Cine y series

Sueños y Pan

Luis (Soto) Muñoz

2023



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En el universo que Luis (Soto) Muñoz crea con ‘Sueños y Pan’, el paisaje urbano de Madrid es un personaje vivo y omnipresente, tan castigado y desolado como los protagonistas que intentan encontrar un respiro dentro de él. Aquí, no hay aspiraciones heroicas ni gestos grandilocuentes; solo la inquietud de dos jóvenes que, entre robos y pequeños engaños, buscan una salida que tal vez ni siquiera desean comprender en su totalidad. ¿Qué significa vivir en un lugar al que se pertenece solo por necesidad, sin más destino que el de sobrevivir? Quizá el cine quinqui, con sus raíces profundas en la realidad de los olvidados, jamás haya dejado de ser necesario.

Es en este contexto donde el cuadro robado emerge no solo como un objeto de valor, sino como símbolo de las aspiraciones que los protagonistas—Dani y Javi—nunca tendrán. No es la historia de una redención a través del arte, sino el retrato de cómo ese arte se convierte en una barrera, un recurso que sus manos no pueden convertir en nada más que una cadena de dificultades. El cuadro robado es un reflejo cruel de un valor inalcanzable para quienes, como ellos, no pueden poseer más que el ansia de una vida digna.

La estructura narrativa de ‘Sueños y Pan’ responde a una esencia casi improvisada, como si el propio cineasta intentara explorar lo efímero de la amistad, la inocencia y la desesperación a través de la cámara. Cada escena resuena con la espontaneidad de los actos de los protagonistas, que vagan sin rumbo fijo, con la misma indeterminación que los espacios periféricos y deshumanizados que habitan. A través de esta cotidianidad, se erige un Madrid que no es la capital monumental, sino el refugio precario de los que, ajenos a las aspiraciones del centro, construyen sus vidas en un terreno baldío de esperanzas.

En su ópera prima, Muñoz recurre a una estética que remite a los clásicos del cine social y quinqui español, pero evitando la sensacionalización. La cámara, con su blanco y negro opaco y melancólico, sitúa al espectador en un Madrid que es tan simbólico como real. Los contrastes y las sombras evocan un espacio en el que los personajes parecen espectros atrapados en una lucha constante contra su propia insignificancia social. La monocromía y los encuadres ofrecen un retrato casi fotográfico de una cotidianidad desgarrada por la pobreza y la desesperanza.

Los protagonistas, Javi y Dani, no aspiran a una vida de lujos ni a escapar de su destino de manera ostentosa. Están atrapados en el ciclo de su propia precariedad, pero lo enfrentan con un cinismo ingenuo que los hace tremendamente humanos. Su relación es la de dos jóvenes que, a pesar de sus diferencias, encuentran en el otro un refugio y un equilibrio que la sociedad les niega. Entre los diálogos entrecortados y las miradas cómplices, se vislumbra la única certeza que tienen: su vínculo, que aunque frágil, representa la posibilidad de resistir en un entorno hostil.

La figura de Sara, la amiga adicta, y su pequeño hijo, Carlitos, añaden una capa emocional compleja al relato. Sara se convierte en un pilar fallido, en un recordatorio de los límites de la amistad cuando se enfrenta a la imposibilidad de cuidar de sí misma y de los que la rodean. El pequeño Carlitos, en su inocencia, personifica una esperanza rota, una futura generación atrapada en las mismas calles y esquinas de las que sus cuidadores intentan huir sin éxito.

Muñoz no busca imponer moralismos ni construir un discurso de superación personal; en cambio, permite que los personajes hablen a través de sus propias contradicciones y actos, en un ejercicio que, sin pretensiones, logra una autenticidad despojada de todo sentimentalismo. La obra no elude las complejidades de la exclusión social, ni romantiza la marginalidad; la presenta con la aspereza de un paisaje que parece nunca permitirles prosperar.

Las limitaciones de recursos, lejos de perjudicar la narrativa, añaden una dimensión cruda y genuina que resalta la determinación del director y su equipo. La falta de grandes medios se convierte en parte del estilo visual de la película, con planos que combinan lo lírico y lo improvisado, en una estética de guerrilla que encaja con la temática de la misma. Este cine de guerrilla, rodado entre dificultades y sin apoyo de grandes estudios, refleja con precisión las vidas precarias de sus personajes.

Más allá de la trama, ‘Sueños y Pan’ encierra una meditación sobre una generación que se siente permanentemente excluida y sin perspectiva de cambio. La trama no ofrece ningún escape mágico ni respuestas fáciles; al contrario, recalca la brutalidad de una realidad en la que cada paso hacia adelante parece llevarlos dos hacia atrás. La cinta nos enfrenta al desafío de comprender a una juventud que, entre sueños y amarguras, intenta conservar su dignidad en medio de una sociedad que no ofrece promesas de redención.

Muñoz logra hacer de su primer largometraje una observación íntima, sin adornos, de una juventud condenada a habitar en las sombras de una ciudad que, paradójicamente, nunca se muestra hostil, pero que tampoco los acoge. El título ‘Sueños y Pan’ refleja, con ironía, la lucha por sobrevivir en un contexto donde los sueños son apenas una prolongación de una realidad cruel y el pan un símbolo de la necesidad de subsistencia básica.

‘Sueños y Pan’ se convierte, así, en un ejemplo de cómo, en medio de la escasez, el cine puede capturar la vulnerabilidad y la crudeza de la vida en los márgenes. Sin concesiones ni idealizaciones, Muñoz ofrece una mirada cautivadora sobre una juventud abandonada a su suerte, pero también sobre una humanidad persistente y testaruda, que sigue viva en cada rincón de su ciudad.

'Sueños y Pan' ha sido proyectada en la más reciente edición de Rizoma Festival.

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