El debut de Jess Varley en el largometraje se enmarca en el terreno del cine de ciencia ficción con vocación intimista, apoyado en un relato que coloca a su protagonista en el límite entre el desconcierto físico y el aislamiento emocional. La directora, que firma también el guion, escoge un tono contenido para narrar la historia de Sam Walker, interpretada por Kate Mara, una astronauta recién llegada de su primera misión espacial que debe enfrentarse a un proceso de readaptación bajo estricta vigilancia. La cinta, presentada en el Festival de SXSW 2025, se construye a partir de referencias reconocibles en el género, pero también intenta aportar una perspectiva centrada en la soledad y el encierro tras la experiencia del viaje cósmico.
La trama arranca con el rescate de Walker en medio del océano tras un descenso accidentado. Desde el inicio, la puesta en escena transmite que algo extraño ha alterado el regreso, a través de la aparición de marcas en su cuerpo y un accidente en el módulo espacial. La protagonista es trasladada a una residencia fortificada en un bosque, un lugar preparado para recibir a agentes de alto perfil bajo medidas de seguridad excepcionales. Allí comienza una etapa de observación médica destinada a evaluar las secuelas físicas y psicológicas de la expedición. El guion aprovecha esta premisa para articular un relato que oscila entre el drama familiar y el suspense con tintes paranormales.
Sam, aún convaleciente, intenta retomar el contacto con su marido Mark (Gabriel Luna) y su hija adoptiva Izzy (Scarlett Holmes). También aparece la figura de su padre, el general William Harris (Laurence Fishburne), un militar que supervisa el proceso desde el gobierno. Estas relaciones privadas funcionan como contrapunto a la dinámica de encierro y vigilancia, pero Varley decide subrayar los roces que surgen entre la vida personal y la vocación profesional de la astronauta. El filme introduce así un tema recurrente: el sacrificio íntimo que exige la ambición científica, con la amenaza constante de fracturar los vínculos más cercanos.
La primera parte del metraje se sostiene sobre la tensión del espacio cerrado. El aislamiento de Sam en la mansión se plasma en una sucesión de escenas nocturnas, en las que ruidos extraños y presencias apenas perceptibles generan un clima inquietante. El espectador se ve atrapado en la duda sobre si la amenaza es externa o fruto de la fragilidad tras la misión. Este tramo resulta más sólido gracias a la elección de recursos de terror clásico, como la manipulación del sonido, la construcción de atmósferas inquietantes y la introducción gradual de síntomas físicos en la protagonista. El trabajo de Kate Mara se convierte en el eje central: su interpretación transmite vulnerabilidad, ansiedad y, al mismo tiempo, obstinación por ocultar lo que siente para no perder la posibilidad de regresar al espacio.
La segunda mitad adopta un rumbo diferente. El relato incorpora criaturas y situaciones que remiten de forma evidente a clásicos del cine fantástico, con guiños explícitos a ‘Jurassic Park’ o ‘E.T.’. El problema es que estas referencias no se integran de manera orgánica, y terminan debilitando la tensión acumulada en los primeros compases. La película opta por un giro de tono que busca mayor espectacularidad, aunque con un resultado irregular. El uso de efectos digitales resta consistencia a las secuencias de mayor ambición, al tiempo que el discurso sobre la familia multirracial y la adopción se resuelve de forma apresurada, con explicaciones expositivas que rebajan el misterio.
La dirección de Varley acierta al explotar los espacios: la mansión búnker, con su red de pasadizos y zonas subterráneas, funciona como escenario de un encierro que intensifica la paranoia. El bosque, en contraste, amplía el marco de incertidumbre, convirtiéndose en territorio propicio para lo desconocido. La fotografía de Dave Garbett enfatiza la opresión de los interiores y la inquietud de los exteriores, logrando imágenes que sostienen la atmósfera incluso cuando la narración flaquea. La música de Jacques Brautbar refuerza el componente de thriller con un diseño sonoro que multiplica las sensaciones de amenaza.
El guion introduce ideas interesantes en torno a la vigilancia militar y al control gubernamental sobre quienes representan símbolos de prestigio nacional. Sam Walker se convierte en un cuerpo monitorizado, analizado en busca de indicios de lo que pudo haber ocurrido en el espacio. Ese marco resuena con discursos políticos actuales sobre seguridad y sacrificio, aunque la película evita profundizar demasiado en ellos y se limita a plantear la tensión entre individuo y aparato estatal.
La interpretación de Laurence Fishburne aporta autoridad al personaje del general Harris, aunque su presencia se percibe más funcional que desarrollada. Gabriel Luna, como el marido, encarna la frustración de quien percibe que la carrera espacial de su esposa amenaza con borrar la vida en común. Scarlett Holmes, en el papel de la hija, funciona como símbolo de los lazos familiares que Sam intenta recuperar. Sin embargo, la película concentra tanto en la figura de la protagonista que el resto del elenco aparece reducido a pinceladas que acompañan su viaje interior.
En su conjunto, ‘La astronauta’ se presenta como un intento de fusionar el thriller psicológico con el drama familiar y la ciencia ficción de referentes populares. El resultado alterna momentos logrados de tensión con otros que caen en lo previsible. Varley consigue transmitir la angustia del aislamiento y la incertidumbre tras la misión espacial, pero su apuesta por un desenlace más aparatoso termina por desdibujar lo construido. La película funciona mejor en su vertiente contenida, cuando se centra en el desconcierto de una mujer que regresa a la Tierra con marcas físicas y emocionales, que en el tramo final, en el que busca un clímax más espectacular.
Como ópera prima, el filme revela a una directora interesada en mezclar códigos y en explorar las tensiones entre la vocación profesional y las obligaciones íntimas. Aun con altibajos, ‘La astronauta’ permite entrever un talento que podría madurar en futuros proyectos si encuentra un equilibrio más firme entre ambición y coherencia narrativa.