Cine y series

Las mutaciones

Jorge Hernández Aldana

2025



Por -

La historia empieza con un silencio. No uno cualquiera, sino ese que se clava en los espacios familiares cuando algo cambia para siempre. En ‘Las mutaciones’, Jorge Hernández Aldana coloca su cámara justo ahí, en el punto en que una familia empieza a desmoronarse sin saber cómo volver a hablar. La película arranca con Raúl, un abogado que después de una operación pierde la lengua y, con ella, todo lo que creía ser. A partir de ese momento, lo que antes parecía cotidiano —la mesa compartida, los ruidos de la casa, las conversaciones interrumpidas— se convierte en un campo de batalla entre la vida que sigue y la que se apaga. Hernández Aldana construye una película que se mueve sin prisas, confiando en que el espectador comprenda que el drama no necesita grandes gestos para doler. Su dirección busca la serenidad antes que el impacto, como si cada plano intentara sostener lo que se derrumba en los personajes.

El relato se centra en Raúl, interpretado por Tony Dalton, que se enfrenta a un cuerpo que ya no le obedece. La enfermedad actúa como un espejo que refleja todo lo que estaba roto desde antes: una pareja que se había rendido a la costumbre, unos hijos atrapados entre la indiferencia y el miedo, y una empleada doméstica que acaba ocupando el centro de la casa. La cámara lo sigue sin indulgencia, sin convertirlo en mártir. Dalton consigue transmitir un agotamiento silencioso que define el tono de la película, mientras el director usa la quietud para hacer visible la tensión de lo que no puede decirse. La pérdida del habla no funciona como símbolo, sino como una barrera concreta que desordena el equilibrio de un hogar acostumbrado a comunicarse a través de la autoridad. El guion explora cómo el silencio despoja a Raúl del poder y, en esa misma medida, abre la puerta a que otros hablen por él, con compasión o con egoísmo.

Elodia, interpretada por Mónica del Carmen, sostiene la historia con una naturalidad que desarma. Su personaje encarna la resistencia sin alardes, esa mezcla de ironía, ternura y cansancio que tanto se reconoce en el día a día. La película la presenta como el verdadero motor del relato, la figura que transforma la enfermedad en una forma de vínculo. En su trato con Raúl conviven la paciencia y la desesperación, el humor y el peso de la responsabilidad. Le regala un loro que repite improperios y, con ese gesto, introduce la única voz libre del conjunto: una voz que se burla del drama, que interrumpe los silencios y que, de algún modo, sustituye lo que el protagonista ya no puede pronunciar. Ese humor seco, que nunca se impone pero siempre está, se convierte en el respiro que impide que la película se hunda en la solemnidad. Hernández Aldana entiende que la risa también es una forma de resistencia, y la usa para humanizar las relaciones sin suavizar la dureza del proceso.

El guion adapta la novela de Jorge Comensal con una mirada que se aleja del sentimentalismo y se acerca más al análisis. La historia no se limita a retratar una enfermedad, sino que observa cómo el miedo altera la dinámica del poder y la comunicación en una familia de clase media. Raúl, abogado acostumbrado a tener la última palabra, pierde la posibilidad de ejercer control sobre su entorno, y ese vacío lo ocupa Elodia con una mezcla de pragmatismo y compasión. La película muestra cómo la dependencia genera nuevas jerarquías y cómo el cuidado puede ser, al mismo tiempo, un acto de entrega y una forma de dominación. En paralelo, los hijos se refugian en sus pequeñas fugas —una relación sexual, un atracón, un viaje imaginario— que funcionan como mecanismos de defensa ante la inminencia de la pérdida. La dirección encuentra equilibrio entre esos momentos de desconexión y los de intimidad forzada, y ahí es donde la película resulta más precisa: en el modo en que muestra que el amor no siempre salva, pero sí obliga a seguir cerca.

El tono general de ‘Las mutaciones’ se sostiene sobre una puesta en escena austera. Las habitaciones están llenas de objetos cotidianos, los sonidos son parte esencial de la narración y la cámara evita cualquier artificio que distraiga. La fotografía, dominada por tonos cálidos y sombras suaves, encierra a los personajes en un clima donde el tiempo parece suspenderse. Ese tempo pausado permite que el espectador perciba la transformación del espacio doméstico, que pasa de refugio a prisión, y del silencio como alivio al silencio como carga. Hernández Aldana filma sin dramatismos y sin discursos morales, pero su mirada está cargada de intención: retratar la fragilidad de las estructuras familiares cuando se enfrentan a la enfermedad. El resultado tiene una transparencia que remite al cine de Koreeda o de Lucrecia Martel, en su capacidad de mirar lo íntimo sin convertirlo en alegoría.

A lo largo del metraje, la película aborda temas que no suelen ocupar el centro del cine mexicano reciente: la desigualdad en los cuidados, el papel de la fe popular y la discusión sobre la libertad de morir. El director trata este último asunto con especial delicadeza, sin convertirlo en bandera ni en tabú. Lo inserta en la historia como un pensamiento que se va instalando en la mente del protagonista y en la conciencia de quienes lo rodean. Raúl comprende que su cuerpo ya no le pertenece por completo, y la película se pregunta qué significa decidir sobre el final cuando todo lo demás se escapa. En ese terreno moral, ‘Las mutaciones’ se distancia de las películas que buscan conmover y opta por invitar a pensar. La cámara no emite juicios, pero las imágenes dejan claro que acompañar también implica aceptar lo que el otro desea, aunque duela.

El ritmo del montaje, que alterna escenas estáticas con breves irrupciones de movimiento, refleja el vaivén emocional de los personajes. Nada sucede de forma abrupta, y sin embargo todo se transforma lentamente. El loro Benito, con su irreverencia constante, aporta una especie de contrapeso simbólico al mutismo de Raúl: repite lo que los demás callan, se burla de la solemnidad y, al hacerlo, devuelve al protagonista una voz prestada. Ese detalle, lejos de ser anecdótico, condensa una de las ideas más potentes de la película: la comunicación puede existir incluso cuando las palabras fallan. La enfermedad, el humor y la ternura se entrelazan hasta formar un retrato que evita el dramatismo gratuito. El resultado es un film que consigue que lo cotidiano se vuelva revelador sin perder su naturalidad.

El final evita cualquier cierre fácil. No se plantea como redención ni como castigo, sino como una aceptación de la transformación. Raúl y quienes lo rodean han aprendido a convivir con la fragilidad sin la ilusión de controlarlo todo. La dirección de Hernández Aldana se mantiene fiel a esa idea: filmar lo que permanece después del ruido, lo que queda cuando la comunicación desaparece. La película termina como empezó, con un silencio, pero esta vez cargado de sentido. Su fuerza reside en haber mostrado que incluso en los momentos más oscuros la vida se reorganiza, y que el acompañamiento, más que un deber, puede convertirse en el último acto de libertad. ‘Las mutaciones’, estrenada en Cinépolis, confirma que el cine puede ser una forma de conversación sin palabras, una mirada hacia lo que seguimos siendo cuando todo cambia.

MindiesCine

Buscando acercarte todo lo que ocurre en las salas de cine y el panorama televisivo.