Cine y series

Old money

Meriç Acemi

2025



Por -

Las fortunas heredadas tienen la costumbre de arrastrar consigo historias que el tiempo se encarga de barnizar con aparente elegancia. En ‘Old Money’, Meriç Acemi convierte ese brillo social en un campo de batalla emocional y político, donde las apariencias se confunden con la verdad y los privilegios se defienden con más ferocidad que las ideas. La creadora turca, responsable de otras ficciones de gran repercusión, sitúa su relato en un entorno que parece inmutable, aunque bajo su fachada late un paisaje de ambición y desgaste moral. Netflix la incorpora a su catálogo como una de sus apuestas de otoño, en un momento en que la ficción internacional busca descifrar las grietas del poder y de quienes lo administran desde la comodidad del lujo.

La serie abre con una familia poderosa en el punto exacto donde el dinero ya no se traduce en libertad, sino en la obligación de mantener el equilibrio que sostiene su propio mito. Los descendientes de un magnate fallecido se enfrentan a un legado que combina fortuna, secretos y un modelo de vida cimentado en la desigualdad. A partir de ese punto de partida, Acemi despliega una narración que mezcla la intriga empresarial con los conflictos domésticos, donde cada diálogo funciona como una pieza de ajedrez en un tablero de intereses cruzados. La mansión familiar, convertida en escenario principal, actúa como una metáfora de un país que intenta conservar una tradición de poder mientras todo lo que la rodea cambia con velocidad vertiginosa.

Los personajes se mueven entre la fidelidad y la ambición, impulsados por un deseo de control que roza la desesperación. La figura del patriarca ausente marca las decisiones de sus herederos, atrapados entre la devoción por un apellido y el deseo de romper con él. La serie retrata esa tensión con precisión, evitando la caricatura y buscando una mirada que combine ironía y lucidez. Cada hijo representa una forma distinta de interpretar el legado recibido: unos lo asumen como una responsabilidad, otros como una condena. El dinero, en este contexto, actúa como un hilo conductor que une el pasado con un presente cada vez más inestable, donde las lealtades familiares se confunden con los intereses financieros.

El guion de Acemi, trabajado con ritmo controlado, plantea una estructura que se apoya en el contraste entre lo público y lo privado. Los personajes se muestran altivos en los salones, pero frágiles en la intimidad. La cámara recorre con paciencia los espacios, deteniéndose en los silencios que acompañan las cenas o las miradas que anteceden a los enfrentamientos. Ese modo de narrar convierte el lujo en una forma de encierro. Las mansiones, los despachos y las reuniones sociales se transforman en escenarios de vigilancia, donde cada movimiento se mide por su capacidad para sostener una fachada. El dinero, más que un privilegio, se revela como una carga hereditaria que obliga a perpetuar un sistema de apariencias.

La puesta en escena juega con una estética contenida, donde los tonos neutros y la iluminación tenue reemplazan al brillo excesivo. Los planos amplios remarcan la distancia entre los personajes, y la banda sonora refuerza la sensación de control y artificio. Cada elemento visual se alinea con la intención de mostrar el mundo de la alta sociedad como un espacio cerrado, ajeno a la espontaneidad. En este sentido, la serie dialoga con una tradición de dramas familiares, pero introduce una mirada propia, marcada por el contexto turco y su particular relación con el poder económico. La producción logra un equilibrio entre lo íntimo y lo estructural, combinando el retrato social con el relato de ambiciones personales.

El reparto, liderado por actores de gran presencia, consigue dotar de vida a personajes que se mueven en el filo entre la admiración y el rechazo. La interpretación principal destaca por su control, capaz de transmitir orgullo y vulnerabilidad en una misma escena. Los secundarios complementan el relato con precisión, aportando matices a una historia que avanza sin estridencias pero con una tensión constante. Cada diálogo parece calculado, y esa sensación de medida responde a la idea central de la serie: en un entorno donde todo se negocia, la espontaneidad se convierte en un lujo imposible.

El trasfondo político resulta inevitable. ‘Old Money’ describe un sistema en el que las familias acaudaladas no solo influyen en la economía, sino también en las estructuras del poder estatal. Los negocios, las fundaciones y los medios de comunicación se entrelazan hasta formar una red en la que los vínculos personales pesan tanto como las cifras. Acemi introduce esa dimensión sin caer en el panfleto, mostrando cómo la riqueza funciona como un escudo frente a la rendición de cuentas. El espectador asiste a un retrato de clase donde la corrupción aparece disfrazada de tradición y el privilegio se hereda igual que los bienes.

El ritmo narrativo mantiene una cadencia constante, sin aceleraciones innecesarias. Los seis episodios avanzan con una sensación de progresiva densidad, a medida que los secretos familiares comienzan a transformarse en detonantes políticos. La tensión se acumula en los silencios, en las miradas que eluden la verdad y en las reuniones donde cada palabra puede alterar el equilibrio de poder. Esa elección de tono permite a la serie sostener su interés más allá de la trama de herencias, explorando los mecanismos que perpetúan las jerarquías económicas. La ambición de los personajes se muestra como una extensión natural del sistema que los formó, más que como un rasgo individual.

El trabajo de dirección refuerza esta idea mediante una puesta en escena sobria y eficaz. Los movimientos de cámara evitan la ornamentación y se concentran en el rostro de los actores, que soportan la carga del relato. La iluminación, basada en contrastes suaves, sugiere el encierro de un universo que se observa a sí mismo con desconfianza. Los espacios interiores dominan sobre los exteriores, y cuando estos aparecen, lo hacen para mostrar un entorno social que vigila desde fuera. Esa elección estética subraya la sensación de control que atraviesa toda la serie, donde cada personaje parece prisionero de su propio privilegio.

La crítica implícita al modelo de sociedad que retrata resulta tan constante como discreta. ‘Old Money’ no busca el escándalo ni el exceso, sino el retrato sereno de un sistema que se perpetúa mediante la apariencia de estabilidad. Meriç Acemi consigue construir un relato que se observa con distancia, pero que invita a reflexionar sobre la fragilidad de las estructuras que sostienen el poder económico. La serie evita los giros grandilocuentes para centrarse en la rutina de quienes se esfuerzan por mantener una posición que ya carece de sentido fuera de su propio círculo. En esa mirada radica su mayor interés: la observación de cómo el privilegio se convierte en un peso que termina definiendo la identidad de quienes lo heredan.

‘Old Money’ se alza como una ficción que combina precisión narrativa, solidez interpretativa y una lectura política sobre el poder del dinero en las sociedades contemporáneas. Su valor reside en la capacidad para mostrar la rigidez de un entorno que se resiste al cambio, incluso cuando ese cambio se presenta como inevitable. Lejos de la épica o del sentimentalismo, la serie apuesta por la contención y el análisis, transformando la opulencia en un espejo que devuelve una imagen incómoda. En sus silencios, en sus cenas ceremoniosas y en sus alianzas secretas, late una reflexión sobre la herencia y la apariencia como mecanismos de supervivencia. En ese terreno, Meriç Acemi construye una obra precisa, fría y observadora, que convierte el lujo en una forma de aislamiento y el poder en una herencia que pesa más que el oro que la sustenta.

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