Cine y series

Karmele

Asier Altuna

2025



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En la filmografía reciente de Asier Altuna se percibe una inclinación hacia el retrato social vinculado a la memoria colectiva vasca. Con ‘Karmele’, el director vuelve sobre un territorio conocido, pero lo aborda con una mirada más ambiciosa en términos de escala y reconstrucción histórica. Basada en la novela La hora de despertarnos juntos de Kirmen Uribe, la película despliega su relato entre Euskadi, Francia y Venezuela, siguiendo los desplazamientos forzados de una mujer que se enfrenta a la desposesión y al exilio en los años más convulsos del siglo XX español. La producción, rodada íntegramente en euskera, combina la voluntad de rigor histórico con una factura visual que aspira a situarse en el terreno del gran drama romántico europeo.

El punto de partida sitúa al espectador en un País Vasco herido por la Guerra Civil. Karmele, interpretada por Jone Laspiur, pertenece a una familia obligada a huir a Francia, donde entra en contacto con una delegación cultural que intenta mantener viva la identidad vasca a través de la música y la danza. La aparición de Txomin, un trompetista encarnado por Eneko Sagardoy, introduce el vínculo amoroso que vertebra el relato. Ambos personajes comparten una forma de resistencia basada en el arte, una lucha que traspasa los límites de la política y se transforma en expresión vital. La película sigue sus pasos entre desplazamientos, retornos y reencuentros, con la intención de plasmar la huella que deja la guerra en la intimidad de los cuerpos y en la memoria de un pueblo. La puesta en escena combina momentos de lirismo con secuencias de reconstrucción histórica minuciosa. Altuna utiliza la luz y el sonido como guías de la narración: los espacios abiertos de Venezuela transmiten amplitud y esperanza, mientras que el regreso al País Vasco se reviste de una atmósfera sombría, donde cada sombra parece anticipar la pérdida. Esa contraposición entre lo luminoso y lo opresivo funciona como eje simbólico de la película. El realizador organiza el relato con un ritmo pausado, que prioriza la composición y el detalle por encima de la tensión dramática. Esta elección aporta coherencia estética, aunque a veces atenúa la fuerza narrativa del conjunto.

En el plano interpretativo, Laspiur sostiene el protagonismo con naturalidad y una presencia que equilibra fragilidad y determinación. Sagardoy, por su parte, construye un personaje disciplinado, más contenido que expansivo, que se adapta al tono melancólico de la obra. La química entre ambos personajes se percibe sobre todo en las secuencias musicales, donde el jazz y las melodías populares se convierten en vehículos de comunicación. Los secundarios, encabezados por Nagore Aranburu y Javier Barandiaran, aportan textura y una dimensión doméstica que refuerza el retrato del entorno familiar. El guion, firmado por Altuna y Uribe, conserva la estructura literaria de la novela, con transiciones que reflejan la amplitud temporal del relato. Esa fidelidad al texto original aporta una base sólida, aunque limita la posibilidad de que el film explore con mayor libertad las herramientas del lenguaje cinematográfico. En algunos pasajes, la narración se apoya en diálogos explicativos que reducen la ambigüedad de las escenas y evidencian las intenciones de sus autores. Sin embargo, el cuidado puesto en la ambientación y el trabajo artístico compensan parte de esa rigidez, ofreciendo una reconstrucción convincente del exilio vasco y de la red de iniciativas culturales que florecieron en aquellos años.

‘Karmele’ se presenta como una reflexión sobre la resistencia a través del arte, donde la música actúa como refugio frente a la violencia política. El film subraya la capacidad de las canciones y el baile para mantener un sentido de comunidad incluso en medio de la dispersión. Esa lectura simbólica otorga al relato una dimensión colectiva que trasciende la historia de amor de sus protagonistas. Altuna construye así una película que, más que relatar una epopeya, trata de preservar la memoria emocional de quienes quedaron al margen de los grandes relatos heroicos. En el terreno formal, la obra alterna una puesta en escena clásica con instantes de estilización poética. Los planos generales de los paisajes vascos, la textura del blanco y negro en algunas secuencias y la composición sonora que entrelaza trompetas, pasos y silencio conforman un universo coherente, aunque irregular. La dirección de fotografía de Javier Agirre contribuye a esa sensación de equilibrio inestable, reforzando la identidad visual del film y al mismo tiempo evidenciando sus límites presupuestarios. En esa tensión entre ambición y contención se juega buena parte de la personalidad de la película.

El componente político aparece integrado en la trama sentimental, evitando un discurso explícito sobre la militancia o la lucha armada. Altuna se interesa más por los efectos cotidianos del exilio que por los grandes gestos épicos. Esa elección imprime una mirada más íntima sobre la historia reciente del País Vasco, alejada de la retórica del heroísmo. La cinta sugiere una reflexión sobre la memoria colectiva y la fragilidad de las utopías sin recurrir a la grandilocuencia ni al sentimentalismo. Su tono, contenido y distante, refuerza la idea de que la historia se construye también desde los silencios y los pequeños actos de persistencia. A pesar de su elegancia visual, ‘Karmele’ deja entrever los límites de su propia estructura. La película tiende a repetirse en su segunda mitad, con una cadencia narrativa que pierde intensidad conforme avanza. El intento de abarcar varias etapas vitales en poco más de cien minutos genera cierta dispersión, y la relación entre los personajes se resiente en los pasajes de transición. Sin embargo, el esfuerzo por mantener la coherencia de la puesta en escena y la solidez interpretativa del elenco impiden que el resultado se desvanezca. La película encuentra su mejor expresión en las secuencias donde la música se impone al diálogo, cuando las trompetas, los coros y los silencios expresan lo que las palabras apenas alcanzan a sugerir.

Con ‘Karmele’, Asier Altuna ofrece una obra de vocación histórica que busca conciliar la memoria y la emoción mediante un relato de amor marcado por la pérdida. Su mirada hacia el pasado no persigue la nostalgia, sino una reconstrucción que aspira a comprender cómo la identidad vasca se sostuvo en tiempos de dispersión y censura. La película puede adolecer de cierta rigidez narrativa, pero su capacidad para integrar lo íntimo y lo colectivo la sitúa como un intento valiente de revisitar un periodo decisivo desde una perspectiva artística y cultural.

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