En la ficción contemporánea producida en Colombia para Netflix, Lina María Uribe se une a Darío Vanegas en la creación de ‘La huésped’, un relato televisivo dirigido por Klych López e Israel Sánchez Vargas. El estreno internacional de esta serie marca un movimiento claro de la plataforma hacia contenidos que, sin perder la raíz local, buscan resonar en territorios más amplios. La apuesta se apoya en un elenco encabezado por Laura Londoño, Carmen Villalobos y Jason Day, nombres reconocidos en la industria latinoamericana que sostienen el entramado dramático con la solidez de sus trayectorias.
La historia se sitúa en un entorno doméstico atravesado por tensiones familiares, ambiciones políticas y recuerdos del pasado que irrumpen con fuerza inesperada. Silvia, interpretada por Londoño, aparece en pantalla como una mujer que lidia con un matrimonio tambaleante y con los dilemas de una hija atrapada en el consumo de drogas sintéticas. Su compañero Lorenzo, encarnado por Jason Day, carga con la presión de una carrera pública que lo proyecta hacia un cargo de alta responsabilidad jurídica, lo que añade capas sociales y morales a sus conflictos privados. La irrupción de Sonia, papel asumido por Carmen Villalobos, rompe cualquier apariencia de estabilidad: un vínculo pretérito se transforma en presencia amenazante que penetra en la vida cotidiana de la familia.
Los veinte episodios que conforman la primera temporada prolongan el suspenso en un desarrollo progresivo. La serie no se apresura en mostrarz todas sus cartas y prefiere instalar al espectador en una atmósfera de sospecha permanente. Cada personaje arrastra su propio lastre y la construcción de los diálogos resalta esa sensación de desajuste. Lo íntimo se mezcla con lo público, lo privado se filtra hacia lo social, y las consecuencias de cada decisión repercuten más allá del ámbito doméstico.
El componente político resulta clave en la caracterización de Lorenzo. Su figura trasciende la típica representación del marido en crisis, ya que su candidatura a un puesto estatal de máxima relevancia le obliga a mantener una fachada impecable frente a la opinión pública. Esta tensión entre deber institucional y fragilidad afectiva convierte al personaje en una pieza de contraste que refleja la hipocresía de ciertas estructuras sociales. A través de él, la serie introduce preguntas sobre la fragilidad de las instituciones cuando los cimientos personales se tambalean.
El eje femenino de la narrativa, en cambio, se concentra en la confrontación entre Silvia y Sonia. La primera, dividida entre la memoria y la supervivencia diaria, encuentra en la segunda un espejo deformado de lo que podría haber sido su vida. Sonia, por su parte, aparece construida con ambigüedad: ni heroína ni villana plana, se mueve entre la seducción y la amenaza, entre el deseo y la revancha. El guion evita caricaturizarla, planteando un personaje que oscila entre la atracción y el peligro constante.
Más allá de los personajes centrales, la serie aprovecha la amplitud de su reparto para situar en pantalla figuras que enriquecen la atmósfera general. El contraste entre actores veteranos y rostros emergentes permite una variedad de registros que mantiene al espectador atento. Sin embargo, esa amplitud también se convierte en un riesgo: algunos hilos secundarios quedan apenas esbozados, como si su inclusión respondiera más a la necesidad de extender el metraje que a una auténtica voluntad de desarrollarlos.
La duración total de la serie, cercana a las veinte horas, plantea un dilema para cualquier espectador. El formato largo ofrece espacio suficiente para matizar personajes y explorar tramas cruzadas, pero al mismo tiempo diluye la tensión en ciertos tramos. En varios episodios, el ritmo parece sacrificado en beneficio de la acumulación de giros, lo que provoca una sensación de reiteración. Aun así, la puesta en escena mantiene el interés gracias a un trabajo fotográfico que acentúa el clima de encierro y desconfianza, y a un montaje que enfatiza los silencios tanto como los enfrentamientos.
La ambientación resulta otro de los logros de la producción. Rodada íntegramente en Colombia, aprovecha espacios urbanos y residenciales para subrayar esa mezcla de familiaridad y amenaza. El hogar, que debería representar un lugar de refugio, se convierte en escenario de invasión y vigilancia constante. Ese contraste refuerza la idea central: el enemigo se infiltra en la intimidad con un rostro conocido, y lo cotidiano se convierte en trinchera.
Desde un punto de vista narrativo, ‘La huésped’ se adscribe al thriller psicológico con tintes eróticos, un registro que ha ganado terreno en la ficción contemporánea. La apuesta por combinar drama familiar con tensiones sexuales y venganzas del pasado busca captar una audiencia amplia, seducida por el atractivo de lo prohibido y lo peligroso. En ese sentido, la serie funciona como un espejo incómodo que obliga a observar cómo los vínculos más cercanos se deforman cuando se instalan la sospecha y la desconfianza.
El guion de Uribe y Vanegas presenta una estructura que se nutre de contrastes. Cada episodio abre puertas a nuevas tensiones, y aunque algunas tramas se alargan en exceso, la sensación de amenaza latente se mantiene. Lo doméstico se convierte en campo de batalla, y cada gesto cotidiano se carga de una tensión que amplifica la intriga.
En cuanto a las interpretaciones, Laura Londoño sostiene a Silvia con credibilidad, mostrando una figura que oscila entre la fragilidad y la resistencia. Jason Day imprime al personaje de Lorenzo una mezcla de rigidez institucional y vulnerabilidad privada que alimenta la tensión política de la serie. Carmen Villalobos, en cambio, se apropia de Sonia con un magnetismo inquietante: su entrada en escena siempre implica un desajuste que descoloca tanto a los personajes como al espectador.
El retrato que ofrece ‘La huésped’ no se limita a una historia de pareja en crisis. El trasfondo de venganza, ambición y secretos destapa cómo los recuerdos del pasado se convierten en armas cuando las circunstancias lo propician. La serie construye un mosaico en el que las pasiones privadas se entrelazan con los intereses públicos, y en esa intersección radica gran parte de su interés.
El desenlace de la temporada refuerza la idea de un ciclo que, más que cerrarse, se expande hacia nuevas posibilidades. La tensión acumulada a lo largo de veinte capítulos abre caminos para futuras entregas sin resolver del todo las dinámicas que plantea. La apuesta de Netflix, por tanto, no solo se centra en un producto local, sino en un relato con capacidad de proyectarse a nivel internacional, sostenido en interpretaciones sólidas y en un guion que, con sus altibajos, mantiene el interés.