Cine y series

Navidad en Baltimore

Jay Duplass

2025



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En una ciudad acostumbrada a las sombras largas del invierno, la historia de Navidad en Baltimore comienza como si alguien hubiese encendido una luz tenue en medio del silencio. Jay Duplass se adentra en un relato que observa a sus personajes con la paciencia de quien conoce bien las grietas del alma urbana. El director convierte Baltimore en un territorio íntimo, donde la casualidad se disfraza de destino y los encuentros adquieren una densidad inesperada. En este trabajo, disponible en Movistar Plus+, Duplass abandona la ironía que suele acompañar su cine más coral y prefiere concentrarse en dos figuras que se cruzan en el momento justo: Cliff, un cómico rehabilitado interpretado por Michael Strassner, y Didi, una dentista agotada por una vida rutinaria a la que da cuerpo Liz Larsen. La película parece respirar el mismo aire frío que se cuela por las calles vacías de la ciudad, una atmósfera en la que cada palabra y cada silencio pesan más de lo habitual.

El primer tramo de la cinta abre con un intento de suicidio tan torpe como revelador. Cliff sube al ático, coloca una silla y, sin pretenderlo, se enfrenta al absurdo de su propia caída. Esa escena inicial no busca el dramatismo sino una constatación: incluso en los momentos más desesperados, la vida insiste. Seis meses después, el protagonista, ya sobrio y comprometido con una nueva pareja, sufre un accidente doméstico que lo lleva a la consulta de Didi. El diente roto funciona como metáfora del quiebre personal que ambos arrastran. La película se articula desde esa fisura, siguiendo el itinerario de dos desconocidos que acaban pasando juntos la noche de Navidad. Duplass filma su encuentro con un ritmo pausado, sin buscar grandes revelaciones, apoyándose en una fotografía que capta los matices del tiempo detenido. Las calles mojadas, los bares con luces de neón y los interiores cargados de objetos forman parte de un lenguaje visual que subraya la fragilidad de los protagonistas.

Cliff vive entre la culpa y el miedo a recaer en los excesos que marcaron su pasado. Didi, por su parte, mantiene una coraza profesional que apenas disimula la soledad que la rodea. Su vida transcurre entre el trabajo y las llamadas familiares que le recuerdan su papel secundario en la historia de los demás. Cuando ambos coinciden, la tensión entre sus mundos se traduce en una conversación que mezcla la incomodidad con una curiosa empatía. El guion, escrito por Duplass junto a Strassner, alterna situaciones de humor cotidiano con instantes de vulnerabilidad que revelan los límites de sus personajes. La película se apoya en los gestos pequeños: una mirada sostenida, una broma improvisada, un silencio que pesa más que cualquier frase. La música de Jordan Seigel, con sus acordes de jazz que resuenan como ecos de un club antiguo, acompaña esa deriva emocional sin invadirla. Todo parece diseñado para que el espectador observe cómo la torpeza se convierte en el único camino posible hacia la sinceridad.

El núcleo de la historia se refuerza en la secuencia en la que Didi y Cliff irrumpen en la cena familiar de ella. Duplass retrata ese momento como un choque entre lo que se aparenta y lo que se siente. Cliff, en un intento de ayudar, improvisa un papel que combina humor y compasión, transformando una velada incómoda en una extraña forma de liberación. El director evita la burla y prefiere mostrar cómo la comedia puede abrir espacios de ternura en medio del desencanto. Ese equilibrio entre lo cómico y lo melancólico atraviesa toda la película, sin que ninguno de los dos tonos se imponga. A partir de esa cena, el relato se desplaza hacia una sucesión de episodios que muestran la capacidad de ambos para sostenerse el uno al otro sin grandes gestos. Una cena frustrada, un paseo en barco, un reencuentro con el pasado y la confesión de que la vida ordinaria les queda demasiado estrecha conforman un retrato honesto de quienes han aprendido a sobrevivir sin esperanza, pero con curiosidad por lo que aún queda.

‘Navidad en Baltimore’ plantea también una lectura social. Duplass observa la ciudad como un organismo fatigado, donde los vínculos personales se deshacen con la misma rapidez con la que cierran los negocios del barrio. Las calles vacías y los locales en penumbra revelan una realidad marcada por la precariedad y la soledad, sin necesidad de subrayarla. Los personajes no representan una causa, pero encarnan un estado común: la dificultad de reconocerse cuando el mundo parece avanzar sin contar con ellos. A través de su relación, el director insinúa una reflexión sobre la dependencia emocional y sobre el modo en que el fracaso deja de ser un estigma para convertirse en punto de partida. La historia se sostiene en un equilibrio que combina el retrato personal con una mirada política sobre la fragilidad de los lazos contemporáneos, una fragilidad que Duplass trata con respeto y sin cinismo.

La dirección del filme destaca por su precisión y su contención. Duplass maneja los tiempos con una serenidad que evita el artificio. Cada plano parece pensado para que el espectador perciba la respiración de los personajes, su ritmo interno, su incapacidad para fingir. Su estilo recuerda por momentos a Alexander Payne en su forma de retratar el desencanto sin dramatismo, o a Nicole Holofcener por su habilidad para encontrar humanidad en la torpeza cotidiana. La fotografía de Jon Bregel acompaña esta mirada mediante un contraste entre interiores cálidos y exteriores fríos, como si la ciudad entera se moviera al compás de las emociones de los protagonistas. Esa coherencia visual refuerza la sensación de que la película transcurre en un espacio intermedio entre la realidad y la memoria. Los diálogos, lejos de buscar frases memorables, suenan como conversaciones que cualquiera podría escuchar en una noche de diciembre, donde lo importante no es lo que se dice, sino lo que se atreve a quedarse en el aire.

El desenlace mantiene la coherencia del relato. Cliff asume que la estabilidad prometida por su pareja no se ajusta a su naturaleza. Didi, tras recuperar un viejo recuerdo en forma de canción, comprende que la independencia también puede ser una forma de afecto. Ambos quedan suspendidos en una posibilidad que no necesita confirmación. Duplass no busca cerrar el relato con una lección ni con una moraleja. Prefiere dejar a sus personajes en un lugar intermedio, conscientes de su vulnerabilidad, pero también de su capacidad para seguir caminando. Esa decisión narrativa dota al filme de una madurez poco habitual en la comedia romántica contemporánea. La historia concluye con una escena sencilla: dos personas que bailan sin promesas, sabiendo que el movimiento, por sí mismo, ya implica un cambio. ‘Navidad en Baltimore’ se convierte así en un retrato sobre la dificultad de pertenecer, sobre el deseo de entenderse sin máscaras y sobre la posibilidad de hallar compañía en medio de la desorientación. Jay Duplass consigue que su película respire verdad sin buscarla y que cada gesto, por pequeño que parezca, contenga la historia de una redención tranquila.

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