En ‘Hombres de verdad’, Tobi Baumann aborda el tránsito de cuatro amigos alemanes hacia un escenario donde sus certezas tradicionales se tambalean, construyendo una ficción que combina comedia costumbrista con enredos sentimentales. La propuesta se apoya en un molde ya experimentado en otros países, en especial la comedia española ‘Machos Alfa’, que sirvió como referente para distintas adaptaciones en Europa. El resultado es una producción alemana que reproduce esquemas reconocibles, con un acabado televisivo que se mueve entre la sátira ligera y el enredo familiar.
Los protagonistas representan arquetipos reconocibles. Ulf, interpretado por Tom Beck, encarna al ejecutivo convencido de haber alcanzado la cúspide profesional, atrapado por un entorno laboral que lo desplaza con rapidez. Andi, al que da vida Moritz Führmann, se muestra como un policía agotado, incapaz de sostener la pasión en su matrimonio y cada vez más asfixiado por la rutina. Erik, con el rostro de David Rott, se balancea entre el deseo de formalizar su relación estable y la incapacidad de abandonar un estilo de vida en permanente ligereza. Cem, al que interpreta Serkan Kaya, es terapeuta y padre divorciado que afronta la llegada de su hija adolescente a su casa con una mezcla de desconcierto y resignación. A través de ellos, la serie intenta articular un mosaico de masculinidades en tránsito, aunque sus perfiles a menudo se reducen a un rasgo definido que condiciona todas sus acciones.
La trama avanza mediante situaciones que buscan provocar carcajadas a partir del desconcierto sexual, la torpeza afectiva o los fracasos laborales. Sin embargo, la ejecución recurre con insistencia a fórmulas previsibles: cenas que derivan en discusiones incómodas, objetos íntimos descubiertos por accidente, propuestas sentimentales que se desmoronan en el momento menos oportuno. Estos mecanismos, en lugar de renovar el género, parecen anclados en una tradición de comedia de enredos que repite con poca variación el mismo esquema capítulo tras capítulo. El espectador percibe desde pronto hacia dónde se dirigen los conflictos, lo que resta capacidad de sorpresa.
Uno de los elementos más llamativos es la relación de los hombres con las mujeres que los rodean. Las esposas, novias o compañeras aparecen con frecuencia como catalizadores de los problemas de los protagonistas, sin que sus historias alcancen un desarrollo equivalente. Silke, pareja de Andi, queda retratada en función de su frustración conyugal; Kim, vinculada a Erik, se convierte en excusa para plantear el debate sobre la apertura de la pareja; Elif, esposa de Ulf, busca afianzarse como influencer mientras su marido se hunde en la inseguridad; y Vanessa, nueva directiva que desplaza a Ulf, encarna la amenaza del poder femenino en el mundo empresarial. Más que personajes con voz propia, funcionan como espejos que devuelven a los hombres su incapacidad para adaptarse. Este desequilibrio limita la riqueza del relato y refuerza un esquema que coloca el foco en la fragilidad masculina sin explorar con la misma atención la complejidad femenina.
En cuanto a tono, ‘Hombres de verdad’ oscila entre el sarcasmo y el slapstick, con un repertorio de escenas que incluyen anillos tragados accidentalmente, juguetes sexuales mal empleados o discusiones en mitad de celebraciones familiares. La intención de provocar incomodidad se percibe, aunque la forma elegida resulta a menudo reiterativa. La comicidad surge más de la exageración física que de un guion trabajado con precisión verbal. Esa dependencia de la broma explícita termina por diluir cualquier intento de comentario social sobre la redefinición de la masculinidad en la era digital.
El trasfondo de la serie se enmarca en un contexto cultural donde se cuestiona la figura tradicional del hombre dominante. Los protagonistas, cada uno desde su circunstancia, intentan sostener viejos privilegios en un mundo que ya no se ajusta a sus expectativas. Sin embargo, la serie se conforma con caricaturizar esa crisis sin ofrecer capas adicionales de lectura. Los conflictos se plantean, se reiteran y se prolongan sin alcanzar un punto de inflexión que los transforme. El resultado es un retrato circular, en el que las dinámicas vuelven una y otra vez al mismo lugar.
Desde el punto de vista formal, la puesta en escena es sobria, con un uso funcional de la cámara y un estilo que recuerda a producciones televisivas de consumo rápido. El ritmo narrativo se resiente por transiciones abruptas y escenas alargadas más allá de lo necesario. El diseño de producción apenas busca resaltar los contrastes entre los entornos laborales, domésticos y de ocio, lo que acentúa la sensación de monotonía. Tampoco el montaje ayuda a mantener la energía, pues las secuencias se encadenan sin un pulso interno que sostenga la tensión cómica.
El reparto se esfuerza en dar verosimilitud a personajes que, en el guion, aparecen reducidos a caricaturas. Beck transmite el narcisismo de Ulf con corrección, Führmann aporta vulnerabilidad a Andi, Rott intenta matizar el perfil de Erik y Kaya imprime cierta ironía a Cem. Aun así, la repetición de gags y la previsibilidad de los diálogos hacen que su trabajo se perciba limitado. La interpretación resulta eficaz en lo gestual, aunque queda atrapada en una escritura que no permite evolucionar a los personajes.
La herencia de ‘Machos Alfa’ pesa sobre ‘Hombres de verdad’. La adaptación alemana carece de la chispa que permitió a la original prolongarse durante varias temporadas. Aquí se percibe un ejercicio de traslación que no logra apropiarse de la premisa para dotarla de un sello propio. El producto final transmite la impresión de un encargo dentro del catálogo de Netflix, realizado sin especial ambición y con un acabado estándar.
La serie pretende ser un espejo deformado de las inseguridades masculinas en un tiempo de cambios acelerados. Sin embargo, la insistencia en el gag sexual y el enredo doméstico termina por opacar cualquier intención crítica. El espectador asiste a un desfile de frustraciones masculinas convertidas en chiste, sin que el conjunto alcance la frescura necesaria para elevarse más allá de la anécdota.
