Cine y series

La Casa Guiness

Steven Knight

2025



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El estreno de ‘La Casa Guinness’ sitúa al espectador en un Dublín de 1868 donde las tensiones políticas, sociales y familiares se entrelazan alrededor de una de las sagas más influyentes de Irlanda. La serie llega bajo la firma de Steven Knight, conocido por su inclinación hacia relatos históricos marcados por la violencia, las ambiciones cruzadas y las consecuencias del poder. Aquí, el punto de partida es la muerte de Benjamin Guinness, patriarca que convirtió una marca local en un símbolo de alcance mundial. Su desaparición abre un vacío que afecta tanto a la familia como a la ciudad entera, dejando en evidencia la fragilidad de un legado cimentado en riqueza y alianzas con la Corona británica.

El planteamiento combina drama de época con resonancias contemporáneas en su puesta en escena. Knight insiste en un estilo visual de alto contraste, con escenas que alternan explosiones de dinamismo en las calles con la opulencia de mansiones y salones donde se decide el futuro de la cervecera. Esa dualidad refuerza la idea de una familia que gobierna desde lo privado mientras el pueblo sufre los efectos de hambrunas recientes y de un sistema político marcado por la desigualdad.

El corazón del relato recae en los cuatro hijos de Benjamin, cada uno con un destino que choca con las imposiciones de su apellido. Arthur, interpretado por Anthony Boyle, se perfila como heredero natural por primogenitura, aunque sus aspiraciones políticas y su carácter impulsivo le convierten en un personaje vulnerable. Edward, encarnado por Louis Partridge, aparece como más calculador y con visión de negocio, pero su tendencia a soñar con un futuro más amplio que el local amenaza con diluir sus planes. Benjamin Jr., llevado a la pantalla por Fionn O’Shea, se encuentra consumido por el alcohol y el juego, lo que lo convierte en símbolo de decadencia dentro de una dinastía que presume de poder. Anne, a la que da vida Emily Fairn, resulta la figura más relegada por su condición de mujer, aunque precisamente esa marginalidad aporta matices que enriquecen la narración.

La figura de Sean Rafferty, interpretado por James Norton, se erige como el ejecutor del clan. Encargado de mantener el control en la fábrica y sofocar las protestas, actúa con brutalidad en un contexto donde la violencia parece un lenguaje tan válido como cualquier contrato escrito. Norton ofrece un contrapunto atractivo: un personaje externo a la familia pero vital para su estabilidad, cuya presencia intensifica la sensación de que el poder necesita intermediarios para sostenerse.

La ambientación histórica no se limita al retrato familiar. Knight introduce de manera insistente el trasfondo de los movimientos republicanos irlandeses, representados por grupos fenianos que desafían a la dinastía cervecera en las calles y cuestionan la alianza de los Guinness con el Reino Unido. Esta tensión entre colonizados y colonizadores impregna la trama, dotándola de una dimensión política que excede los conflictos internos de la saga. También aparece la presión del movimiento de la templanza, que veía en el alcohol un enemigo moral y social. Ambos frentes remarcan que la fortuna de la familia se levantaba sobre un terreno resbaladizo.

En términos narrativos, la serie recurre a un estilo cargado de símbolos. El uso de música contemporánea en escenas de época subraya un intento deliberado de acercar el relato al presente, aunque esa elección genera contrastes irregulares que, en ocasiones, distraen de la tensión dramática. Asimismo, las imágenes de fuego, explosiones y desfiles fúnebres con tintes bélicos aportan espectacularidad pero reducen el margen para un desarrollo más reposado de los personajes.

El guion muestra tendencia a simplificar emociones a través de frases contundentes y subrayados visuales, lo que resta matices a ciertas escenas. Sin embargo, en conjunto consigue transmitir la idea de una familia atrapada entre privilegio y tragedia, incapaz de escapar a la herencia de su apellido. Resulta especialmente llamativo cómo los vínculos fraternales, en apariencia sólidos, se erosionan rápidamente cuando se trata de controlar una fortuna que, más que un regalo, se convierte en condena.

Desde un punto de vista interpretativo, el elenco se mueve con soltura dentro de los códigos que Knight propone. Boyle aporta intensidad a un Arthur arrogante y temerario, mientras Partridge compone un Edward contenido que oscila entre la ambición y la duda. O’Shea refuerza la dimensión autodestructiva de Benjamin Jr., y Fairn dota de fuerza a un personaje femenino que, a pesar de recibir menos atención narrativa, consigue dejar huella. Norton, por su parte, concentra la mirada cada vez que aparece en pantalla, consolidando a Rafferty como un motor narrativo decisivo.

La dimensión política, lejos de presentarse como un telón de fondo accesorio, se convierte en elemento esencial para comprender el alcance de la trama. La Irlanda de 1868 se encontraba marcada por heridas abiertas tras la Gran Hambruna y por un creciente deseo de emancipación. El vínculo de los Guinness con el poder británico situaba a la familia en una posición ambivalente: pilar económico de Dublín y, al mismo tiempo, símbolo de una opresión percibida por amplias capas sociales. La serie utiliza esa contradicción para reforzar la sensación de que todo poder económico trae consigo un coste político.

El resultado general combina escenas de alto impacto con pasajes más rutinarios. La producción logra transmitir atmósfera y tensión, aunque en ocasiones el empeño por generar espectáculo resta naturalidad al desarrollo de los personajes. Esa balanza entre lo íntimo y lo grandilocuente marca la identidad de ‘La Casa Guinness’, una serie que funciona tanto como retrato familiar en descomposición como acercamiento a un periodo clave de la historia irlandesa.

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