Las historias firmadas por Cesc Gay han recorrido durante años las tensiones de la vida privada, los matices del día a día y el humor en las relaciones. ‘Mi amiga Eva’ se suma a ese recorrido con una protagonista femenina en una etapa vital pocas veces representada en el cine reciente. Nora Navas encarna a Eva, una editora barcelonesa que en plena madurez decide revisar los pilares de su vida afectiva. La cinta se desarrolla entre Roma y Barcelona, con un guion coescrito junto a Eduard Sola, que aporta frescura al universo del director catalán.
La película se adentra en el retrato de una mujer que se enfrenta a cambios radicales en su vida con una naturalidad poco habitual. Un viaje de trabajo desencadena una sucesión de encuentros inesperados que reactivan en Eva una pulsión olvidada. A partir de ahí, se abre un camino de transformaciones personales que afectan tanto a su matrimonio como a la relación con sus hijos adolescentes. Gay muestra este tránsito con una mezcla de ironía y ligereza dramática que evita la solemnidad, aunque tampoco se refugia en la comedia ligera.
Lo interesante del planteamiento es la elección de un personaje femenino en la cincuentena que rompe con los estereotipos de la comedia romántica clásica. Eva no responde al modelo de mujer idealizada ni al arquetipo de esposa resignada. Su deseo de cambiar, aunque implique incomodidades familiares y sociales, convierte la trama en un ejercicio de observación cercano a la vida real. Los conflictos aparecen en la intimidad, en conversaciones con amigos, en silencios con su marido, en la distancia que surge con los hijos. Nada se plantea como un discurso cerrado, todo surge como parte del discurrir cotidiano.
El peso interpretativo recae sobre Nora Navas, que maneja con solvencia cada fase del proceso de Eva. Su entonación y lenguaje corporal transmiten dudas, impulsos y pequeños gestos que refuerzan la credibilidad del personaje. Junto a ella, Juan Diego Botto aporta contención en el papel de un marido que asiste desconcertado a la transformación de su pareja. Rodrigo de la Serna encarna a ese elemento inesperado que activa los deseos latentes de Eva, aunque el filme nunca lo coloca como un salvador romántico, sino como un espejo de lo que falta en su vida.
El guion permite que los secundarios funcionen como ecos que refuerzan la trama. Amistades, compañeros de trabajo y familiares añaden texturas a la narración, evitando que todo dependa de un triángulo central. Cada aparición introduce una mirada distinta hacia las decisiones de Eva, y de ese modo se refleja cómo la vida de pareja se enmarca dentro de un entramado social en el que todos opinan, juzgan o acompañan.
Barcelona, retratada con calles, plazas y cafés, se convierte en un personaje más. No es un decorado neutro, sino un espacio que dialoga con la protagonista. La ciudad funciona como escenario de encuentros, rupturas y redescubrimientos. Del mismo modo, Roma aparece como detonante de una chispa que marca el rumbo posterior de la narración. El contraste entre ambas ciudades subraya cómo un entorno distinto puede alterar la manera de relacionarse con los propios deseos.
La dirección de Gay mantiene un ritmo contenido, sin buscar grandes clímax ni escenas de choque. Prefiere sostener la tensión en diálogos con doble sentido, silencios estratégicos y situaciones incómodas que derivan en momentos cómicos. Ese equilibrio entre drama y humor recuerda la habilidad del director para retratar lo cotidiano con cercanía y precisión. El espectador asiste a una historia que, sin recurrir a excesos, consigue transmitir la sensación de estar ante personas reconocibles.
El trasfondo político y social se filtra en pequeños detalles: la edad de la protagonista, las expectativas sobre una mujer de su generación, los prejuicios hacia el divorcio y las tensiones familiares que genera. Más que enunciar un mensaje explícito, la película deja ver cómo la sociedad observa con lupa las decisiones de las mujeres que rompen con la inercia marcada. Es en ese punto donde la cinta adquiere mayor relevancia, porque coloca en primer plano un perfil de protagonista que el cine comercial suele evitar.
En algunos pasajes se perciben reiteraciones que podrían haberse aligerado. Ciertos giros resultan previsibles y algunas escenas cómicas pierden fuerza por quedarse a medio camino. Sin embargo, estas irregularidades no desfiguran el conjunto. La película mantiene una coherencia narrativa y un tono constante que refuerza la impresión de estar ante un relato pensado más para la reflexión pausada que para el entretenimiento pasajero.
‘Mi amiga Eva’ se configura como una mirada a la madurez femenina, abordada desde la perspectiva de un director acostumbrado a trabajar con crisis personales y relaciones sentimentales. El resultado es una obra que se sostiene gracias a la interpretación de Nora Navas y al empeño de Cesc Gay por dar visibilidad a una etapa vital que rara vez encuentra espacio en el cine.