Cine y series

La misteriosa mirada del flamenco

Diego Céspedes

2025



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El viento del norte arrastra polvo y secretos por el desierto chileno, donde Diego Céspedes levanta una historia atravesada por la memoria y el miedo. En 'La misteriosa mirada del flamenco', el relato nace de una comunidad de mujeres trans que viven apartadas del resto, rodeadas de un silencio que parece siempre a punto de estallar. No hay heroicidades ni promesas de consuelo; lo que se muestra es la vida desnuda, marcada por la sospecha y la necesidad de proteger lo poco que se tiene. El director se apoya en una mirada detenida que observa sin adornos, casi como si el paisaje y las personas compartieran un mismo cansancio. La película se sitúa en un terreno que combina lo íntimo con lo simbólico, y logra que cada gesto cotidiano adquiera el peso de una declaración moral. Céspedes construye un relato que no se disfraza de parábola social, pero la contiene; sin proclamas, deja ver cómo los cuerpos marginados cargan con la historia de un país que aprendió a esconder lo que teme.

Lidia, la niña protagonista, observa el mundo desde una distancia que pronto se acorta. Su madre, llamada Flamenco, encarna la fuerza de quienes han tenido que inventarse un modo de existir fuera del mapa. La relación entre ambas sostiene el núcleo emocional de la película: una mezcla de cariño y advertencia, de ternura vigilada. Céspedes no convierte a Flamenco en un icono trágico, sino en una figura contradictoria, capaz de reír y de castigar, de bailar y de callar durante horas. A través de sus rutinas, el director retrata una comunidad que se aferra a la belleza como acto político. En el cabaret improvisado, las luces apenas consiguen disimular la precariedad, pero cada coreografía es un desafío frente al desprecio exterior. El rumor de una enfermedad transmitida por la mirada funciona como eje simbólico y narrativo: una invención que resume el miedo social hacia quienes rompen las normas. Céspedes convierte ese mito en el motor de una persecución que expone los mecanismos del castigo y la culpa.

La película avanza sin prisas, pero sin pausa. El ritmo lento no busca adormecer, sino hacer que cada detalle importe: un vaso apoyado en la arena, una canción entonada sin acompañamiento, una mirada que se sostiene más de lo que resulta cómodo. Esa cadencia recuerda a los tiempos suspendidos de Lucrecia Martel o Lisandro Alonso, donde el silencio habla más que los diálogos. Sin embargo, Céspedes no se pierde en la contemplación. La cámara, manejada por Angello Faccini, mantiene una distancia justa, evitando el morbo y el sentimentalismo. Los planos generales del desierto contrastan con los interiores del cabaret, donde los espejos multiplican los rostros como si el espacio se deshiciera con el calor. El color dorado de la luz, filtrado por el polvo, imprime un aire de fábula que se interrumpe cada vez que la violencia irrumpe en pantalla. Esa tensión entre lo bello y lo crudo es constante y consigue que el relato respire una autenticidad rara en el cine chileno actual.

La dimensión política de la historia resulta evidente sin necesidad de discursos. 'La misteriosa mirada del flamenco' se sitúa en los años ochenta, cuando la represión hacia las identidades disidentes encontraba justificación en el miedo y la superstición. La supuesta enfermedad que se contagia al mirar se convierte en una alegoría del estigma que atraviesa a las minorías. Céspedes muestra cómo el miedo social se transmite como un virus invisible, legitimando la exclusión y el castigo. Frente a ello, las protagonistas construyen su propia forma de comunidad, basada en el afecto y la interdependencia. En esa colectividad precaria hay orden, humor, cuidado y deseo. Cada una de las mujeres del grupo ocupa un lugar concreto: la que consuela, la que dirige, la que canta, la que huye. La película concede espacio a todas sin jerarquías, y esa coralidad ofrece una visión más amplia del vínculo entre género, identidad y supervivencia.

Boa, interpretada por Paula Dinamarca, resume con precisión ese equilibrio entre autoridad y compasión. Su figura articula la convivencia del grupo y su relación con un minero introduce el conflicto entre el deseo y la norma. Esa historia paralela amplía la lectura moral de la película: el contacto entre ambos mundos no destruye, pero revela la fragilidad del entendimiento cuando se enfrentan la libertad y el miedo. En la construcción de esa relación, Céspedes se aleja del cliché y propone un acercamiento que respira verdad. Las conversaciones breves, los gestos contenidos y los silencios prolongados dan cuenta de un tipo de comunicación donde el afecto siempre tiene un coste.

La dirección combina precisión y pudor. Nada parece improvisado, pero tampoco impostado. El sonido del viento, las canciones que brotan sin anuncio, los trajes cosidos con lentejuelas viejas y el polvo que invade los cuerpos componen una textura sensorial que sostiene el relato. La música de Florencia Di Concilio refuerza la atmósfera con una mezcla de cuerda y percusión que se funde con los murmullos de la noche. En lugar de subrayar la emoción, la acompaña. La fotografía evita el brillo fácil y apuesta por tonos deslavados que convierten el desierto en un escenario tan hostil como poético. En conjunto, el trabajo técnico refleja una coherencia poco habitual: cada elemento visual o sonoro contribuye a definir el sentido moral de la historia.

La lectura social se completa con un retrato del miedo colectivo como herramienta de control. La superstición se transforma en excusa para anular la diferencia y convertirla en amenaza. Céspedes se atreve a mostrar cómo el prejuicio se convierte en estructura: la comunidad mayoritaria inventa un mal, lo atribuye a los cuerpos que la incomodan y luego los condena. En ese gesto, la película enlaza con la memoria reciente de América Latina, donde el autoritarismo encontró en la moral una coartada para el castigo. 'La misteriosa mirada del flamenco' no necesita discursos ni fechas para hacerlo evidente: la forma en que los personajes se esconden, se maquillan o se defienden contiene toda la denuncia. La mirada infantil de Lidia traduce esa violencia en una mezcla de miedo y fascinación. Su aprendizaje consiste en descubrir que el mundo adulto está hecho de reglas arbitrarias y castigos que se heredan sin entenderlos.

El tramo final acentúa esa herencia. Lidia observa la caída de su madre y adopta su lugar sin darse cuenta. La venganza que emprende no se presenta como un acto heroico, sino como el reflejo de un ciclo que se repite. Céspedes cierra la historia con una secuencia que deja suspendida la respiración: una niña sola frente al horizonte, cubierta de polvo, con los ojos convertidos en espejo de todo lo que ha visto. Ese final condensa el sentido político y afectivo de la película: el aprendizaje como herida, la inocencia como ilusión y la memoria como condena.

La fuerza de 'La misteriosa mirada del flamenco' reside en su capacidad para unir lo íntimo con lo colectivo sin convertirlo en consigna. Céspedes logra que cada plano revele algo sobre el modo en que el miedo organiza la vida, y sobre cómo el afecto puede ser una forma de resistencia. La película no busca esperanza, pero sí ofrece una visión clara de lo que significa sobrevivir en medio de la hostilidad. En su desierto caben la belleza, la vergüenza, el deseo y la rabia, y todas conviven sin jerarquías. Esa mezcla le otorga a la obra una densidad narrativa que perdura después del último plano, como un eco que se instala en la memoria y no se disuelve con facilidad.

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