Cine y series

Parecido a un asesinato

Antonio Hernández

2025



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Un silencio tenso domina los primeros compases de ‘Parecido a un asesinato’. La adaptación de la novela de Juan Bolea, dirigida por Antonio Hernández, sitúa al espectador ante un escenario en apariencia estable, atravesado por la amenaza latente que se esconde en las relaciones familiares y sentimentales. Hernández, con experiencia televisiva en proyectos que han buscado captar la atención del gran público, regresa al largometraje con una propuesta que combina drama íntimo y thriller psicológico, confiando en la fuerza de los actores y en la utilización del paisaje como soporte narrativo.

La historia parte de Eva, interpretada por Blanca Suárez, una mujer que intenta construir una vida en calma junto a Nazario, escritor de prestigio encarnado por Eduardo Noriega. Ambos comparten su día a día con Alicia, la hija adolescente de él, interpretada por Claudia Mora. Esta convivencia, que debería consolidar la idea de una familia sólida, arrastra un pasado marcado por ausencias y heridas todavía abiertas. En ese equilibrio precario surge José, exmarido de Eva, un policía de carácter obsesivo al que da vida Tamar Novas, cuya presencia desata un clima de acoso y tensión que se extiende como sombra permanente.

La película se articula a través de tres miradas que ofrecen distintos ángulos de la misma trama. Eva, Nazario y Alicia aportan fragmentos de un relato que, sin llegar a completarse de inmediato, dibuja un mosaico de verdades parciales. Este recurso recuerda al efecto Rashomon, estrategia que permite profundizar en la desconfianza hacia cada narrador y en la sensación de que la realidad depende del punto de vista de quien la observa. En este juego de percepciones se consolida la atmósfera de inseguridad que marca todo el filme.

El guion introduce variaciones respecto al texto literario. La hija sustituye al hijo adolescente del libro, y el entorno aragonés adquiere un papel destacado en la puesta en escena. El Pirineo oscense se convierte en un personaje más, imponiendo su silencio y su amplitud frente a la vulnerabilidad de los protagonistas. Esta elección refuerza la dimensión simbólica del relato: la montaña, imponente y aislada, refleja la soledad de cada personaje en su lucha contra recuerdos y amenazas presentes.

Hernández busca un equilibrio entre los elementos del género y un retrato intimista de sus personajes. La cinta recurre a flashbacks puntuales, que funcionan como detonantes de un clima opresivo, y se apoya en la fotografía de Guillem Oliver para otorgar consistencia a las escenas de tensión. La banda sonora de Luis Ivars refuerza esa inquietud persistente, acompañando tanto los momentos de aparente calma como los estallidos de violencia.

El reparto sostiene buena parte del peso de la narración. Suárez aporta una interpretación marcada por la contención, mostrando el desgaste interno de un personaje que intenta mantener el control frente al regreso del pasado. Noriega construye a Nazario como figura ambigua, atrapada entre la literatura, las acusaciones y sus propios secretos. Tamar Novas transmite la amenaza desde la incomodidad, encarnando a un antagonista que simboliza la persistencia del miedo. La debutante Claudia Mora, con su interpretación de Alicia, aporta frescura y cierta dureza a la figura adolescente, integrándose como pieza fundamental del engranaje.

La construcción dramática se ve reforzada por un recurso adicional: los vídeos de Alicia. Sus grabaciones caseras aportan un contrapunto visual que desestabiliza el relato principal y obligan al espectador a reconsiderar la supuesta estabilidad de los adultos. El contraste entre el lenguaje audiovisual de la joven y la puesta en escena clásica del resto del filme introduce una tensión adicional que enriquece el desarrollo.

En lo temático, la película indaga en el peso del pasado y en cómo los vínculos familiares se sostienen sobre recuerdos, traumas y secretos que nunca terminan de desaparecer. El acoso de José se presenta como amenaza física y también como recordatorio de la imposibilidad de cerrar una etapa marcada por la violencia. Nazario, por su parte, aparece condicionado por la muerte enigmática de su esposa anterior, lo que añade sospecha constante a cada una de sus acciones. En este triángulo, Alicia funciona como testigo involuntaria de los errores de los adultos, cargando con un papel que sobrepasa su edad.

A pesar de algunos deslices narrativos, como diálogos que fuerzan la exposición de antecedentes en los primeros minutos y un desenlace cuya resolución se intuye demasiado pronto, ‘Parecido a un asesinato’ logra sostener la intriga gracias a un ritmo bien medido y a la coherencia visual. La alternancia entre los diferentes puntos de vista mantiene la atención, mientras la dirección evita caer en efectismos gratuitos, optando por un suspense sostenido que se apoya en la atmósfera más que en golpes de guion.

El estreno en el Festival de San Sebastián, dentro de la programación de Televisión Española, refuerza la intención de situar esta propuesta dentro de un cine español que busca consolidar su presencia en el género del thriller psicológico. Hernández se decanta por una aproximación sobria, que confía más en la tensión acumulada y en la solidez de las interpretaciones que en giros espectaculares. La cinta, en definitiva, se sitúa en un terreno donde lo familiar y lo criminal se entrecruzan, recordando que la violencia y la sospecha también pueden surgir en el espacio doméstico.

‘Parecido a un asesinato’ se construye así como un relato de vigilancia constante, donde cada personaje observa y es observado, atrapado en una red de sospechas, recuerdos y culpas. La elección de escenarios naturales, el cuidado en la fotografía y la apuesta por un ritmo narrativo sostenido terminan por configurar una obra coherente, que encuentra en sus actores y en su atmósfera su mayor fortaleza.

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