Cine y series

Plan de resurrección

Leste Chen

2025



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El cineasta taiwanés Leste Chen, junto a Hsu Chao-jen, presenta en ‘Plan de resurrección’ una historia que surge de la herida y se desarrolla entre la superstición y la desesperación. Estrenada en Netflix, la serie sitúa su acción en la ciudad ficticia de Benkha, un territorio que mezcla lo urbano con una atmósfera de pesadilla moral. En su centro, dos mujeres se enfrentan a la pérdida de sus hijas a través de un acto extremo: la resurrección del hombre responsable de su desgracia. A partir de esa premisa, Chen compone un relato que combina lo sobrenatural con un retrato amargo del deseo de justicia en un mundo que parece haber agotado sus mecanismos éticos.

La trama se abre con una escena que establece el tono de todo el proyecto. El crimen que marca a las protagonistas no se presenta como un detonante rápido, sino como una sombra que se alarga sobre cada rincón de sus vidas. Shu Qi encarna a Wang Hui-chun, madre volcada en el cuidado de una hija en estado vegetativo, mientras Sinje Lee da vida a Chao Ching, mujer que canaliza su rabia a través de una persecución obsesiva del culpable. Ambas encarnan dos modos de afrontar la devastación: una se aferra al recuerdo y a la rutina, la otra convierte el duelo en propósito. Esa dualidad sostiene la estructura del relato y permite que la historia se adentre en una tensión constante entre lo místico y lo cotidiano.

La serie rehúye la espectacularidad del género para centrarse en la materia más íntima de la venganza. El ritual que permite el retorno del criminal, interpretado por Fu Meng-po, no se concibe como una simple concesión al fantástico, sino como una metáfora del peso insoportable de la pérdida. Chen filma este proceso con una frialdad que no busca asombrar, sino acompañar al espectador en la incomodidad de lo que implica reabrir una herida. La resurrección funciona como un espejo deformado en el que las protagonistas se ven obligadas a confrontar la parte más agresiva de su propio dolor.

El guion, escrito por Yang Shen, organiza los episodios con una calma que a veces roza la contención. Las dos primeras entregas se concentran en construir la atmósfera antes de que el relato abrace su vertiente sobrenatural. En ese tiempo, la serie expone la estructura de poder y descomposición social de una ciudad que parece vivir de espaldas a sus habitantes. La corrupción, la impunidad y la desconfianza atraviesan cada diálogo. El caso de fraude que origina la tragedia sirve de telón de fondo para una crítica velada a la indiferencia institucional y a la erosión moral de las clases medias urbanas.

La dirección de Chen y Hsu combina un tono casi documental con momentos de clara teatralidad. La cámara se acerca a los rostros de las protagonistas con una distancia que evita la compasión inmediata. La luz artificial y los espacios cerrados refuerzan la sensación de asfixia. Todo está dispuesto para que el espectador perciba el peso del silencio que se instala tras la pérdida. En ese marco, la serie plantea la idea de que la justicia puede volverse indistinguible de la venganza cuando el dolor se prolonga más de lo que la razón soporta.

Shu Qi ofrece una interpretación medida, construida a partir de una fragilidad que se transforma en obstinación. Lee Sinje, por su parte, imprime a su personaje una rigidez que encubre una tensión constante, como si cada gesto pudiera quebrarla. La relación entre ambas se articula sin sentimentalismo. En pantalla funcionan como dos polos que se atraen y se repelen, unidas por un propósito que termina desdibujando los límites entre víctima y verdugo. Esa química, subrayada por el montaje, aporta al conjunto un equilibrio que sostiene incluso los momentos en que la narración se dilata.

El componente sobrenatural, aunque esencial, se administra con prudencia. Las escenas en las que el ritual se insinúa o se ejecuta poseen un tono casi clínico. La fantasía se incorpora al drama sin alterar su verosimilitud. En lugar de ofrecer un espectáculo de terror, la serie utiliza la irrupción de lo imposible para explorar el sentimiento de culpa que nace cuando el deseo de justicia se convierte en obsesión. Esa ambigüedad moral atraviesa la obra de principio a fin y la aleja del simple relato de venganza.

El ritmo pausado de ‘Plan de resurrección’ puede parecer un desafío para quien busque un desarrollo rápido, pero en esa lentitud reside parte de su interés. Cada secuencia se orienta a revelar el estado emocional de las protagonistas a través de gestos cotidianos, conversaciones quebradas o miradas que esconden más de lo que muestran. El diseño sonoro, lleno de silencios abruptos y ecos distantes, contribuye a reforzar esa tensión constante entre lo terrenal y lo espiritual.

A medida que avanza la historia, el espectador asiste a un proceso de degradación compartida. Las protagonistas, que al inicio parecen unidas por un mismo objetivo, comienzan a comprender que su alianza se sostiene sobre una ilusión de control. La serie insinúa que el acto de devolver la vida a un criminal implica también resucitar la parte más oscura de quienes lo hacen posible. Esa reflexión moral se construye sin moralina ni juicios explícitos, confiando en la capacidad del público para percibir la ironía trágica de la situación.

El trabajo visual refuerza esta idea. Benkha se presenta como una ciudad donde la humedad y la penumbra se mezclan con la tecnología más impersonal. Los interiores domésticos contrastan con los espacios públicos desangelados, y esa oposición visual subraya la distancia entre el mundo privado del dolor y el exterior indiferente que lo ignora. Leste Chen demuestra un control preciso del ritmo visual, evitando los subrayados y confiando en la composición para sugerir más que para imponer.

En conjunto, ‘Plan de resurrección’ se erige como una exploración de la venganza desde una perspectiva que prioriza la degradación emocional y la culpa frente al espectáculo. La serie mantiene una coherencia tonal sostenida, que le permite navegar entre lo místico y lo social sin perder cohesión. Chen y Hsu Chao-jen ofrecen un trabajo que examina la justicia como una construcción frágil, moldeada por la rabia y la pérdida. Dentro del catálogo internacional de Netflix, esta producción taiwanesa aporta una mirada contenida y ambiciosa, capaz de convertir una historia de resurrección en un estudio sobre los límites morales de quienes buscan ajustar cuentas con el pasado.

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