y por esa calma que precede a cada revelación emocional. Sin embargo, el tono general se mantiene más introspectivo, como si el silencio tuviera un papel narrativo que organiza los afectos.

Las implicaciones morales y sociales aparecen a través del modo en que los personajes enfrentan la presión de la productividad. 'Románticos anónimos' convierte el trabajo artesanal en una forma de resistencia ante un sistema que premia la eficacia y desprecia la vulnerabilidad. El chocolate, al requerir paciencia y precisión, se transforma en un símbolo del tiempo personal frente al ritmo impuesto por el exterior. La serie propone que el vínculo afectivo puede ser un espacio para ensayar otras formas de convivencia, donde la competencia se reemplaza por la colaboración. El relato no busca ejemplificar una lección moral, pero sí insinúa que el bienestar surge cuando las personas aceptan sus límites sin ocultarlos. Esa lectura política se refuerza con el contraste entre la tradición familiar de Le Sauveur y la necesidad de modernizar el negocio, lo que traduce la tensión entre memoria y renovación en el ámbito empresarial y emocional.

Los actores contribuyen a que esa atmósfera funcione como un mecanismo de contención. Shun Oguri dota a Sosuke de un equilibrio entre rigidez y vulnerabilidad que se percibe en la forma de moverse dentro del espacio cerrado del obrador. Han Hyo-joo imprime a Hana una mezcla de pudor y decisión que evita convertirla en una víctima. Sus interpretaciones se entrelazan sin dramatismos, generando una tensión que fluye más por los silencios que por el diálogo. El reparto secundario amplía el espectro emocional: Jin Akanishi aporta ligereza, Yuri Nakamura introduce una perspectiva terapéutica y Ryo Narita encarna el vínculo con el mundo exterior. Tsukikawa maneja estos elementos con precisión, asegurando que cada personaje tenga un propósito definido dentro de la trama, incluso cuando su presencia parece circunstancial.

Desde un punto de vista formal, la serie destaca por su cuidado del color y su sentido del ritmo. La textura visual recuerda a los tonos terrosos del cacao, con predominio de marrones y dorados que refuerzan la sensación de calidez. La fotografía se alía con el sonido: el choque de utensilios, el burbujeo del azúcar, el roce de las manos con los moldes. Todo se construye desde lo táctil, subrayando la importancia del contacto con la materia. Ese énfasis en los detalles sensoriales traduce el universo interno de los personajes en imágenes concretas. Cada plano parece diseñado para transmitir una forma de espera, una pausa entre el miedo y la aceptación. El montaje respeta esos tiempos, evitando la aceleración y preservando la coherencia de la narración.

El desenlace mantiene la coherencia con el tono general. Los protagonistas alcanzan un equilibrio frágil que no pretende idealizar su unión. La historia se cierra con la sensación de que la vida continúa, y que el vínculo construido entre Hana y Sosuke les permite convivir con sus temores sin ocultarlos. La dirección opta por la serenidad antes que por el dramatismo, y ese cierre da sentido a todo lo anterior. 'Románticos anónimos' se presenta así como una obra donde el amor se entiende como una práctica diaria más que como un acontecimiento excepcional. Lo que permanece tras su visionado es una reflexión sobre la convivencia, la paciencia y la delicadeza con la que se pueden abordar los conflictos internos sin convertirlos en espectáculo.

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