Cine y series

Landman - temporada 2

Taylor Sheridan

2025



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Las tierras de Texas nunca se agotan, solo cambian de dueño. En ‘Landman’, Taylor Sheridan vuelve a colocar la cámara sobre ese horizonte reseco donde el petróleo se confunde con el destino. La segunda temporada arranca después de la muerte de Monty Miller, un magnate cuya ausencia abre una grieta en M-Tex, la empresa petrolera que él fundó. A partir de ese vacío se levanta una trama donde los negocios, la lealtad y la familia comparten un mismo idioma: el del poder. Tommy Norris, interpretado por Billy Bob Thornton, asume el liderazgo con la serenidad de quien sabe que cada decisión arrastra un coste, mientras Cami Miller, la viuda de Monty, interpretada por Demi Moore, intenta mantener el equilibrio entre la presión empresarial y el duelo personal. La dirección, entre Sheridan y Stephen Kay, evita el espectáculo y prefiere la observación. Nada ocurre deprisa. Todo avanza al ritmo de un mundo que cava su riqueza con las manos y con el alma.

El relato se sostiene sobre las tensiones familiares, que son, en realidad, el combustible emocional de la serie. Tommy encarna la figura del hombre que se cree dueño de todo, pero vive acosado por los errores del pasado. Su relación con Cami mezcla desconfianza y dependencia, como si ambos necesitaran al otro para no hundirse. Angela, su exesposa, se mueve entre el capricho y la melancolía, convertida en un reflejo incómodo de una vida que perdió rumbo hace tiempo. Ainsley, la hija, representa una generación vacía de propósito, educada en el lujo y sin herramientas para entender el peso del trabajo. Cooper, el hijo, busca su lugar lejos de la sombra paterna y se convierte en el personaje más honesto del conjunto: un joven que, desde el barro de los pozos, se enfrenta a los límites de su propio apellido. La familia Norris no es solo un grupo de personajes, sino una alegoría de un país que mide su valor por la cantidad de tierra que posee.

El guion avanza entre oficinas, cenas y reuniones que parecen más juicios que encuentros. Sheridan utiliza el petróleo como símbolo de una ambición que corroe cualquier rastro de humanidad. La trama empresarial no es un mero telón de fondo, sino el verdadero motor del conflicto. Cada conversación sobre contratos o concesiones encierra una batalla moral. La cámara se acerca a los rostros, subraya el sudor, los silencios y la rabia contenida. No hay espacio para el heroísmo ni para el arrepentimiento. Todo se reduce a negociar, sobrevivir y resistir. Esa repetición de fórmulas convierte a ‘Landman’ en una radiografía del capitalismo más primitivo, donde la riqueza se consigue siempre a costa de algo o de alguien.

El papel de las mujeres en esta temporada adquiere más presencia, aunque no escapa a las contradicciones del universo Sheridan. Cami se impone como figura de poder, pero sus decisiones siempre son examinadas bajo un prisma de sospecha. Los hombres que la rodean esperan su error, dispuestos a recordarle que el liderazgo, en su mundo, tiene género. Angela, por su parte, encarna el exceso, una caricatura que evidencia la incomodidad masculina frente a las mujeres que no piden permiso para existir. Ainsley, retratada como una joven superficial, sirve de espejo de una sociedad que premia la apariencia y desprecia la reflexión. Frente a ellas, Ariana, viuda de un trabajador de M-Tex, se levanta como la única voz sensata, anclada en la realidad de quienes pagan con su cuerpo las decisiones que otros toman desde los despachos. La serie deja claro que el poder económico sigue dictando los límites de la libertad.

La figura de Tommy y su relación con los hombres de su familia construyen un retrato áspero de la masculinidad. Su padre, T.L., interpretado por Sam Elliott, irrumpe como un fantasma del pasado, un hombre que arrastra su culpa con el mismo peso que los años. Su nieto Cooper intenta escapar de ese legado, aunque el esfuerzo lo condena a repetirlo. Sheridan plantea un ciclo que se repite: hombres que buscan el respeto, pierden el control y se destruyen entre ellos. Las conversaciones entre Tommy y T.L. poseen una extraña ternura, casi vergonzante, donde ambos parecen admitir que el tiempo ya no les pertenece. Elliott y Thornton aportan una verdad que se siente sin necesidad de subrayados. No se trata de héroes, sino de supervivientes atrapados en una guerra sin fin contra sí mismos.

La dirección mantiene un tono visual coherente con esa idea de agotamiento. Las panorámicas de los campos petrolíferos se mezclan con interiores recargados de objetos que sustituyen a las emociones. Los tonos ocres dominan la fotografía, transmitiendo una sensación de perpetua deshidratación. Las escenas se alargan, a veces más de lo necesario, como si la serie quisiera que el espectador respirase el mismo aire espeso que los personajes. Las conversaciones se desarrollan con lentitud, reforzando la idea de que nadie escucha realmente, todos esperan su turno para imponerse. El paisaje, árido y hermoso, funciona como una extensión de sus habitantes: un lugar que ofrece abundancia a costa de destruirlo todo.

Desde el punto de vista social, ‘Landman’ traza un retrato claro del poder y su corrupción. La serie describe cómo la riqueza de unos pocos se sostiene sobre la precariedad de muchos. La política aparece difuminada, subordinada a los intereses empresariales. Sheridan evita los discursos y prefiere mostrar las consecuencias: trabajadores heridos, familias desbordadas, comunidades divididas. El petróleo actúa como metáfora de un país donde todo se extrae, incluso las emociones. Los personajes, pese a su aparente control, viven sometidos al miedo de perder lo que poseen. Esa ansiedad, tan americana, se convierte en el verdadero motor del relato.

A medida que avanza la temporada, la narración abandona la tensión de los negocios para centrarse en los efectos personales del poder. Tommy se convierte en un hombre agotado, rodeado de una familia que ya no lo necesita y de una empresa que lo ha devorado. Cami, por su parte, gana terreno y se consolida como la única capaz de mantener el rumbo en medio del caos. Sheridan utiliza esa inversión de roles para exponer la fragilidad del patriarcado empresarial. La cámara observa a Tommy desde la distancia, como si ya fuera un vestigio de otra época. Los demás personajes orbitan a su alrededor, intentando sobrevivir en un mundo que se hunde lentamente bajo su propio peso.

‘Landman’ continúa explorando el mismo territorio moral que otras obras del creador, pero aquí lo hace con un tono más contenido. La violencia no se muestra, se intuye. Las emociones no estallan, se filtran en los silencios. Esa sobriedad convierte a la serie en una crónica sobre el desgaste: de las relaciones, del poder, del tiempo. No hay redención ni moraleja. Solo el retrato de un país que parece condenado a repetir sus errores hasta que el suelo se agote.

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