Un relato de espionaje empresarial ambientado en Nueva York sirve a David Mackenzie para continuar una filmografía marcada por registros muy distintos. El director escocés, conocido por títulos como ‘Hell or High Water’ o ‘Starred Up’, se adentra en un terreno que mezcla la tensión de los thrillers de los años setenta con mecanismos propios del presente, donde la vigilancia tecnológica impregna cualquier rincón. ‘Relay’ se estrena tras un largo recorrido en festivales y se presenta como una obra que combina la precisión narrativa con un retrato inquietante de las dinámicas de poder entre individuos y corporaciones.
La historia sigue a Ash, interpretado por Riz Ahmed, un intermediario especializado en mediar entre empleados que han sustraído información delicada y las compañías dispuestas a recuperar esos documentos a cualquier precio. Su trabajo se desarrolla en la sombra, apoyado en sistemas de comunicación diseñados para usuarios con discapacidades auditivas, herramientas de mensajería anónima y la burocracia postal. Esta forma de operar lo mantiene invisible, pero también lo condena a una existencia casi espectral, marcada por la distancia con cualquier vínculo personal estable.
La introducción de Sarah, personaje de Lily James, aporta el núcleo del conflicto. Investigadora de una multinacional agrícola, ella conserva pruebas sobre prácticas tóxicas que sus superiores encubren. La persecución a la que se ve sometida la conduce a buscar la ayuda de Ash. A partir de ese momento, la película articula un juego de persecuciones y engaños que enfrenta a un hombre acostumbrado a mantenerse oculto con un grupo de sabuesos corporativos encabezados por Sam Worthington. La premisa se apoya en la sensación de acecho constante, reforzada por la mirada de Mackenzie hacia una ciudad filmada en escenarios reconocibles, evitando dobles de estudio y aportando una textura genuina a cada esquina.
El guion de Justin Piasecki despliega un conjunto de recursos que refuerzan la atmósfera de vigilancia permanente. La elección de un sistema de comunicación obsoleto se convierte en un hallazgo que conecta con los ecos de un cine que explotaba las debilidades de la tecnología analógica. Mackenzie, sin embargo, introduce elementos propios de nuestro tiempo, desde móviles desechables hasta identidades falsas, para subrayar la facilidad con la que un individuo puede quedar atrapado en redes de control. El resultado es un mosaico de maniobras, disfraces y huidas que otorgan ritmo a un relato de intrigas donde lo cotidiano se convierte en terreno de persecución.
La interpretación de Ahmed es uno de los pilares del filme. Su personaje, reservado y meticuloso, transmite un aire de cálculo constante, con gestos mínimos que revelan un estado de alerta permanente. La frialdad de Ash encuentra un contrapunto en Sarah, cuya vulnerabilidad genera momentos de conexión que, en algunos pasajes, bordean lo inverosímil. Mackenzie parece debatirse entre mantener la lógica de un relato de espionaje contenido y la tentación de introducir un vínculo más cercano entre sus protagonistas, una decisión que produce altibajos en el desarrollo.
En el plano visual, la película apuesta por una nitidez que transmite modernidad, aunque en ciertas secuencias resta densidad a la atmósfera. El recital en Broadway, diseñado como clímax de suspense, pierde parte de la tensión al presentarse con una claridad excesiva, alejada de la estilización de referentes como Hitchcock o De Palma. Esta elección revela la intención de Mackenzie de mantener la acción en un terreno realista, aunque el contraste con la deriva final hacia escenas más convencionales de acción genera una disonancia perceptible.
El trasfondo político de ‘Relay’ se encuentra en la reflexión sobre la cultura de la vigilancia y la manera en que las corporaciones ejercen presión sobre quienes intentan exponer sus prácticas. La trama recuerda los efectos de legislaciones aprobadas en contextos de miedo colectivo, en las que la privacidad individual queda relegada. El film muestra cómo la figura de Ash se construye a partir de esa renuncia social a la intimidad, un personaje obligado a camuflarse en un entorno que vigila y persigue sin descanso. Nueva York aparece así no solo como escenario, sino como símbolo de un espacio urbano donde las multitudes facilitan la invisibilidad y, al mismo tiempo, potencian el aislamiento.
La película encuentra sus mejores momentos en los detalles del proceso: los cambios de vestuario del protagonista, la utilización estratégica de oficinas de correos o las secuencias en las que el lenguaje tecnológico se convierte en herramienta narrativa. Sin embargo, cuando el guion fuerza un desenlace con giros que buscan sorprender, se debilita la coherencia de lo planteado al inicio. Esa transición del thriller contenido a la acción rutinaria deja la sensación de un trayecto dividido entre la sutileza inicial y un cierre más estándar.
El conjunto confirma a Mackenzie como un realizador capaz de moverse entre registros distintos, aunque ‘Relay’ refleja tanto sus virtudes como sus contradicciones. En su primera parte, la obra se acerca a un estudio minucioso de personajes atrapados en sistemas de control; en su segunda mitad, se deja arrastrar por la mecánica de un entretenimiento más convencional. El resultado, irregular en su equilibrio, ofrece un retrato de la tensión entre individuo y corporación que mantiene el interés, aunque el desenlace reduzca parte de su impacto.