Cine y series

Los Rose

Jay Roach

2025



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Cualquier pareja que haya compartido demasiadas cenas sabrá que el silencio no siempre significa calma. En 'Los Rose', Jay Roach coloca a Theo y Ivy frente a esa incomodidad cotidiana que se disfraza de estabilidad, como si el amor pudiera sostenerse a fuerza de buenos modales. El director, más acostumbrado a la sátira política y la comedia ligera, construye aquí un relato donde la cordialidad inicial se desmorona con precisión milimétrica. Su mirada sobre el matrimonio es observadora, casi científica, como si cada discusión funcionara como un experimento sobre los límites del cariño. Benedict Cumberbatch y Olivia Colman encarnan a un matrimonio británico trasladado a California, donde el éxito profesional, la crianza de los hijos y la rutina van moldeando una convivencia cada vez más afilada. Roach filma ese desgaste sin dramatismo y con un ritmo que convierte cada escena en un combate elegante, lleno de frases punzantes y silencios que dicen más que cualquier explosión.

El punto de partida parece inofensivo: una pareja en terapia con una lista de virtudes que deben enumerar sobre el otro. Ella anota con ironía que su marido tiene brazos; él responde con un elogio envuelto en sarcasmo. Lo que empieza como humor británico termina siendo la radiografía de un vínculo construido sobre la rivalidad. La historia retrocede para mostrar sus comienzos en Londres, cuando Ivy trabaja en una cocina y Theo, cansado de su profesión, se enamora de su espontaneidad. El impulso los lleva a mudarse a Estados Unidos, donde su vida de aparente prosperidad se sostiene sobre un reparto desigual de deseos. Cuando su suerte profesional se invierte y el éxito de ella coincide con el fracaso de él, el equilibrio se rompe. Lo que sigue es una guerra doméstica que Roach filma con una mezcla de comedia y crueldad. La narración se adentra en los espacios de la casa como si cada estancia guardara un reproche pendiente. En ese escenario brillante y ordenado, el conflicto se vuelve una forma de comunicación tan legítima como el afecto.

En el fondo, 'Los Rose' habla de la lucha por conservar la identidad dentro de una relación que lo consume todo. Theo encarna la fragilidad de un hombre que mide su valor en función de su trabajo, mientras Ivy representa la reinvención de quien descubre su talento cuando ya nadie espera nada de ella. Esa inversión de roles alimenta un pulso constante entre culpa y orgullo. El guion de Tony McNamara observa el ascenso de Ivy como chef y la caída de Theo con un tono que alterna ironía y amargura. Las escenas familiares, aparentemente triviales, esconden una reflexión sobre el poder, el dinero y la necesidad de reconocimiento. Roach filma esos choques sin sentimentalismo, permitiendo que la risa y la tensión coexistan. Lo que más destaca es cómo la película captura la manera en que el amor se convierte en contabilidad afectiva, donde cada gesto se evalúa como una deuda o un favor. Esa frialdad calculada convierte al matrimonio en un escenario de rendición de cuentas más que de comprensión.

El universo que rodea a los protagonistas está poblado por figuras que sirven de contraste y comentario. Los amigos estadounidenses, interpretados por Andy Samberg y Kate McKinnon, aportan humor pero también muestran la superficialidad de quienes confunden deseo con complicidad. Los colegas y empleados de Ivy completan un mosaico social donde todos parecen medir su valía por la atención que reciben. Allison Janney, en una breve aparición como abogada, introduce una lucidez seca que desarma cualquier resto de romanticismo. Roach otorga a estos secundarios un papel coral, aunque su presencia refuerza una idea central: las relaciones modernas se sostienen sobre la apariencia de equilibrio, incluso cuando el desgaste ya se ha convertido en la norma. Las cenas, los brindis y las conversaciones civilizadas esconden un cansancio estructural que el director observa sin dramatizar, casi con la distancia de quien examina un ecosistema al borde del colapso.

El diseño visual contribuye a esa sensación de farsa elegante. La luz natural, los interiores amplios y los colores cálidos generan un entorno que parece extraído de un catálogo de bienestar. Esa armonía superficial contrasta con la violencia que se acumula bajo la piel de los personajes. La cámara de Florian Hoffmeister se mueve con serenidad, como si el conflicto necesitara espacio para expandirse. La dirección de arte refuerza la ironía: cada objeto parece tener un valor estético que subraya la falsedad de la felicidad. En ese aspecto, la película recuerda a los retratos matrimoniales de Mike Nichols, donde el diseño se convierte en espejo del vacío emocional. Roach mantiene el pulso entre belleza y crueldad, logrando que el espectador perciba la incomodidad incluso en las escenas más pulidas. Nada chirría, pero todo incomoda. Esa contradicción define la identidad visual de la película.

El trabajo interpretativo de Benedict Cumberbatch y Olivia Colman sostiene la tensión de principio a fin. Él encarna a un hombre incapaz de aceptar la pérdida del control con un lenguaje corporal que mezcla rigidez y sarcasmo. Ella despliega una energía contenida que oscila entre el resentimiento y la reafirmación personal. Ambos construyen personajes que se admiran y se hieren con la misma intensidad. La química entre ellos funciona precisamente porque está al borde de romperse. Roach aprovecha esa fisura para explorar la comunicación como campo de batalla. Cada conversación se convierte en un duelo en el que las palabras funcionan como proyectiles. El humor actúa como un mecanismo de defensa, una manera de mantener la distancia emocional mientras se destruyen mutuamente. En ese equilibrio entre lo cómico y lo cruel reside la eficacia del filme, que consigue retratar el matrimonio como un sistema que sobrevive más por inercia que por afecto.

La película introduce además una lectura social clara: la idealización del éxito como medida del amor. Ivy asciende en la escala mediática mientras Theo se hunde en la frustración de la inutilidad. La relación entre ambos se transforma en un espejo de una época donde el reconocimiento se ha vuelto un requisito afectivo. Roach no busca moralejas, pero deja en evidencia un mal contemporáneo: la dependencia emocional del estatus. Los hijos, moldeados por la ambición paterna y la ausencia materna, representan la transmisión de esa herencia distorsionada. La historia sugiere que la competitividad que domina la vida pública se infiltra en lo íntimo hasta convertirlo en un reflejo del mercado. En ese sentido, Disney+ acoge una película que se aleja del tono amable habitual y se adentra en un territorio incómodo, más cercano al humor negro británico que a la comedia romántica.

El desenlace elige la calma en lugar del espectáculo. Roach cierra la historia sin juicios ni reconciliaciones, como si la ruina material fuera la única consecuencia lógica de tanto desgaste. La destrucción de la casa, que debería simbolizar la victoria de uno sobre el otro, termina siendo la imagen de un fracaso compartido. Todo lo que los unía se desvanece sin estridencias. Lo que queda es el vacío, una serenidad amarga que sustituye al ruido de las discusiones. Con esa elección, el director evita cualquier consuelo fácil y deja al espectador con una sensación de lucidez. 'Los Rose' observa la vida en pareja con una mezcla de ironía y precisión, mostrando cómo la convivencia moderna puede convertirse en un ejercicio de resistencia emocional. La película propone mirar de frente la fragilidad de los vínculos y entender que la estabilidad, más que un ideal, puede ser una forma sofisticada de derrota.

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