Las primeras escenas de ‘Pubertat’ se abren con un retrato de la adolescencia cargado de matices. Leticia Dolera coloca la cámara en ese espacio vital donde la vida familiar, la escuela y los cuerpos en transformación se entrecruzan con tensiones inevitables. La serie estrenada en HBO Max se construye como un relato coral que muestra el paso hacia la madurez en toda su complejidad, sin simplificaciones ni atajos narrativos.
Dolera apuesta por una mirada que sitúa a la adolescencia en el centro de la narración, no como recuerdo edulcorado ni como cliché televisivo, sino como un periodo que arrastra choques constantes. La propuesta se distancia de la nostalgia para presentar un mundo en el que cada personaje atraviesa desafíos propios, atravesados por la presión social y la herencia familiar. Los guiones desarrollan esas tensiones en escenas que alternan momentos de intimidad con episodios de confrontación colectiva.
Los protagonistas aparecen definidos por rasgos que permiten reconocer distintas realidades. Hay quienes afrontan la inseguridad sobre el aspecto físico, otros que buscan reconocimiento en el grupo, y algunos que se enfrentan al control del entorno adulto. Esa diversidad sostiene la serie, que se plantea como un retrato coral donde cada experiencia influye en las demás. El espectador percibe así cómo un conflicto individual repercute en el conjunto, generando un efecto dominó en las dinámicas de amistad y rivalidad.
La escuela y la familia funcionan como escenarios de primer orden en la serie. Las aulas se convierten en territorio de jerarquías, de alianzas pasajeras y de choques que marcan el ritmo de los días. Los hogares, en cambio, reflejan las contradicciones de los adultos, cargados de expectativas sobre sus hijos y a la vez atrapados en sus propias tensiones laborales o sentimentales. Esa doble perspectiva revela que la adolescencia nunca se construye de manera aislada: se alimenta tanto de la vida íntima como del clima social y político.
Dolera introduce en la narración temas de relevancia actual sin que resulten añadidos artificiales. Aparecen referencias a la diversidad sexual, a la presión académica y a la precariedad económica que golpea a muchas familias. La puesta en escena logra integrar esos elementos en la vida de los personajes de manera natural, reforzando la idea de que cada paso de los protagonistas está condicionado por un contexto que los supera. La adolescencia se presenta, entonces, como un espacio atravesado por fuerzas externas que influyen en la construcción de la identidad.
La cámara se mueve con cercanía, siguiendo los gestos mínimos de los intérpretes y captando detalles que resaltan la vulnerabilidad de los cuerpos en crecimiento. Ese recurso transmite sensación de inmediatez, como si el espectador compartiera la intimidad de los personajes. El montaje varía de un ritmo pausado a otro más vertiginoso en función de la tensión dramática. La música, por su parte, se convierte en elemento clave: alterna sonidos contemporáneos con pasajes más sobrios que acentúan la atmósfera de desconcierto.
El elenco juvenil responde con actuaciones naturales que evitan la caricatura. Las interpretaciones se sostienen en matices y en silencios, sin necesidad de subrayar en exceso. La apuesta coral permite que cada figura brille en su justa medida, sin que ninguna absorba por completo la atención. Los adultos, presentes en un segundo plano, aportan contraste al retratar la contradicción de una generación que observa a sus hijos con una mezcla de miedo y deseo de control.
La serie también construye un discurso político. Sin enunciarlo de manera explícita, el relato señala cómo la sociedad condiciona la vida adolescente a través de instituciones educativas que reproducen desigualdades y de familias que cargan con la presión de un sistema laboral inestable. Dolera convierte esos factores en motor narrativo, situando la adolescencia como etapa atravesada por tensiones que reflejan problemas colectivos.
El cuerpo ocupa un lugar central en ‘Pubertat’. La cámara registra cambios físicos sin ocultarlos ni edulcorarlos, reconociendo que forman parte inseparable del proceso de crecimiento. Esa representación otorga veracidad a los personajes y conecta con espectadores que reconocen en esas imágenes recuerdos o vivencias propias. En lugar de recurrir a estereotipos, Dolera apuesta por una mirada que acepta la imperfección como parte de la identidad.
La estructura narrativa se articula en torno a varios arcos que se cruzan. Cada episodio se centra en un foco distinto, lo que evita la repetición y mantiene la atención. El relato avanza a través de conexiones entre historias personales que terminan por configurar un cuadro colectivo. Ese planteamiento resalta la idea de que la adolescencia se vive de manera compartida y que cada experiencia individual se amplifica en el grupo.
El ritmo no siempre mantiene un equilibrio perfecto. Algunos episodios se extienden más de lo necesario, mientras que otros concentran demasiados elementos en poco tiempo. Esa irregularidad, sin embargo, puede leerse como reflejo de la inestabilidad propia de la edad que retrata. La serie exige paciencia, ya que la acumulación de pequeñas escenas va construyendo una densidad que se percibe a medio plazo.
Las familias aparecen retratadas con crudeza. Los adultos cargan con la tensión de una sociedad que impone éxito profesional mientras erosiona la vida íntima. Esas presiones se transmiten a los jóvenes, que heredan tanto los miedos como las ambiciones de sus padres. La serie sugiere que cada generación arrastra las cargas de la anterior, y que la adolescencia se convierte en el lugar donde esas deudas salen a la superficie.
La amistad funciona como un laboratorio donde se ponen a prueba fidelidades y traiciones. Las alianzas entre adolescentes se presentan como espacios de resistencia frente a la presión adulta, aunque también estén atravesadas por rivalidades. Dolera muestra cómo la identidad se forja en relación con los demás, subrayando que la adolescencia nunca se vive en soledad.
‘Pubertat’ evita refugiarse en la nostalgia y apuesta por un retrato directo que puede resultar incómodo por su sinceridad. La serie coloca a la adolescencia en el centro de la conversación cultural actual, subrayando que el tránsito hacia la madurez implica convivir con contradicciones permanentes. Con un lenguaje cercano y personajes que se sostienen en matices, Leticia Dolera entrega una obra televisiva que se distancia de los relatos complacientes y plantea una mirada exigente sobre el paso a la vida adulta.