Cine y series

Puñales por la espalda: De entre los muertos

Rian Johnson

2025



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Un templo puede ser cualquier cosa: una parroquia perdida entre bosques, una comunidad entregada al dogma o una mente que se encierra en sí misma buscando redención. En ese paisaje interior y físico se desarrolla ‘Puñales por la espalda: De entre los muertos’, la nueva propuesta de Rian Johnson. El director convierte un pequeño pueblo del norte del estado de Nueva York en un escenario de mentiras, penitencias y fervor religioso donde el crimen y la fe comparten el mismo altar. La película se mueve entre la intriga y la reflexión, con una puesta en escena sobria, cargada de detalles que retratan una sociedad fatigada por sus propias creencias. Johnson no impone un tono solemne, sino que levanta una historia que respira en cada diálogo y en cada mirada, como si las paredes del templo escucharan los secretos que los fieles prefieren callar.

El relato se abre con la llegada de Jud Duplenticy, un sacerdote joven que carga con una culpa difícil de ocultar. Fue boxeador, y una muerte accidental en el ring lo empujó a buscar en la religión una forma de reparación. Lo envían a Our Lady of Perpetual Grace, una iglesia que se desmorona bajo la autoridad del monseñor Jefferson Wicks, un hombre de sermones furiosos, barba gris y ojos que parecen juzgar incluso a sus aliados. El choque entre ambos marca el inicio de una batalla moral. Jud intenta entender la fe como reconciliación, mientras Wicks la usa como arma para imponer su poder. Todo cambia cuando el monseñor muere durante una ceremonia, asesinado en circunstancias imposibles dentro de un armario cerrado a la vista de todos. Ese suceso transforma la homilía en un juego de sospechas, y cada creyente pasa a ser una pieza dentro de un engranaje criminal.

En la congregación conviven figuras marcadas por la frustración y el deseo de ser perdonadas: un médico que perdió a su familia, una abogada que arrastra el peso de un secreto familiar, una violonchelista que vive confinada por su cuerpo, un escritor que busca inspiración en su decadencia y una mujer mayor que mantiene el templo en pie mientras alimenta un pasado que nadie se atreve a nombrar. Johnson retrata a cada uno con paciencia, sin convertirlos en caricaturas, mostrando cómo el resentimiento y la culpa pueden sostener una comunidad tan frágil como los vitrales del edificio. Cuando Benoit Blanc entra en escena, la historia cambia de tono. Daniel Craig interpreta al detective con un humor seco y una inteligencia que observa sin piedad, un hombre que se mueve entre la ironía y la lucidez de quien ha visto demasiadas formas de engaño. Su relación con Jud es el centro del relato: dos visiones del mundo, una regida por la razón y otra guiada por la necesidad de creer en algo más grande que el propio pensamiento.

La película combina el misterio clásico con un análisis político evidente. Wicks representa el fanatismo que se alimenta del miedo y la desinformación, un líder espiritual que utiliza la fe como refugio para su propio rencor. Su comunidad, sumida en una mezcla de adoración y sumisión, refleja el clima de polarización contemporáneo, donde la creencia sustituye al razonamiento y el discurso religioso se convierte en excusa para justificar el odio. Johnson utiliza el crimen como espejo de esa realidad. Cada pista no solo explica el asesinato, sino que revela la podredumbre moral de una sociedad acostumbrada a disfrazar su violencia bajo la apariencia del fervor. La dirección evita la exageración y confía en la tensión de las palabras, en la incomodidad que provoca el silencio, en la duda que se instala en los personajes cuando descubren que la verdad se parece demasiado a sus peores pensamientos.

Visualmente, el filme mantiene una estética sobria y calculada. Las luces frías atraviesan el incienso y los espacios sagrados parecen cementerios de fe. La cámara se detiene en los rostros con una precisión que convierte cada plano en una confesión. El trabajo de Steve Yedlin otorga una textura casi pictórica a las imágenes, mientras la música de Nathan Johnson marca un ritmo entre lo litúrgico y lo inquietante. La puesta en escena no pretende impresionar, sino acompañar el conflicto de los personajes: una lucha entre el arrepentimiento y la necesidad de justificarse. Johnson demuestra un control absoluto sobre los tiempos, permitiendo que la tensión se acumule hasta que estalla sin estridencias, solo con la contundencia de lo inevitable.

La relación entre Benoit Blanc y Jud Duplenticy sostiene la parte más interesante del relato. Blanc, racional y distante, utiliza la lógica como brújula, mientras Jud intenta comprender el crimen desde la compasión. Ambos representan dos formas de interpretar el mal: una lo estudia, la otra lo sufre. En sus diálogos se dibuja el verdadero centro de la película, más allá del asesinato. Johnson construye a través de ellos una reflexión sobre la fragilidad de las convicciones, sobre cómo la búsqueda de sentido puede empujar tanto a la fe como al crimen. El guion aprovecha cada conversación para plantear dilemas morales que no se resuelven con fórmulas fáciles. Blanc no se limita a descubrir al culpable, sino que obliga a todos, incluido él mismo, a examinar las razones que los llevaron a creer o a fingir creer.

Hacia el final, la película revela su verdadero propósito. La resolución del caso no ofrece alivio, sino un retrato de las ruinas de una comunidad que confundió la salvación con la obediencia. La muerte del monseñor deja al descubierto la corrupción espiritual que se esconde detrás de los rituales y la fachada de la pureza. Blanc explica el crimen con la serenidad de quien comprende que detrás de cada asesinato hay una cadena de errores compartidos. Jud, por su parte, encuentra una forma de seguir adelante, aunque lo haga entre los restos de su fe. La última imagen, un templo vacío iluminado por la luz del amanecer, resume la idea central: la búsqueda de verdad puede ser tan destructiva como el pecado que la provoca. Johnson utiliza el formato del thriller para hablar de temas que trascienden el género: la culpa, la manipulación, la necesidad de creer y el precio de la esperanza.

‘Puñales por la espalda: De entre los muertos’ convierte la investigación criminal en un examen de conciencia colectivo. No se limita a reconstruir un crimen; radiografía las estructuras que lo hicieron posible. A través del sarcasmo de Blanc y la ingenuidad de Jud, el director plantea una mirada sobre la espiritualidad contemporánea, atrapada entre el deseo de consuelo y la imposición del dogma. La película demuestra que el misterio más complejo no reside en descubrir quién empuña el arma, sino en entender por qué la fe puede convertirse en el disfraz perfecto del poder.

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