El polvo del oeste siempre parece esconder la misma historia, pero en 'Los abandonados' ese polvo se levanta con un propósito distinto. No anuncia cabalgatas heroicas ni duelos al amanecer, sino un conflicto íntimo y silencioso sobre el poder, la fe y el instinto de posesión. La serie, creada por Kurt Sutter y dirigida por Otto Bathurst y Stephen Surjik, llega a Netflix con la intención de resucitar el espíritu del western para enfrentarlo a su propia herencia. Lo que encontramos en el pequeño pueblo de Angel’s Ridge, en el Washington de 1854, no es una epopeya sobre pioneros valientes, sino una radiografía de cómo la ambición y la religiosidad pueden deformar la idea de familia y comunidad. Todo empieza con dos mujeres, Constance Van Ness y Fiona Nolan, que se miran desde orillas opuestas de la tierra, ambas dispuestas a gobernar un territorio que se desmorona entre sus manos.
La estructura de 'Los abandonados' se sostiene sobre ese duelo entre matriarcas. Constance, interpretada por Gillian Anderson, es la propietaria de una mina que sostiene la economía del pueblo. Su autoridad nace de la riqueza y de una visión del mundo que confunde orden con dominio. Fiona, encarnada por Lena Headey, representa lo contrario: una mujer que ha levantado su rancho con la ayuda de cuatro hijos adoptivos, movida por una fe que se mezcla con una rabia que no siempre sabe contener. Entre ambas se abre un abismo moral que se agranda cuando una tragedia inicial altera el frágil equilibrio del lugar. A partir de ese momento, cada decisión se convierte en un movimiento dentro de una partida sin reglas. La serie muestra cómo las estructuras familiares pueden ser tan violentas como las guerras por la tierra, y cómo el amor maternal puede transformarse en una forma de posesión. La cámara se detiene en los silencios, en los pequeños gestos de autoridad, en los espacios donde el miedo se confunde con respeto.
El guion de 'Los abandonados' no se conforma con reproducir el esquema del enfrentamiento entre ricos y pobres. Lo interesante es cómo convierte esa lucha en un retrato del nacimiento de una sociedad dividida entre el poder económico y la fe ciega. Constance quiere extraer del subsuelo un filón de plata que simboliza la ambición sin medida, mientras Fiona defiende su territorio como si se tratara de un mandato divino. Entre ellas, los hijos adoptivos o biológicos son piezas atrapadas en una red de culpa y lealtad. La violencia que recorre los episodios nunca aparece como espectáculo, sino como consecuencia inevitable de un modo de vida que se justifica a través del deber y la propiedad. El pueblo de Angel’s Ridge, con su iglesia, su cantina y su mina, se convierte en un microcosmos del nacimiento del capitalismo estadounidense. Todo se mueve en nombre del progreso, pero lo que emerge es la descomposición moral de quienes lo impulsan.
La dirección de Bathurst maneja los espacios con una intención precisa. La luz áspera de las mañanas y la oscuridad densa de las noches crean una sensación de asfixia constante. En ese escenario, los rostros de Anderson y Headey concentran la tensión de la historia. Constance ejerce el control con una frialdad que roza el fanatismo racional, mientras Fiona encarna una pasión que se desborda con la misma intensidad con la que protege a los suyos. Cada enfrentamiento entre ambas se convierte en una batalla de fe contra ambición. Las escenas entre los hijos añaden matices que amplían esa confrontación: la atracción entre Elias y Trisha, la rebeldía de Dahlia, la búsqueda de identidad de Albert. Todos ellos sirven para evidenciar cómo la herencia del poder y la religión pesa más que cualquier sentimiento de libertad. El montaje irregular, con episodios de duración desigual, acentúa esa sensación de desequilibrio interno, como si la historia misma se resistiera a mantener una forma estable.
Desde el punto de vista político, 'Los abandonados' propone una lectura cruda sobre la colonización y el origen del poder económico. El relato sitúa la codicia en el centro de la construcción de una nación, y lo hace mostrando las consecuencias personales de esa avaricia. Los pueblos indígenas aparecen relegados a un papel secundario, casi como testigos de una tragedia que les ha sido impuesta, lo que refuerza la crítica implícita hacia un mundo que se funda sobre la exclusión. La religión, omnipresente en la vida de Fiona, actúa como justificación de la violencia, mientras la ley, representada por un sheriff complaciente, funciona como el rostro civilizado de la injusticia. La serie no adopta el tono de sermón; simplemente exhibe los mecanismos de una sociedad que confunde la fe con el poder y la justicia con la propiedad. La cámara, más observadora que narrativa, registra ese desmoronamiento moral con una calma que termina resultando inquietante.
Las interpretaciones sostienen el relato con una solidez que compensa sus irregularidades narrativas. Lena Headey convierte a Fiona en un torbellino de convicciones que se agrietan a medida que la violencia crece. Anderson, por su parte, dota a Constance de un magnetismo glacial que deja entrever una humanidad escondida tras el cálculo. Entre ambas se genera un equilibrio frágil que mantiene la serie en tensión constante. Los secundarios, aunque menos desarrollados, sirven para proyectar las consecuencias de sus decisiones: hijos que cargan con la culpa ajena, trabajadores atrapados entre la lealtad y el miedo, un pueblo entero que asume la corrupción como forma de supervivencia. 'Los abandonados' no busca héroes ni villanos, sino que muestra cómo todos terminan atrapados en el mismo círculo de dominio y derrota. Cada episodio deja la sensación de que el orden del pueblo se sostiene sobre una mentira compartida.
El aspecto visual de la serie refuerza esa idea de decadencia. La fotografía apuesta por tonos apagados que borran cualquier atisbo de épica. La tierra, las minas y los animales se convierten en símbolos de un mundo que se agota. No hay espacio para la idealización del pasado, solo para la constatación de su violencia. El ritmo, a veces torpe, sirve sin embargo para transmitir la sensación de que el tiempo se estira en un territorio donde nadie avanza realmente. El sonido del viento, los rezos y los martillos en la mina marcan el pulso de una vida atrapada en la repetición. 'Los abandonados' utiliza la forma del western moderno para desarmar su propio mito, mostrando que bajo la apariencia de grandeza se esconde una historia de ambición, fe mal entendida y herencias imposibles de limpiar. La serie convierte la frontera en un espejo incómodo donde el espectador puede ver reflejadas las raíces de un poder que aún define la sociedad contemporánea.
