Cine y series

La suerte

Paco Plaza

2025



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Entre las calles calurosas de Málaga y las fiestas improvisadas de Benidorm surge ‘La suerte’, una ficción que se mueve entre la ironía y la observación social. Paco Plaza, acompañado en la dirección por Pablo Guerrero, convierte una premisa aparentemente sencilla, la de un taxista que acaba trabajando para un torero en decadencia, en una reflexión sobre la convivencia entre generaciones y sobre la resistencia de ciertos ritos culturales que se niegan a desaparecer. Ambos cineastas, más acostumbrados a territorios oscuros o sobrenaturales, optan aquí por una mirada terrenal, casi doméstica, que aborda la tradición española desde el desconcierto, con la serenidad del que observa sin juzgar. El argumento se articula alrededor de David, interpretado con naturalidad por Ricardo Gómez, un joven que prepara unas oposiciones mientras cubre temporalmente el turno de taxi de su padre. Un encuentro fortuito con un veterano torero, Rafael Baeza, al que Óscar Jaenada aporta una mezcla de magnetismo y cansancio vital, lo arrastra a un universo donde cada superstición marca el ritmo del día. A partir de ese punto de partida, la serie abandona cualquier tentación de caricatura y se adentra en una descripción casi antropológica de un grupo humano que vive pendiente del azar y del ritual.

Cada episodio amplía el retrato del entorno que rodea al Maestro y su cuadrilla, formada por un conjunto de personajes que parecen salidos de una España en la que todavía se brinda por costumbre más que por alegría. Paco Plaza y Guerrero plantean un juego de contrastes entre lo que se ha quedado atrás y lo que intenta avanzar. Esa fricción no se plantea como enfrentamiento, sino como un diálogo forzoso entre dos maneras de entender la vida: una atada a los símbolos del pasado y otra marcada por la búsqueda de estabilidad económica y moral. El diseño de producción y la elección del formato en 16 mm confieren a la serie un aire de fábula antigua, como si el tiempo se hubiera detenido. Las texturas de la imagen y la iluminación cálida remiten a una España de bares con persianas metálicas y de plazas de pueblo donde aún se recogen sillas al terminar la verbena. En esa atmósfera, los toros no se convierten en espectáculo sino en decorado, en presencia constante que define a los personajes aunque el ruedo permanezca fuera de plano. La decisión de evitar toda escena explícita de lidia encierra una declaración de intenciones estética y narrativa: el interés está en las relaciones, en los vínculos que nacen de la desconfianza inicial y en cómo cada personaje se enfrenta a su propia soledad.

Ricardo Gómez sostiene con firmeza el punto de vista del espectador. Su David observa, se incomoda, se adapta y acaba comprendiendo que la extrañeza puede transformarse en curiosidad. Frente a él, Jaenada construye un torero agotado por los años y las supersticiones, convencido de que la fortuna puede cambiar con una simple presencia o con un detalle mínimo. Entre ambos surge una relación que mezcla desdén, curiosidad y una forma de afecto silencioso. Esa convivencia forzada, entre trayectos en taxi, habitaciones de hotel y conversaciones interrumpidas, se convierte en el hilo conductor de la serie y en el reflejo de una España que intenta comprenderse a sí misma. El guion, firmado por Diana Rojo y Borja González Santaolalla, evita el sentimentalismo y apuesta por un tono equilibrado entre comedia y desencanto. Los diálogos fluyen con naturalidad, repletos de expresiones populares, refranes y silencios que dicen tanto como las palabras. Hay humor, pero nunca burla; ternura, pero sin artificio. El ritmo pausado permite que cada escena respire y que las pequeñas rutinas cobren sentido dentro de una estructura que se apoya más en la observación que en el conflicto.

La serie, dividida en seis capítulos de media hora, se construye como un mosaico de encuentros casuales y pequeñas revelaciones. Cada episodio juega con una forma distinta, ya sea el blanco y negro o el formato cuadrado, para subrayar la sensación de estar viendo retazos de vidas ajenas. Esas elecciones formales se integran con naturalidad, reforzando el tono melancólico sin restar fluidez al relato. En uno de los capítulos, la aparición de un toro suelto en la ciudad funciona como símbolo de libertad y descontrol, una irrupción que desbarata cualquier intento de mantener el orden cotidiano. El retrato coral de la cuadrilla, con personajes como el hermano exmatador interpretado por Óscar Higares o el cantaor Marchena encarnado por Pedro Bachura, amplía la mirada de los directores hacia un microcosmos que oscila entre la camaradería y el desamparo. Entre chistes, copas y supersticiones, emerge una visión de España marcada por la precariedad laboral, la nostalgia y la necesidad de aferrarse a algo que otorgue sentido.

En su trasfondo, ‘La suerte’ aborda también la tensión entre tradición y modernidad, entre el peso de las costumbres y la aspiración a un futuro distinto. Lo hace sin sermones, dejando que los personajes se contradigan, se equivoquen y sigan adelante. Paco Plaza demuestra una sensibilidad especial para capturar lo cotidiano sin caer en el costumbrismo vacío. En lugar de idealizar, observa. En lugar de provocar, insinúa. Su cámara se detiene en los gestos triviales: una mirada furtiva en el espejo retrovisor, un cigarrillo compartido o una conversación a media voz sobre el fracaso y la gloria. El trabajo musical, que combina coplas tradicionales con toques de flamenco contemporáneo, subraya esa dualidad constante entre lo viejo y lo nuevo. Las canciones acompañan las escenas sin imponerse, reforzando la idea de un país que vive entre la herencia cultural y la necesidad de reinventarse. A nivel interpretativo, Jaenada se adueña de la pantalla con un magnetismo que evita la exageración. Su Maestro conserva la compostura de un ídolo en retirada, pero también una fragilidad que desarma. Ricardo Gómez, en cambio, representa la contención, el desconcierto del que observa un mundo ajeno. Juntos componen una pareja improbable que sostiene el peso emocional del relato.

‘La suerte’ se integra en una línea de ficciones españolas recientes que exploran la identidad sin dogmas, apostando por un tono híbrido entre drama y comedia. Su mérito reside en la forma en que consigue articular un discurso sobre el país sin necesidad de discursos explícitos. Lo que podría haberse limitado a una sátira sobre toreros y supersticiones se transforma en un retrato sereno de la convivencia y de las pequeñas dependencias que surgen entre quienes, en principio, parecen incompatibles. El resultado final deja la sensación de haber asistido a un relato contenido, a una historia que observa más de lo que afirma. ‘La suerte’ es, en ese sentido, una serie que invita a mirar de nuevo a los márgenes, a esos espacios donde aún se mezclan orgullo, cansancio y un humor a prueba de crisis. Paco Plaza y Pablo Guerrero consiguen transformar la anécdota en un espejo de un país contradictorio, donde el azar y la costumbre se dan la mano sin prometer redención.

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