Cine y series

La historia de Frank y Nina

Paola Randi

2024



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En una esquina de Milán donde las paredes hablan más que las personas, un joven escribe frases con pintura y otro vende trabajos escolares para seguir adelante. Desde esa imagen nace ‘La historia de Frank y Nina’, dirigida por Paola Randi, que vuelve a moverse por los márgenes de la ciudad para contar una fábula sobre la necesidad de reinventar los afectos. La directora emplea una mirada cercana, consciente de que la periferia no es un simple escenario, sino un modo de entender la vida y sus desvíos. La película se enmarca en esa línea de relatos urbanos que exploran cómo las heridas del presente generan vínculos nuevos, y lo hace con una narración que se apoya en la voz interior de quien no puede hablar, pero observa con una lucidez que desarma cualquier prejuicio.

El argumento se organiza alrededor de tres personajes que buscan su lugar en un entorno que no los espera. Gollum, un adolescente mudo que escribe en los muros sus pensamientos, actúa como narrador silencioso y observador constante de los acontecimientos. Frank, un chico que ha decidido desaparecer simbólicamente del mundo, vive entre la ironía y el cansancio, y sobrevive vendiendo tareas a las puertas de los colegios. Nina, una joven gitana con una hija pequeña y un pasado marcado por la violencia de su pareja, intenta sacarse el título de secundaria para lograr la independencia que le han negado. El encuentro entre los tres se convierte en un punto de inflexión: cada uno representa una forma de resistencia frente a la realidad, y juntos forman un grupo que se apoya más en la complicidad que en las palabras.

Randi construye la relación entre ellos con ritmo pausado, alternando momentos de ternura y tensión. Frank enseña a Nina mientras Gollum observa desde la distancia, y el aprendizaje se transforma en una forma de afecto. La directora no sitúa la historia en una línea temporal precisa, sino en un tiempo suspendido donde los personajes se mueven entre las ruinas industriales, las vías del tranvía y los descampados de una ciudad que parece respirarlos y rechazarlos al mismo tiempo. El empleo del blanco y negro en algunas escenas sugiere la rigidez de lo cotidiano, mientras que los colores irrumpen cuando los vínculos comienzan a tomar forma. Este recurso, lejos de la simple estética, sirve para expresar cómo los protagonistas se contagian entre sí la posibilidad de imaginar algo diferente.

La película combina un tono entre lo realista y lo poético. Paola Randi maneja esa mezcla con naturalidad, dejando que los detalles cotidianos se conviertan en símbolos. Un ejemplo es el cobre que los personajes buscan para vender: ese metal, presente en el subsuelo y en las paredes, aparece como una metáfora de lo que brilla bajo la suciedad del entorno. Frank y Gollum, con sus travesuras y huidas, encarnan la tensión entre lo marginal y lo creativo. Nina, por su parte, representa la fuerza práctica de quien ha aprendido a moverse en un mundo que la margina, pero no la derrota. Cada gesto suyo está ligado a la voluntad de proteger a su hija y encontrar una educación que sirva de escudo.

El relato crece en intensidad cuando el antiguo marido de Nina reaparece y arrastra a los tres a un negocio oscuro. A partir de ese momento, la narración adquiere un pulso más directo, donde los personajes deben enfrentarse a las consecuencias de sus actos. La directora evita el dramatismo excesivo y prefiere centrarse en cómo reaccionan ante la presión. El miedo, la duda y el deseo de escapar se combinan en una cadena de decisiones que terminan por definirlos. Lo que podría haberse convertido en un thriller social se convierte en una historia sobre la construcción de una familia elegida, sin vínculos de sangre pero con un sentido de protección recíproca.

La dimensión política se percibe en el retrato de la periferia milanesa. Randi no la filma como un territorio condenado, sino como un espacio en el que conviven el abandono y la vitalidad. Las fábricas cerradas, los talleres improvisados y las calles grises aparecen habitados por una juventud que busca abrirse paso sin referentes adultos sólidos. A través de esa mirada, la película introduce una reflexión sobre las desigualdades sociales, la falta de oportunidades educativas y la precariedad laboral que afecta a los jóvenes europeos. Sin embargo, el enfoque evita cualquier tono moralizante: los personajes actúan, se equivocan y se reinventan sin discursos ajenos a su experiencia.

Los actores principales sostienen la historia con interpretaciones de una naturalidad convincente. Gabriele Monti, en el papel de Gollum, transmite con la mirada lo que otros expresan con frases enteras. Samuele Teneggi da forma a un Frank que mezcla ironía y fragilidad, mientras Ludovica Nasti ofrece a Nina una presencia sólida, marcada por la urgencia de sobrevivir. Bruno Bozzetto, como el Comandante, aporta el contrapunto adulto que introduce una pausa en el viaje. Este personaje, mitad figura paterna mitad refugio, encarna la posibilidad de encontrar un lugar donde descansar sin renunciar a la libertad. En esa casa donde los tres se sienten por primera vez seguros, la película alcanza uno de sus momentos más claros, porque ahí la amistad se transforma en familia.

El modo de dirigir de Randi se caracteriza por su atención al detalle y por una puesta en escena que combina naturalismo y humor leve. Las calles, los vagones de tranvía y las azoteas se filman con la misma cercanía que los rostros. La cámara se mantiene siempre a la altura de los personajes, acompañándolos más que observándolos, lo que genera una sensación de proximidad constante. La música, de tono cálido, actúa como hilo entre las distintas etapas de la historia, marcando los cambios de ánimo sin imponerse. La directora muestra confianza en los silencios y en los espacios vacíos, donde el espectador puede percibir el peso del tiempo y la fragilidad de cada elección.

El guion introduce alusiones literarias y pictóricas que amplían la lectura del relato. Las frases que Gollum pinta en los muros, procedentes de libros encontrados, funcionan como ecos de una cultura que sobrevive incluso en los márgenes. Las referencias a Yayoi Kusama o Italo Calvino se integran con naturalidad en las conversaciones entre los protagonistas, mostrando cómo la imaginación puede ser un refugio frente a la dureza del entorno. En ese sentido, la película reivindica la capacidad de los jóvenes para apropiarse del arte sin solemnidad, como herramienta de resistencia y forma de comunicación.

Milán se convierte en un personaje más, representada sin los clichés habituales. La ciudad aparece como una sucesión de espacios conectados por la niebla, donde la modernidad convive con la decadencia. La cámara se detiene en los barrios alejados del centro, revelando una belleza áspera que se aleja de la postal turística. Randi logra que el espectador perciba el pulso de una urbe que crece hacia arriba mientras algunos de sus habitantes se sienten empujados hacia los márgenes. Esa tensión entre progreso y exclusión se filtra en cada secuencia, sin convertir la historia en una denuncia explícita, pero dejando ver las grietas de un sistema que ofrece pocas salidas a quienes no encajan.

El desenlace mantiene la coherencia del conjunto: el viaje compartido no garantiza estabilidad, pero sí deja una huella de cambio en los personajes. Frank, Nina y Gollum descubren que la lealtad puede ser una forma de supervivencia. La película cierra su recorrido sin redondear los conflictos, pero con la sensación de que los vínculos creados bastan para sostener el futuro. Paola Randi logra construir un relato donde la ternura convive con la crudeza, y donde cada plano refleja la búsqueda de un sentido propio dentro de una realidad que rara vez concede treguas. En esa búsqueda, los tres protagonistas se aferran a una idea simple y poderosa: la posibilidad de inventar un hogar, aunque el mundo no lo ofrezca.

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