Cine y series

Nadie quiere esto - temporada 2

Erin Foster

2014



Por -

El clima cálido de Los Ángeles vuelve a servir como telón de fondo para una historia que observa con detalle las tensiones de la vida sentimental contemporánea. En 'Nadie quiere esto', creada por Erin Foster y dirigida en esta nueva etapa por Greg Mottola, Lawrence Trilling, Oz Rodriguez y Hannah Fidell, la comedia romántica se convierte en un estudio sobre la convivencia, la fe y la dificultad de mantener el deseo cuando la rutina impone su ritmo. La temporada se centra en la evolución de Joanne, una podcaster acostumbrada a analizar la intimidad ajena, y Noah, un rabino que intenta sostener su vocación mientras comparte su vida con una mujer que no pertenece a su comunidad religiosa. La narración parte de esa unión improbable para explorar los efectos que produce el choque entre convicción espiritual y necesidad emocional. La serie abandona la ligereza inicial y avanza hacia una observación más pausada del tiempo doméstico, donde los protagonistas intentan conservar el equilibrio entre el amor y la identidad personal.

Las líneas argumentales giran alrededor del deseo de conciliar mundos opuestos. Joanne se esfuerza por acompañar a Noah en sus compromisos religiosos sin adoptar por completo sus normas, mientras él se debate entre el compromiso profesional y la inseguridad que le genera su pareja. Esa tensión alimenta los conflictos cotidianos, donde cada conversación adquiere el peso de una negociación. Los episodios alternan el sarcasmo con la incomodidad, mostrando cómo la comunicación se desgasta en los detalles más triviales. Las discusiones sobre la conversión de Joanne funcionan como símbolo de la búsqueda de aceptación, aunque el fondo verdadero radica en la dificultad de escuchar al otro sin imponer las propias expectativas. La dirección construye una dinámica íntima, apoyada en la palabra y en los silencios, para que la fragilidad del vínculo se revele sin necesidad de grandes gestos. En ese retrato de la convivencia se concentra el pulso principal de la temporada: la necesidad de seguir queriendo cuando el entusiasmo se diluye en la rutina.

El grupo secundario amplía la mirada hacia otras formas de afecto. Morgan, la hermana de Joanne, encuentra en su relación con el terapeuta Andy un terreno donde se confunden la independencia y la dependencia afectiva. Sasha y Esther, por su parte, atraviesan un proceso que muestra los límites del compromiso cuando la costumbre reemplaza el deseo. A través de ellos, la serie examina cómo la madurez sentimental se construye sobre equilibrios inestables, marcados por la presión familiar y la competitividad entre hermanos. Cada trama se apoya en un detalle reconocible: una discusión en un coche, una cena fallida o un consejo malintencionado. Lo que podría parecer anecdótico se transforma en un retrato de la comunicación fragmentada que domina la vida urbana. La serie observa con precisión la forma en que los personajes emplean la ironía para ocultar su vulnerabilidad y cómo los lazos familiares se convierten en refugio y obstáculo a la vez.

El guion mantiene una mirada crítica sobre la ansiedad emocional de la vida moderna. Joanne representa el desorden, la duda y la rebeldía frente a las convenciones; Noah encarna el intento de estructurar la realidad a través de la fe y la disciplina. Sus enfrentamientos exponen la distancia entre quienes buscan certezas y quienes prefieren navegar entre contradicciones. La serie encuentra su fuerza en esos contrastes, donde el humor convive con la incomodidad. Las escenas domésticas revelan más que las palabras: un gesto, una pausa o un cambio de tono bastan para mostrar la tensión que recorre la pareja. La dirección elige una puesta en escena sobria, con cámara cercana y una luz que suaviza los contornos, reforzando la sensación de proximidad. La música acompaña sin imponerse, recordando que la comedia romántica puede sostenerse sobre la observación más que sobre el artificio. Esa economía expresiva convierte cada episodio en un retrato de la convivencia contemporánea y de la fatiga que acompaña a la búsqueda de armonía.

La religión funciona como hilo conductor y como comentario social. El judaísmo aparece como marco cultural que estructura la identidad de los personajes, pero también como un campo de tensiones morales. Noah utiliza su posición para justificar decisiones personales y Joanne se enfrenta al dilema de aceptar una tradición que la atrae y la incomoda al mismo tiempo. La serie evita la caricatura y muestra la religión como una práctica que sirve tanto para unir como para excluir. En ese sentido, la obra se acerca a las comedias de James L. Brooks, interesadas en los conflictos cotidianos que surgen de la diferencia de valores. El resultado es una reflexión sobre cómo la pertenencia se redefine en un mundo donde las creencias se cruzan con la búsqueda de libertad individual. Los personajes secundarios refuerzan esta idea: unos representan la devoción rígida, otros la indiferencia, y entre ambos extremos se desarrolla un abanico de actitudes que permite entender la fe como una experiencia social más que espiritual.

El apartado técnico refuerza la naturalidad del conjunto. La fotografía utiliza tonos cálidos que sugieren cercanía y permiten que los espacios domésticos adquieran textura emocional. El montaje mantiene un ritmo sereno, evitando el énfasis y otorgando tiempo a las miradas y los silencios. Los escenarios se presentan sin artificio, como lugares vividos donde cada objeto remite a la convivencia. La dirección apuesta por una estética sencilla que acentúa la importancia del diálogo y del espacio compartido. Ese estilo sobrio resulta coherente con el tono general, que privilegia la observación sobre la exaltación. La temporada consigue así un retrato equilibrado de la vida sentimental, donde el humor se mezcla con la incomodidad y la ternura con la distancia. En esa combinación reside su interés: la representación de la pareja como un territorio en constante ajuste, sin certezas ni fórmulas.

El final sugiere la continuidad del conflicto sin resolverlo del todo. Joanne busca preservar su independencia dentro de la relación y Noah intenta reconciliar su vocación con la vida en común. Las demás historias se cierran con un equilibrio aparente que refleja la complejidad de las emociones. Morgan, Esther y Sasha funcionan como variaciones del mismo tema, recordando que la convivencia requiere una negociación constante entre deseo y responsabilidad. La serie propone una mirada moral sin moralismo, donde los personajes tropiezan con sus propias contradicciones sin perder la capacidad de reconocerse. 'Nadie quiere esto' construye una comedia que retrata la madurez afectiva sin idealización, transformando la vida cotidiana en materia de análisis y dejando al espectador ante la evidencia de que amar implica aceptar la imperfección.

MindiesCine

Buscando acercarte todo lo que ocurre en las salas de cine y el panorama televisivo.