Cine y series

Los Forsyte

Meenu Gaur

2025



Por -

Un salón iluminado por candelabros refleja la ambición de toda una familia. Así empieza ‘Los Forsyte’, una historia donde el linaje pesa más que el afecto y la riqueza se convierte en un idioma compartido que define la forma de amar y de comportarse. Debbie Horsfield, al adaptar los relatos de John Galsworthy, coloca al espectador frente a un escenario donde las emociones se ordenan igual que las acciones de bolsa. Nada queda fuera de cálculo. Cada mirada, cada frase pronunciada en voz baja, parece pertenecer a una coreografía ensayada durante generaciones. La dirección prefiere la precisión antes que la improvisación y convierte la elegancia en un método de control. No se trata de un relato de nostalgia, sino de una exploración de cómo una familia acomodada logra sostener su poder mediante la disciplina y la apariencia. Horsfield no idealiza el pasado victoriano, lo examina con el bisturí de quien sabe que bajo la cortesía se esconde una lucha feroz por conservar el lugar en el mundo.

En el centro del relato se enfrentan dos primos que representan maneras opuestas de entender la vida. Jolyon, con su deseo de independencia y su inclinación por el arte, simboliza a quien se atreve a mirar más allá de las normas. Soames, en cambio, se mueve como un empresario que mide cada gesto según el beneficio que pueda obtener. Su disputa no se limita a un negocio familiar ni a una herencia: revela un conflicto entre la libertad y la obsesión por la posesión. Horsfield aprovecha esa dualidad para mostrar que el dinero, lejos de garantizar la estabilidad, crea un tipo de prisión invisible. Los decorados relucen, pero la cámara deja ver que esa belleza encierra un aire de encierro. Las habitaciones lujosas parecen vitrinas donde los personajes se observan entre sí, prisioneros de una etiqueta que los define más que cualquier emoción. El guion deja claro que la prosperidad económica se compra a cambio de sacrificar la espontaneidad y que el apellido Forsyte vale más que cualquier deseo individual.

Frances, esposa de Jolyon, ocupa un lugar decisivo en la trama y da al relato una perspectiva más amplia sobre el papel de las mujeres dentro de un sistema dominado por la conveniencia. Ella encarna la contradicción entre el deber y la necesidad de afirmarse en un entorno que la limita. Horsfield amplía su figura y la convierte en un punto de tensión moral. Su vida con Jolyon, más cercana a un pacto que a una elección, retrata cómo las mujeres de esa clase social aprendían a sobrevivir sin margen de error. Cuando aparece Louisa, la antigua amante de su marido, el relato gana complejidad. Entre ambas surge algo más que una rivalidad: un espejo donde cada una reconoce lo que ha tenido que ceder para sostener su lugar. Louisa, convertida en modista tras haber sido sirvienta, se presenta como una mujer que ha perdido posición pero ha ganado autonomía. Frances, en cambio, mantiene los privilegios a costa de su libertad. Esa contraposición permite a la serie hablar del coste social de la respetabilidad y de la forma en que las estructuras de poder atraviesan las relaciones personales.

La puesta en escena refuerza esas tensiones mediante una planificación cuidada, donde los espacios funcionan como reflejo de los personajes. Los banquetes y los bailes no son fiestas, sino exhibiciones de estatus donde cada frase tiene un propósito. La dirección evita los excesos y construye las escenas con un ritmo pausado que recuerda al ceremonial de un ritual familiar. La luz, brillante y controlada, mantiene la sensación de artificio, como si todo el mundo de los Forsyte existiera bajo una vitrina de perfección forzada. Esa elección estética resalta la idea de que la elegancia no libera, sino que vigila. Horsfield utiliza esa frialdad visual para subrayar el contraste entre la riqueza material y el vacío afectivo. Las palabras pesan más por lo que callan que por lo que expresan. En cada conversación late una tensión de fondo: el miedo a perder posición, el deseo de escapar, la culpa que acompaña a cualquier gesto de independencia.

Francesca Annis, en el papel de Ann Forsyte, impone respeto sin necesidad de rigidez. Su figura actúa como brújula moral de una familia que se resiste al cambio. Cada aparición suya sirve para recordar que la tradición puede ser tan implacable como el dinero. Frente a ella, Danny Griffin aporta a Jolyon una inquietud constante, un aire de inconformidad que lo mantiene dividido entre la lealtad y el impulso de romper con todo. Joshua Orpin da vida a Soames con una mezcla de cálculo y vulnerabilidad que evita que el personaje caiga en la caricatura. La fuerza de su interpretación reside en mostrar cómo el control absoluto termina por devorar al propio controlador. Millie Gibson, como Irene, encarna la atracción por lo prohibido, esa energía que irrumpe en un mundo construido para contenerla. Eleanor Tomlinson, en su papel de Louisa, aporta una serenidad que contrasta con el entorno rígido de los Forsyte y da voz a una clase que rara vez protagoniza este tipo de relatos. Horsfield logra que el reparto funcione como un conjunto coral en el que cada personaje, incluso los secundarios, actúa como pieza necesaria para sostener la maquinaria social que describe la historia.

La trama avanza entre reuniones familiares, cartas ocultas y revelaciones que no rompen el orden, pero lo resquebrajan. El relato nunca abandona la línea del melodrama, aunque lo utiliza como vehículo para tratar asuntos más amplios. Bajo las intrigas amorosas late una reflexión sobre la economía de las emociones en una sociedad que mide el valor de las personas según su posición. Los Forsyte viven obsesionados con la idea de heredar, no solo bienes sino una forma de estar en el mundo. Horsfield plantea que esa herencia es también una condena. La serie explora cómo las clases altas construyen su estabilidad sobre el sacrificio de la libertad ajena, y cómo cada generación repite los mismos errores por miedo a perder seguridad. En ese sentido, la historia funciona como un espejo de cualquier época donde la apariencia pesa más que la sinceridad y el dinero actúa como árbitro moral.

La música compuesta por Anne Dudley sostiene el ritmo interno del relato y aporta una continuidad que evita el estancamiento. Sus temas orquestales, amplios y sin sentimentalismo excesivo, acompañan las escenas como si marcaran el pulso de una sociedad que vive al compás de la corrección. El sonido, lejos de reforzar la emoción, estructura el tiempo y ordena la narración con discreción. Esa decisión mantiene la coherencia de un conjunto en el que cada elemento, desde la iluminación hasta la cadencia del diálogo, está diseñado para transmitir control. La serie convierte así la represión en materia dramática. Todo se construye para mantener la compostura y, a la vez, dejar visible el esfuerzo que implica conservarla.

‘Los Forsyte’ se erige como una exploración de las costumbres que sostienen la apariencia de estabilidad. Horsfield no busca la espectacularidad ni el sentimentalismo; se interesa por mostrar cómo los vínculos personales quedan subordinados a la conveniencia y a la herencia. La serie se mueve entre el lujo y la incomodidad, entre la cortesía y la tensión contenida. Al observar a esta familia se comprende que el brillo social puede ser una forma de encierro y que el precio del orden es la pérdida de espontaneidad. Lo que comienza como un retrato de época acaba convertido en una reflexión sobre la fragilidad de cualquier estructura que se apoya en el miedo a cambiar.

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