En una cafetería de París de 1959 un hombre observa el reflejo del tráfico en el cristal mientras apunta frases en una libreta arrugada. La escena podría pertenecer a cualquier cronista en busca de inspiración, aunque aquí ese hombre se llama Jean-Luc Godard y acaba de convencer a un productor para financiar una película que rodará casi sin dinero, sin guion cerrado y con la certeza de que el cine debe reinventarse desde dentro. Richard Linklater se aproxima a ese momento germinal en 'Nouvelle Vague', una recreación del rodaje de 'Al final de la escapada' que evita los tópicos de las biografías y convierte el caos del rodaje en un retrato sobre la pulsión creadora, las tensiones del oficio y la fragilidad del arte cuando aún no se ha consagrado. Netflix distribuye la película, rodada íntegramente en francés y en blanco y negro, con un trabajo de ambientación que transporta a un París que parece flotar entre el humo del Gauloises y el eco de una revolución cinematográfica en ciernes.
La historia avanza siguiendo los pasos de Godard, interpretado por Guillaume Marbeck, quien se desliza entre las calles, las redacciones y los cafés de Montparnasse con la obstinación de quien sabe que su tiempo ha llegado. Linklater, que siempre ha explorado el paso del tiempo y la tensión entre la planificación y el azar, encuentra aquí un espejo de su propio método. Godard aparece como un director que dicta frases cargadas de ingenio, manipula a sus actores y convence a un equipo escéptico de que la espontaneidad puede transformarse en método. La película construye su relato a través de una sucesión de escenas breves y precisas que muestran cómo un grupo de jóvenes cinéfilos, críticos de Cahiers du Cinéma, se transforman en los impulsores de un movimiento que cambiará el lenguaje del cine. El rodaje de 'Al final de la escapada' se convierte en un territorio donde la improvisación convive con la inseguridad y la fe en la imagen sustituye cualquier certeza narrativa.
A medida que el relato se adentra en los días de filmación, 'Nouvelle Vague' expone las tensiones entre Godard y su entorno. Truffaut, Chabrol o Rivette aparecen como figuras que simbolizan diferentes formas de entender la creación: el primero como el escritor que logra un reconocimiento rápido, el segundo como el observador meticuloso, y el propio Godard como el rebelde que se niega a plegarse a la industria. En ese triángulo se condensa una reflexión sobre la autoría, la competencia y la necesidad de pertenecer a una generación que busca emanciparse de los maestros sin destruirlos del todo. Linklater articula esas relaciones con un tono distendido, casi doméstico, pero cargado de tensión soterrada. Las discusiones sobre encuadres y presupuestos revelan un fondo moral: la lucha por filmar como se vive, sin filtros ni jerarquías.
La presencia de Jean Seberg, interpretada por Zoey Deutch, introduce otro eje de lectura. Su personaje, una actriz estadounidense desplazada en un entorno masculino y desconocido, sirve como punto de contraste ante la arrogancia de los críticos convertidos en cineastas. Su mirada, a medio camino entre la fascinación y la incomodidad, permite advertir el sesgo de una revolución protagonizada por hombres que confunden libertad con autoridad. Linklater sugiere sin énfasis cómo el mito de la Nouvelle Vague también encierra un relato de exclusión. La relación entre Seberg y Godard se construye a partir de pequeñas tensiones cotidianas: órdenes improvisadas, discusiones sobre vestuario o gestos de complicidad que desvelan una mezcla de admiración y distancia. El rodaje se presenta como un espacio de desequilibrio permanente donde la creación avanza por impulsos y la frontera entre control y descontrol se difumina.
En paralelo, la figura del productor Georges de Beauregard, interpretado por Bruno Dreyfürst, encarna el contrapunto pragmático. Su incredulidad ante los métodos de Godard representa la eterna confrontación entre arte y economía, entre la intuición del creador y las normas de la industria. Linklater aprovecha esa oposición para mostrar cómo el cine se construye tanto con ideas como con contratos, con arrebatos como con paciencia burocrática. La película despliega una meticulosa reconstrucción de la época: las cámaras ligeras, las bobinas de celuloide, los cafés repletos de humo y los carteles que anuncian un futuro que aún desconoce su nombre. Sin embargo, más allá de la recreación histórica, lo que realmente interesa es el proceso creativo en su estado más primitivo, cuando el error todavía forma parte del descubrimiento.
El trabajo de fotografía de David Chambille refuerza esa sensación de frontera entre documento y ficción. Cada plano parece aludir al original de 1960, pero con una textura más pulida que convierte el homenaje en comentario. La iluminación natural, el grano visible y la elección de un formato cuadrado dan lugar a una estética que mezcla respeto y distancia. Linklater dirige con una serenidad que contrasta con la nerviosa improvisación del personaje que retrata. De esa dualidad surge la principal virtud del filme: su capacidad para reflexionar sobre la historia del cine sin caer en la reverencia. Frente a la euforia de la creación, se impone una mirada tranquila que entiende la revolución como un acto cotidiano, hecho de pruebas, discusiones y azares.
Los personajes secundarios, desde el operador Raoul Coutard hasta el joven Jean-Paul Belmondo, componen un coro coral donde cada figura aporta una pieza al retrato del movimiento. La película se detiene en los momentos de pausa, en los cafés, en las charlas improvisadas, en la forma en que las ideas se transforman en imágenes. Ahí reside el pulso más humano del relato: la conciencia de que cada avance técnico y estético nace de un deseo compartido de romper las normas. Linklater convierte el rodaje de 'Al final de la escapada' en un laboratorio de convivencia artística, en una metáfora del aprendizaje colectivo. Esa dinámica de grupo recuerda a sus propios proyectos corales, donde la amistad y la creación se entrelazan sin necesidad de grandes discursos.
En el fondo, 'Nouvelle Vague' plantea una reflexión política sobre la libertad creativa y su precio. Godard se presenta como un hombre que vive en guerra con cualquier forma de obediencia, y esa actitud se contagia a su entorno, generando entusiasmo y agotamiento a partes iguales. Linklater evita idealizarlo y muestra cómo esa rebeldía puede volverse tiranía cuando la certeza del genio sustituye al diálogo. En esa tensión se revela un subtexto moral: la creatividad como espacio de poder y el arte como territorio donde se negocian los límites de la convivencia. La película sugiere que la revolución estética del 59 no solo cambió la forma de filmar, sino también la manera de relacionarse entre quienes hacen cine.
El retrato de época convive con una reflexión más amplia sobre el presente. El paralelismo entre el joven Godard y el propio Linklater resulta evidente: ambos representan generaciones separadas por décadas, pero unidas por la obsesión de capturar el tiempo con medios limitados. La cinta invita a pensar en cómo la tecnología y las plataformas han transformado el sentido de la independencia artística. Rodar con libertad en la era digital implica batallar contra otros condicionantes, igual de poderosos que los de antaño. En ese sentido, 'Nouvelle Vague' funciona también como autorretrato indirecto de un cineasta que observa el pasado para entender el lugar incierto del cine en el presente.
El desenlace muestra a Godard en la sala de montaje, rodeado de fragmentos que parecen no encajar. Mientras revisa el metraje, murmura que la película se hará en la mesa de edición. Esa imagen sintetiza la idea central del filme: la creación como proceso inacabable, la búsqueda de una forma que solo existe cuando se acepta el riesgo de perderla. Linklater se despide sin nostalgia y con una lucidez que rehúye la épica. Más que celebrar a un mito, se detiene en el instante en que la historia aún no ha decidido quién será recordado. Ese gesto convierte a 'Nouvelle Vague' en un ejercicio de humildad dentro de un género acostumbrado a la glorificación.
