Una brisa salada llega desde el mar Egeo y envuelve una villa luminosa en la que una familia británica adinerada decide instalarse para pasar el verano. Ese paisaje, que a simple vista parece un retiro de ensueño, se convierte en el escenario donde el director James Wood levanta un relato sobre la desconfianza, la manipulación y la venganza. ‘Malicia’ usa los códigos del thriller, pero no se acomoda a ellos: se adentra en la intimidad de un hogar que, detrás de las cortinas, alberga un sistema de poder que empieza a agrietarse. Jack Whitehall interpreta a Adam Healey, un tutor que llega con modales impecables y una sonrisa calculada. Frente a él, David Duchovny y Carice van Houten encarnan a un matrimonio en apariencia sólido, aunque ya contaminado por la costumbre y el control. Wood organiza este juego de máscaras con una calma engañosa, como si cada plano escondiera una trampa.
El argumento se mueve entre Londres y Grecia, alternando el orden pulcro de la ciudad con el espejismo de la costa. Adam llega a la casa de los Tanner con la excusa de cuidar a sus hijos, pero lo que en realidad persigue es otro tipo de ajuste. Desde el principio se percibe que algo desentona en esa armonía de jardín, vino blanco y piscina azul. Lo que parecía un verano sin sobresaltos se transforma en una partida donde la cortesía se usa como estrategia. Wood muestra cómo los privilegios pueden volverse jaula y cómo la aparente calma puede servir de tapadera para un conflicto que nunca se dice en voz alta. El modo en que la cámara se detiene en las miradas, o cómo el montaje se demora en silencios prolongados, deja ver un estilo de dirección que confía en la tensión sin gritarla.
Adam es el núcleo del relato. Su entrada en el hogar Tanner no obedece a la casualidad, y su forma de integrarse en la familia tiene algo de experimento controlado. Su educación y sus modales, tan perfectos como inquietantes, le permiten desactivar cualquier sospecha mientras manipula a quienes lo rodean. En su comportamiento se percibe una inteligencia práctica, una mente que observa los hábitos ajenos hasta dominar el terreno. Whitehall lo interpreta con una contención que multiplica el desconcierto. Frente a él, Duchovny da vida a un empresario acostumbrado a mandar, alguien que ha construido su identidad sobre la autoridad y empieza a perderla sin darse cuenta. Carice van Houten encarna a una esposa que aparenta serenidad, pero cuyo equilibrio se tambalea entre la sumisión y la necesidad de recuperar su voz. Las relaciones entre los tres avanzan como una danza en la que nadie parece saber quién dirige el ritmo.
El relato familiar se convierte en espejo de un orden social más amplio. Los Tanner representan el confort que se da por merecido y la ceguera que acompaña al poder. Adam, en cambio, encarna el reverso de esa prosperidad, el invitado que usa las reglas de la casa para desarmarla desde dentro. Los hijos, testigos silenciosos, funcionan como el eco de una herencia moral que ya viene contaminada. El guion está escrito con precisión: las conversaciones suenan amables, pero cada palabra encierra un cálculo. La serie no se recrea en la violencia ni en el sobresalto, sino en ese momento en que la confianza se transforma en desconfianza y la cordialidad se vuelve amenaza. Wood apuesta por una puesta en escena contenida, sin efectos superfluos, y convierte cada plano en una observación sobre cómo se sostiene una mentira compartida.
El enfrentamiento entre Adam y Jamie se sostiene sobre dos formas opuestas de entender el control. El primero lo aplica desde la observación; el segundo desde la imposición. Ese contraste sirve para explorar cómo el poder se construye sobre la debilidad del otro. ‘Malicia’ muestra con claridad que la riqueza no protege de la humillación, solo la aplaza. En la convivencia forzada de ambos se percibe un pulso constante que no necesita violencia física para resultar devastador. Wood retrata las dinámicas del privilegio con una frialdad casi quirúrgica, sin juicios, dejando que los actos hablen. El relato funciona así como una radiografía del deseo de venganza y de la forma en que se infiltra en lo cotidiano, sin grandes discursos ni justificaciones morales.
El entorno griego cumple una función que va más allá del decorado. El sol, el agua y la piedra blanca proyectan una imagen de pureza que contrasta con la sombra interior de los personajes. En esos paisajes luminosos, cada gesto se convierte en un recordatorio de que la armonía puede ocultar podredumbre. Londres, en cambio, aparece gris y asfixiante, como si el orden urbano reflejara la rigidez emocional de quienes lo habitan. Esa alternancia entre lo abierto y lo cerrado, entre el Mediterráneo y la ciudad, traza un mapa moral donde los personajes intentan escapar sin lograrlo. En ese territorio, ‘Malicia’ transforma el deseo de justicia personal en una metáfora sobre la lucha de clases contemporánea: el sirviente que asimila las reglas del patrón para devolverlas como castigo.
La dirección de Wood mantiene un pulso constante. Su forma de narrar evita los atajos, se apoya en la sugerencia y en la precisión del detalle. Las escenas se desarrollan con naturalidad, sin necesidad de explicaciones redundantes, lo que dota al relato de un ritmo sostenido que nunca decae. La fotografía de Yannis Drakoulidis equilibra la calidez del sol griego con la frialdad del interior doméstico, y ese contraste amplifica la sensación de encierro. La música, lejos de subrayar emociones, acompaña el deterioro de la familia con un tono casi desapegado, lo que refuerza la sensación de que todo lo que sucede obedece a una lógica inevitable.
La evolución de los personajes se define a través de las acciones más que de los discursos. Jamie se aferra a su papel de cabeza de familia mientras su autoridad se desmorona. Nat intenta preservar la apariencia de armonía, pero su fragilidad se impone a cada paso. Adam, por su parte, se reafirma en el control que ha ido ganando sin levantar la voz. Cada uno de ellos representa una forma distinta de afrontar la pérdida de poder. El resultado es un retrato coral en el que todos acaban expuestos a la intemperie de sus propios errores.
El cierre de la historia no busca el impacto del giro sorpresa, sino la lógica de la consecuencia. ‘Malicia’ utiliza el marco del thriller para hablar de la decadencia moral que se oculta tras la prosperidad, del miedo que se disfraza de elegancia y del resentimiento que alimenta las jerarquías. En sus imágenes late una reflexión sobre cómo la comodidad puede degenerar en crueldad y cómo la venganza, lejos de liberar, perpetúa el mismo ciclo que pretende romper. Wood encuentra en esa tensión su territorio narrativo, uno donde cada gesto revela la precariedad de las certezas y cada silencio pesa más que cualquier grito.
‘Malicia’ se consolida así como una historia sobre el engaño, el privilegio y la fragilidad de las apariencias. A través de una narración serena y de personajes construidos con precisión, James Wood explora la forma en que el deseo de revancha puede poner en evidencia la corrupción íntima de quienes se creen a salvo. Lo que queda al final es la sensación de que ningún refugio resulta estable cuando la verdad empieza a filtrarse por las paredes.
