‘Bravo, Burkina!’ de Walé Oyéjidé no busca convencernos ni señalarnos una única interpretación. Nos coloca, con paso lento, en la travesía de Aimé, un joven que se mueve entre su hogar en Burkina Faso y una vida nueva en Italia. Pero ¿qué es realmente “hogar” para aquellos que, al partir, dejan fragmentos de sí mismos detrás? En esta narrativa visual, la migración no es solo geográfica, sino interna, marcada por la tensión de querer estar en dos lugares a la vez y la sensación de perderse a uno mismo en el camino.
¿Qué sucede cuando uno se enfrenta a la promesa de una vida mejor, pero descubre que el viaje mismo transforma su identidad? La migración aquí es representada no como un cambio físico, sino como un proceso de reconversión, un tránsito casi ritual que obliga al protagonista a confrontar no solo el presente, sino también el peso del pasado y de los orígenes que nunca terminan de abandonarlo. Esta es una historia que, más que narrar, invita a sentir y reflexionar.
Aimé, interpretado en diferentes momentos por varios actores, se desliza de un escenario rural africano hacia las calles empedradas de un pueblo italiano. Esta transición, marcada por la apariencia física y emocional de Aimé, es el núcleo de la película: la contraposición entre las culturas y la constante búsqueda de estabilidad emocional, proyectada en escenas visualmente hipnotizantes. Oyéjidé logra capturar una atmósfera etérea en la que el tiempo parece fluir sin obstáculos. La cámara de Jake Saner se mueve como un testigo cercano y vibrante, casi táctil, mientras Aimé descubre su entorno y a sí mismo.
Pero más allá de la belleza estética, ‘Bravo, Burkina!’ adolece de una narrativa lineal y estructurada; parece desear más ser contemplada que comprendida. Es en esta ambigüedad, sin embargo, donde reside parte de su encanto. Oyéjidé nos ofrece una película que, en lugar de guiarnos, nos invita a perdernos en ella. No se molesta en darnos certezas ni en dotar a Aimé de un carácter firme. Él es, en última instancia, un reflejo de la experiencia de muchos migrantes, desdibujados por la necesidad de adaptación y supervivencia en un ambiente que les es ajeno.
Como diseñador de moda, Oyéjidé logra infundir en cada secuencia una vibrante presencia visual. Los atuendos que viste Aimé, provenientes de la marca Ikiré Jones, son mucho más que simples elementos de vestuario; son una declaración de identidad, un símbolo de la conexión que se mantiene con las raíces africanas, incluso en un entorno europeo. Esta combinación de texturas y colores convierte cada escena en una especie de desfile silencioso, en el que la moda sirve de puente entre los mundos que Aimé habita y aquellos que ha dejado atrás.
La presencia de Asma, su interés romántico, es otro eje de la historia. Sin embargo, esta relación se presenta con una sutileza que se presta más a la simbología que a la intimidad. A través de ella, Oyéjidé explora los lazos fugaces y efímeros que los migrantes suelen experimentar en sus nuevos destinos, conexiones significativas pero con fecha de caducidad, que reflejan la volatilidad de una vida en tránsito.
La puesta en escena, marcada por una fotografía que aprovecha la luz natural, sobre todo en lugares emblemáticos de la cultura italiana, construye un relato visual poderoso que compensa las carencias narrativas. En este sentido, ‘Bravo, Burkina!’ es más cercana a una experiencia sensorial que a una historia tradicional. Es en esta cualidad donde se percibe la dualidad de la película: aunque sus intenciones son profundas, se queda en la superficie en varios aspectos.
A través de Aimé, Oyéjidé parece cuestionar el ideal romántico de “la tierra prometida” que muchos migrantes persiguen. La decisión de Aimé de cruzar el río, tras la advertencia de que “ganará todo, pero también perderá todo”, simboliza la paradoja de la migración: se deja atrás una vida, pero se gana otra que quizás nunca será del todo propia. Es en este sentido donde ‘Bravo, Burkina!’ aporta un mensaje relevante en el contexto actual, marcado por la creciente complejidad de la diáspora africana en Europa y las tensiones que de ella derivan.
La película también juega con elementos míticos y oníricos, como la aparición recurrente de una figura chamánica que parece observar y guiar los pasos de Aimé. Este elemento introduce un sentido de irrealidad que recuerda al espectador que esta historia es tan ficticia como universal; un reflejo de la narrativa de muchos migrantes que, aunque reales, parecen habitar un espacio intermedio entre el recuerdo y la expectativa, entre el pasado y el futuro.
‘Bravo, Burkina!’ es un experimento visual que navega entre la realidad y la ensoñación, ofreciendo una representación poética y fragmentada de la migración. Walé Oyéjidé presenta una obra que deslumbra con su estética pero deja que el espectador construya el significado detrás de las imágenes. Si bien la narrativa se siente a veces difusa y sus personajes apenas se perfilan, esta película destaca por su honestidad al reflejar el conflicto entre identidad y pertenencia, recordándonos que el viaje del migrante no siempre tiene un destino claro, pero sí un significado profundo.
'Bravo, Burkina!' ha sido proyectada en la más reciente edición de Rizoma Festival.