Cine y series

Navidad en casa - temporada 3

Anna Gutto

2025



Por -

Las luces vuelven a encenderse en ese rincón nevado de Noruega donde Johanne intenta otra vez construir una vida que parezca suya. ‘Navidad en casa’ regresa a Netflix con una tercera temporada que usa la calma de los días festivos para poner a prueba lo que entendemos por felicidad estable. Anne Sewitsky vuelve a dirigir con su mirada serena y minuciosa, dejando que el frío se cuele por las rendijas de las casas y en las relaciones entre personajes que se sostienen, más que por deseo, por costumbre. No hace falta buscar grandes giros para notar que la serie se ha convertido en un retrato social sobre la vida adulta, con sus rutinas, frustraciones y esa mezcla de esperanza y cansancio que acompaña a quien siente que ya no puede empezar de cero, pero tampoco soporta seguir igual.

Johanne se enfrenta a un tiempo donde todo parece en orden, aunque nada lo esté. El trabajo en el hospital, las conversaciones familiares y las cenas llenas de sonrisas tensas le sirven a la directora para mostrar una normalidad que asfixia. La protagonista camina entre pasillos iluminados por luces navideñas que no logran tapar la soledad. Ida Elise Broch interpreta a una mujer que empieza a entender que la estabilidad no garantiza el bienestar y que el amor puede transformarse en una obligación disimulada. La cámara se queda cerca de su rostro, no para buscar dramatismo, sino para registrar esa fatiga que no estalla, solo se acumula. Sewitsky organiza el relato con paciencia, sin prisa por llegar a conclusiones, porque lo que le interesa no es lo que ocurre, sino lo que se prolonga sin cambiar.

Los personajes secundarios orbitan alrededor de Johanne como piezas de una maquinaria que se desgasta sin que nadie se atreva a detenerla. El hermano intenta mantener una vida ordenada que solo funciona en apariencia, la madre observa el deterioro emocional de los suyos con resignación y los amigos representan las opciones que ella podría haber tomado y dejó pasar. Todos actúan movidos por el mismo impulso de permanecer, incluso cuando permanecer duele. La serie consigue que cada conversación doméstica se convierta en un comentario sobre el paso del tiempo, sobre la manera en que las personas asumen su papel en una sociedad que premia la estabilidad aunque vacíe de sentido la vida diaria.

Sewitsky evita la ornamentación visual y apuesta por una dirección sobria que combina realismo con una mirada casi documental. Las luces cálidas de las casas contrastan con la frialdad del exterior, y esa diferencia marca la frontera entre lo que los personajes muestran y lo que callan. La nieve cae de fondo sin dramatismo, como una presencia constante que unifica los espacios. El ritmo pausado de la narración permite detenerse en gestos y silencios que, más que el diálogo, revelan las grietas internas de los personajes. Esa elección convierte la rutina en un escenario donde se miden las renuncias y las pequeñas victorias de la vida adulta. En esa estética del detalle, la directora se acerca más al realismo emocional de Asghar Farhadi que al sentimentalismo que suele acompañar a las ficciones navideñas.

El argumento de esta temporada se construye sobre un dilema que todos los personajes comparten: hasta qué punto merece la pena mantener una apariencia cuando el precio es la pérdida de vitalidad. Johanne intenta recomponer su vida afectiva mientras asume que el amor no siempre llega en la forma esperada. Su relación con un nuevo personaje, que representa la posibilidad de un cambio, se desarrolla sin idealización. Lo importante no es si funciona, sino lo que revela de ella. La serie se mueve entre escenas domésticas y silencios que prolongan la tensión, sin recurrir a discursos explícitos. Todo se entiende a través del comportamiento: una mirada que se aparta, una frase que llega demasiado tarde, una sonrisa que ya no tiene fuerza.

En el fondo, ‘Navidad en casa’ habla del desencanto con la vida adulta moderna. Muestra cómo los afectos quedan atrapados entre las exigencias laborales, las normas sociales y la presión por cumplir un ideal de felicidad que nadie alcanza. En las cenas familiares, la conversación gira alrededor de compromisos, deudas y proyectos que se repiten sin convicción. Esa repetición constante se convierte en la estructura misma del relato. Sewitsky utiliza el tiempo como un elemento narrativo: cada episodio parece un día más en una vida que no cambia, pero donde cada repetición deja una huella distinta. Esa idea se refuerza con la música, siempre discreta, que acompaña los gestos cotidianos con acordes casi imperceptibles.

La serie también se detiene en los aspectos morales y sociales de esa vida aparentemente tranquila. En el hospital se muestra la precariedad de los trabajadores sanitarios, las discusiones entre compañeros sobre turnos imposibles y la falta de reconocimiento. Johanne observa cómo la institución que representa el cuidado se ha convertido en una estructura burocrática donde la empatía se diluye. Esa mirada crítica no se plantea como denuncia directa, sino como consecuencia natural de un sistema que exige tanto a las personas que las deja vacías. En el ámbito familiar ocurre algo similar: los vínculos se sostienen por obligación y el amor se transforma en un deber que se cumple con cansancio. Sewitsky introduce estas ideas con precisión, sin subrayados, haciendo que cada escena cotidiana tenga implicaciones morales que el espectador reconoce sin que nadie se las explique.

La dirección encuentra su fuerza en la contención. No hay adornos ni discursos grandilocuentes, solo una observación atenta de la manera en que las personas intentan sostener su vida sin perder la dignidad. Ese tono sereno le permite a la serie explorar emociones complejas sin caer en el dramatismo. Cada personaje carga con una historia que se insinúa a través de gestos: el cansancio de la madre, el desconcierto del hermano, la mezcla de afecto y distancia en los amigos. Sewitsky compone un retrato coral donde todos se parecen más de lo que quieren admitir, porque todos arrastran la misma necesidad de sentirse acompañados aunque la convivencia les duela.

Hacia el final, la temporada alcanza su punto más emotivo cuando Johanne debe decidir entre mantener su papel dentro del orden familiar o aceptar su deseo de independencia. No hay grandes escenas, solo una conversación breve y una mirada prolongada. Esa economía narrativa resume el estilo de Sewitsky: cada detalle cuenta más que cualquier giro argumental. La directora consigue que el espectador perciba la transformación interior de los personajes sin necesidad de verbalizarla. La cámara se aleja, la nieve cubre las calles y la vida continúa, pero algo ha cambiado en la manera en que los personajes se enfrentan a su rutina. No hay redención ni castigo, solo la aceptación de que la felicidad puede ser una forma de lucidez.

‘Navidad en casa’ se consolida como una serie que usa el marco festivo para hablar de temas que rara vez se abordan con tanta sobriedad: la soledad dentro de la familia, la presión social que impone una idea falsa de éxito y la dificultad de mantener el deseo cuando todo se vuelve previsible. Anne Sewitsky ha construido un retrato de la madurez sin idealización, donde la calma esconde un conflicto constante entre lo que se espera y lo que se siente. La última imagen deja a Johanne caminando bajo una nevada ligera, sin certezas, pero con la conciencia de que su vida ya no pertenece del todo a los demás. Esa leve distancia es el verdadero cambio que recorre toda la temporada: aprender a vivir sin fingir.

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