Cine y series

Los Domingos

Alauda Ruiz de Azúa

2025



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Alauda Ruiz de Azúa vuelve a detenerse en los pliegues de la vida familiar con ‘Los domingos’, una película que observa con precisión el desconcierto que provoca en un hogar corriente la decisión de una adolescente de entrar en un convento. La historia no se presenta como un drama sobre la religión, sino como una exploración sobre el miedo a perder el control dentro de una familia que se tambalea entre las rutinas, las heridas no cerradas y los silencios que se heredan. Ainara, con sus diecisiete años y una calma que inquieta, comunica su deseo de hacerse monja, y esa elección actúa como un terremoto emocional que reordena cada relación doméstica. Ruiz de Azúa dirige con una serenidad que no congela la emoción, sino que la hace avanzar paso a paso, dejando que el espectador se adentre en un clima donde el cariño convive con la incomodidad y la fe se convierte en una forma de resistencia frente al ruido de lo cotidiano.

El argumento gira alrededor de ese anuncio inesperado que desencadena una cadena de reacciones. El padre, un hombre desgastado por los problemas económicos y por la soledad, ve en la decisión de su hija una forma de abandono. La tía, más práctica, entiende esa vocación como un acto de fuga ante una realidad que duele. La abuela, anclada en una religiosidad de otros tiempos, percibe en la nieta la repetición de una historia que ya conoce. Ruiz de Azúa coloca a estos personajes en un mismo espacio, donde cada conversación sirve para revelar una grieta. El guion avanza sin estridencias, construyendo el conflicto desde lo cotidiano: una comida en silencio, una habitación compartida, un paseo que acaba en reproche. La película observa sin juicios el modo en que las decisiones personales desestabilizan los vínculos familiares, y lo hace con la misma honestidad con la que en ‘Cinco lobitos’ retrató la maternidad. Aquí, el peso recae en la dificultad de aceptar que cada individuo persigue su propio sentido, aunque eso rompa el equilibrio de quienes le rodean.

El personaje de Ainara, interpretado con una mezcla de dulzura y determinación, se convierte en el eje que organiza el relato. Su decisión de ingresar en un convento puede entenderse como una forma de huida, pero también como un intento de recuperar algo que la realidad le niega: silencio, tiempo, pertenencia. La película no presenta la fe como un refugio místico, sino como un acto político, una afirmación en medio de un entorno que mide la vida en función del rendimiento y el ruido. Su familia, incapaz de comprenderla, reacciona con incomodidad y desconcierto, mostrando cómo el deseo de creer puede resultar subversivo en una época que premia la velocidad y desprecia la pausa. Ruiz de Azúa convierte esa tensión entre lo espiritual y lo material en el núcleo emocional del film, y desde ahí examina la distancia generacional, los choques entre tradición y modernidad, y la dificultad de nombrar lo que nos separa.

El retrato que la directora construye de la familia es implacable. El padre representa la autoridad que se derrumba cuando su modelo de orden se tambalea. La tía encarna la racionalidad moderna que prefiere entender antes que aceptar. La abuela mantiene un vínculo con la religión más institucional, donde la fe se confunde con la costumbre. En esa mezcla se dibuja el retrato de un país que todavía arrastra la influencia de una educación católica que enseñó a callar, a complacer y a obedecer. Ruiz de Azúa no dramatiza esa herencia; la filma como si fuera un aire que se respira, una manera de estar en el mundo que condiciona incluso a quienes se creen lejos de ella. Cada domingo en esa casa funciona como un ritual repetido, un intento de mantener un orden que se descompone sin remedio. La película no busca moralejas; muestra cómo el amor familiar, cuando se aferra al miedo, termina generando heridas más hondas que el propio conflicto.

El contexto social también se filtra con claridad. En ‘Los domingos’ se percibe la presión de un sistema que asocia la utilidad con el valor y convierte cualquier acto de fe en una rareza. Ainara encarna la búsqueda de sentido en una época que ha vaciado de contenido las creencias colectivas. No es una película sobre la religión, sino sobre la necesidad de creer en algo cuando todo parece carecer de dirección. Ruiz de Azúa no ofrece discursos teóricos: lo expresa en los gestos mínimos, en la forma en que la cámara se detiene sobre los objetos del hogar, en los planos en los que la luz se vuelve casi un personaje. Las escenas de interior, marcadas por una iluminación que oscila entre la penumbra y la claridad, traducen visualmente la confusión moral de los protagonistas. La fotografía, de tonos apagados y encuadres precisos, convierte la casa en un reflejo de los personajes: cálida y opresiva al mismo tiempo, como si la convivencia se hubiera vuelto un espacio del que cuesta salir.

El convento, en cambio, se presenta con una serenidad que no promete paz, sino orden. Las secuencias que muestran la vida monástica no caen en la idealización; transmiten la disciplina y el peso del silencio. Ruiz de Azúa utiliza esos espacios para mostrar la paradoja de la libertad: Ainara encuentra calma en un lugar donde cada acto está pautado, pero también comprende el coste de su elección. La madre superiora encarna una autoridad que inspira respeto y temor, recordando que incluso dentro del retiro las jerarquías siguen vivas. El contraste entre el hogar y el convento revela cómo toda estructura de poder, por más espiritual que parezca, sigue sustentándose en el control y en la renuncia. La película se convierte así en una reflexión sobre la tensión entre la búsqueda individual y las normas colectivas, entre el deseo de pureza y la imposibilidad de alcanzarla.

Desde el punto de vista formal, ‘Los domingos’ confirma el estilo de una directora que confía en la observación más que en el subrayado. La cámara nunca invade, pero tampoco se distancia. La dirección de actores apuesta por la naturalidad sin caer en el costumbrismo, y eso otorga credibilidad a cada diálogo. Los silencios no funcionan como adorno, sino como parte esencial del discurso. Ruiz de Azúa construye la emoción desde la economía de gestos, con un dominio del tiempo narrativo que recuerda a autores como Cristian Mungiu o Mia Hansen-Løve, cineastas que también entienden el cine como un ejercicio de contención y mirada. Aquí cada plano dura lo justo para que el espectador sienta la densidad de lo que no se dice, y esa elección dota a la película de una fuerza que se sostiene sin artificios.

En la parte final, el relato alcanza su mayor intensidad cuando Ainara enfrenta las consecuencias de su decisión. La distancia con su familia se convierte en algo físico, y el reencuentro con su tía concentra toda la tensión acumulada. No hay discursos, solo gestos que revelan el afecto, la incomprensión y el desgaste. Ruiz de Azúa filma ese encuentro con una sobriedad que multiplica su potencia. La escena no resuelve el conflicto, pero deja una sensación de claridad: las creencias, cuando se sostienen desde la conciencia, pueden convertirse en una forma de libertad. La película termina sin promesas, pero con una certeza: la vida se sostiene en los vínculos que aprendemos a aceptar, incluso cuando duelen.

‘Los domingos’ se levanta como una mirada firme sobre la familia, la fe y la búsqueda de sentido en un tiempo que ha perdido las certezas. Ruiz de Azúa no pretende conmover ni provocar, sino observar cómo las emociones se transforman cuando se enfrentan a lo incomprensible. Su película retrata la fragilidad de los afectos y la fuerza de quienes, incluso sin entenderlo todo, se atreven a seguir adelante. Entre la religión y la vida cotidiana, entre el deber y la elección, entre el amor y la distancia, el film consigue atrapar algo que pocas veces se representa en pantalla: la tensión entre creer y seguir viviendo.

'Los Domingos' ha sido proyectada en el Festival de Cine por Mujeres 2025

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