Cine y series

Frontera

Judith Colell

2025



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En los Pirineos catalanes de 1943, la montaña se convierte en un refugio incierto donde la desolación de la posguerra convive con el miedo que arrastra Europa entera. Judith Colell construye en 'Frontera' un relato coral que entrelaza la memoria de los vencidos con el desgarro de quienes buscan salvarse de la persecución nazi. La directora, conocida por su interés en historias de conciencia social, utiliza esta película para volver sobre las heridas de una España todavía fracturada, mostrando cómo la supervivencia se mezcla con la ética y la necesidad de actuar. A través de la figura de Manel Grau, funcionario con un pasado de militancia republicana, la narración aborda la contradicción de un hombre que intenta mantener la compostura mientras observa el horror que pasa frente a su aduana. Colell filma sin artificios, dejando que el paisaje del Pallars, con su luz quebrada y sus silencios, aporte una textura que transmite tanto la fragilidad de la esperanza como la dureza de un tiempo sometido a la vigilancia.

Las decisiones de Manel se convierten en el núcleo moral de la trama. Su tarea administrativa se transforma en un dilema que traspasa lo político para situarlo en lo íntimo, cuando decide colaborar con Juliana, una vecina que resiste sin declararlo, y con Mercè, su esposa, que en apariencia permanece al margen pero en realidad sostiene el impulso más solidario de la historia. Ambos encarnan la tensión entre deber y compasión, entre lo que dicta un régimen y lo que exige la conciencia. El guion de Miguel Ibáñez Monroy y Gerard Giménez se apoya en esa línea invisible que separa la obediencia del riesgo, y cada personaje ocupa un espacio que define la estructura moral del pueblo. En ese escenario, los oficiales franquistas, el alcalde que busca reconocimiento político y los pasadores franceses crean un mosaico donde las lealtades se diluyen al contacto con el miedo. Lo que podría parecer un relato de resistencia se transforma en una observación de la conducta ante la amenaza. Colell observa con serenidad el modo en que la violencia institucional moldea los afectos y las decisiones privadas.

Las mujeres adquieren una relevancia decisiva dentro del relato. Juliana, interpretada con una determinación contenida, simboliza la acción silenciosa que cambia los acontecimientos, y Mercè canaliza la contradicción de un tiempo que reduce su libertad pero no su lucidez. Ambas representan una ética práctica frente al cálculo interesado de los hombres del pueblo. A través de ellas se comprende la dimensión real de la valentía, entendida como una forma de resistencia cotidiana. La película concede a sus gestos domésticos una importancia política, porque de ese modo revela cómo la historia se sostiene en actos pequeños, invisibles para el poder pero esenciales para la dignidad colectiva. En la relación entre Manel y Mercè late la conciencia de una derrota que se niega a perpetuarse, mientras Juliana asume la acción directa con un coraje que desarma la complacencia de los que prefieren mantenerse al margen. Colell evita la grandilocuencia y deja que el ritmo pausado permita percibir la evolución interior de quienes deciden intervenir, aunque el peligro les roce a diario.

El retrato del entorno se construye a partir de una atmósfera que combina la luz fría de la montaña con el sonido opresivo de la frontera. El espacio no solo delimita la acción: se convierte en espejo de los personajes. Las laderas nevadas, los caminos estrechos y la penumbra de las casas funcionan como prolongación de su estado anímico. En ese territorio intermedio, ni Francia ni España se presentan como lugares de amparo. Todo pertenece a un terreno moral que se derrumba bajo la presión del miedo. La fotografía de Andreu Adam Rubiralta y el trabajo artístico de Marta Bazaco ofrecen una representación precisa de la época, sin caer en recreaciones pintorescas. Colell dirige con un pulso que confía en la contención, prefiriendo la sugerencia a la dramatización. Su manera de abordar la violencia recuerda a la sobriedad de realizadores como Michael Haneke, interesados en el comportamiento más que en la espectacularidad del conflicto. En 'Frontera' la tensión se mantiene a través de los silencios y de la distancia entre lo que se dice y lo que se oculta.

La trama avanza hacia un desenlace donde la amenaza se intensifica. Las rutas por las que los judíos atraviesan las montañas se vuelven símbolo de una esperanza frágil y de la posibilidad de redención para quienes deciden ayudarlos. Los personajes secundarios, entre ellos el alcalde interpretado por Jordi Sánchez o el oficial encarnado por Asier Etxeandía, aportan distintas perspectivas del poder y la sumisión. El primero encarna la ambición servil; el segundo, la contradicción del que acata órdenes mientras sospecha que su autoridad se desmorona. La película examina así las capas de la moral en tiempos de represión, sin dramatizar en exceso los conflictos, pero tampoco diluirlos. El ritmo contenido podría parecer distante, aunque encaja con la idea de un país que se mueve entre el agotamiento y la resignación.

En 'Frontera', la política y la moral se cruzan sin discursos enfáticos. El franquismo aparece como un sistema de vigilancia que intenta controlar la empatía, mientras la población rural busca sobrevivir entre el miedo y la necesidad de conservar cierta dignidad. La película sugiere que el recuerdo del pasado actúa como advertencia, y que las decisiones individuales pueden convertirse en una forma de resistencia frente a la barbarie. Colell propone un cine que examina la responsabilidad colectiva a partir de las pequeñas acciones. Las implicaciones sociales son evidentes: la historia de aquellos que ayudaron a escapar de la persecución nazi se proyecta sobre un presente marcado por otras migraciones y conflictos. De esa forma, el relato adquiere un eco contemporáneo que amplía su alcance sin renunciar a la precisión histórica.

El resultado transmite la sensación de que cada personaje encarna una posición ética más que una función narrativa. Manel representa la duda, Juliana la acción, Mercè la conciencia, el alcalde la obediencia, el guardia la contradicción. Esa estructura coral permite que el film explore la comunidad como un organismo sometido a presión. La dirección mantiene una mirada serena que evita tanto el sentimentalismo como el juicio simplificador. 'Frontera' se percibe como una meditación sobre la responsabilidad y la memoria, sin buscar conmover mediante artificios. Colell muestra interés en cómo las circunstancias históricas moldean la conducta y cómo la compasión puede convertirse en un acto político.

El tratamiento de los temas morales se refuerza con una atención constante a los gestos cotidianos: el cierre de una puerta, el encendido de una lámpara, el silencio ante una delación. Cada acción refleja el modo en que el miedo condiciona la convivencia. Esa atención al detalle contribuye a dotar de espesor a los personajes, incluso cuando el guion limita su evolución. El paisaje sonoro amplifica la tensión sin imponerse, y la alternancia de idiomas subraya la diversidad cultural de la frontera. Todo ello convierte a 'Frontera' en una obra que observa el pasado como advertencia sobre la fragilidad de la solidaridad.

La película se presentó fuera de concurso en la Seminci de Valladolid y llegará a las salas en diciembre. Su enfoque clásico, lejos de la experimentación formal, subraya la intención de Colell de llegar a un público amplio sin sacrificar la coherencia de su mirada. 'Frontera' plantea una reflexión sobre la memoria y la responsabilidad individual frente a la violencia estructural. En su aparente serenidad late la convicción de que cada acto de ayuda, por mínimo que parezca, construye un relato distinto al impuesto por la historia oficial.

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