Cine y series

La nueva brigada

Patrik Ehrnst

2025



Por -

Entre los callejones húmedos y los bares cargados de humo del Estocolmo de finales de los cincuenta surge ‘La nueva brigada’, creada por Patrik Ehrnst para Netflix. El proyecto parte de una investigación que el guionista comenzó hace más de una década, cuando entrevistó a varias de las primeras mujeres que se incorporaron a la policía sueca. Ese interés maduró en una ficción que recrea, con ritmo de thriller y dramatismo social, la llegada de las primeras agentes a un cuerpo que jamás había previsto su presencia. El marco histórico se convierte en un escenario fértil para reflexionar sobre poder, jerarquías y la tensión entre quienes defienden un orden rígido y quienes desean transformarlo desde dentro.

La serie arranca en 1958, año en que se graduaron las primeras policías con idéntica formación a sus compañeros. Las protagonistas, Carin, Siv e Ingrid, se enfrentan desde el primer minuto a burlas, recelos y normas laborales que las limitan físicamente. La ropa reglamentaria resulta impráctica y hasta peligrosa, con faldas-pantalón que provocan heridas en las piernas y zapatos de tacón que dificultan cualquier persecución. Esa indumentaria se convierte en símbolo de una época donde la apariencia femenina importaba más que la eficacia operativa. La decisión de Ehrnst de resaltar esos detalles de vestuario consigue anclar la trama en lo cotidiano, recordando que las batallas más relevantes empiezan en los aspectos más banales.

El distrito de Klara, donde son destinadas, se muestra como un hervidero de prostitución, alcoholismo y violencia doméstica. La cámara recorre esas calles con una sobriedad que evita el artificio, pero sin renunciar a subrayar la crudeza. En ese entorno hostil, las tres jóvenes intentan afirmarse en un oficio pensado para excluirlas. Carin aparece guiada por un fuerte sentido de justicia, dispuesta a saltarse normas cuando considera que la ley se aplica con arbitrariedad. Siv aspira a convertirse en detective y asume con obstinación cada investigación como una oportunidad para demostrar su capacidad. Ingrid, más reservada, se debate entre sus inseguridades y el miedo a fracasar antes de completar el periodo de prueba. La construcción de estas tres figuras no se limita a estereotipos: sus dudas y contradicciones enriquecen el relato y otorgan densidad dramática.

El guion introduce un caso criminal que vertebra la temporada: el hallazgo del cadáver de una trabajadora sexual en un río. A partir de ahí se despliega una cadena de pesquisas que las protagonistas deben compartir con colegas masculinos que las ridiculizan. El avance del misterio mantiene tensión gracias a giros narrativos y pistas engañosas, aunque en algunos episodios el ritmo se resiente por tramas secundarias demasiado dilatadas. Aun así, el hilo principal conserva la fuerza suficiente para sostener el interés y llevar al espectador hasta un desenlace cargado de revelaciones.

Uno de los puntos más llamativos de la serie reside en la representación de la masculinidad dentro de la comisaría. Los personajes masculinos aparecen divididos entre quienes encarnan una oposición férrea a la integración femenina y quienes, con matices, muestran disposición a aceptar cambios. Wallin, interpretado por Jimmy Lindström, concentra la hostilidad con un retrato de superior racista y misógino, figura que funciona como antagonista visible. En el extremo contrario, Arne y Oscar aportan destellos de empatía, aunque siempre condicionados por la estructura jerárquica del cuerpo policial. Esa oscilación entre resistencia y tolerancia ofrece un retrato complejo del clima laboral en aquellos años.

El trasfondo político se filtra a través de las paredes desconchadas de la comisaría y los panfletos pegados en las calles. La serie recrea huelgas, desigualdades sociales y debates sobre los derechos de los trabajadores. La presencia de prostitutas, vagabundos y obreros en paro sitúa la historia en una capital convulsa que refleja los contrastes de un país en transformación. En ese escenario, la lucha de las agentes no se limita a demostrar su valía profesional: implica también abrir espacio en un contexto de marginación múltiple, donde mujeres y clases populares compartían un mismo estigma frente a las instituciones.

El estilo visual alterna entre la recreación de época y recursos modernos como la música rap sobre los créditos o los montajes en pantalla dividida. Esa combinación busca subrayar la continuidad de ciertos prejuicios en el presente. En ocasiones la mezcla funciona como comentario irónico sobre lo poco que han cambiado algunas actitudes, aunque también genera cierta disonancia que puede distraer de la atmósfera histórica. La iluminación tenue y la fotografía en tonos ocres aportan realismo a los interiores de bares y pensiones, mientras los exteriores se filman con una crudeza que resalta el contraste entre las avenidas luminosas y los callejones insalubres.

El ritmo narrativo presenta altibajos. Los episodios iniciales establecen con eficacia la dinámica entre las tres protagonistas, pero hacia la mitad la trama se enreda en escenas que prolongan conflictos internos sin avanzar la investigación. Esa irregularidad resta intensidad al conjunto, aunque las interpretaciones principales mantienen el interés. Josefin Asplund dota a Carin de un carácter firme que la convierte en figura central, mientras Agnes Rase imprime a Siv una mezcla de ambición y vulnerabilidad que evita el cliché. Malin Persson consigue transmitir la inseguridad de Ingrid sin caer en debilidad exagerada. El trío logra una química que sostiene la serie incluso en los pasajes menos inspirados.

Resulta destacable cómo el guion conecta la vida privada de las protagonistas con su trabajo policial. Los vínculos amorosos, las tensiones familiares y los secretos personales aparecen constantemente afectados por las dificultades del día a día en la comisaría. Esa interacción entre lo profesional y lo íntimo aporta densidad y muestra cómo el esfuerzo por alcanzar reconocimiento institucional repercutía en la esfera doméstica. La serie acierta al no separar ambos ámbitos, sino enmarcarlos en un mismo proceso de desgaste y resistencia.

Desde una perspectiva crítica, ‘La nueva brigada’ funciona como retrato de un momento histórico en el que la igualdad era más aspiración que realidad. El empeño de Ehrnst en recuperar testimonios de las primeras agentes aporta verosimilitud al relato, aunque la ficción opte por personajes inventados. Esa elección libera al guionista de la obligación de seguir biografías concretas y le permite condensar experiencias múltiples en tres figuras representativas. El resultado es un relato que, aunque irregular en ritmo, ilumina un episodio poco difundido de la historia sueca y lo sitúa en un marco narrativo accesible para el gran público.

‘La nueva brigada’ se inscribe dentro de la tradición del drama policial con un añadido de comentario social. Sus virtudes residen en la recreación de época, la solidez de las actrices principales y la voluntad de confrontar una herencia de desigualdad en un entorno hostil. Sus limitaciones aparecen en la tendencia a prolongar subtramas y en un desenlace criminal menos impactante de lo esperado. Aun así, la serie consigue construir un retrato convincente de mujeres que decidieron ocupar un espacio reservado para otros, y cuya tenacidad alteró de manera silenciosa la estructura de la policía sueca.

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