Cine y series

French Lover

Nina Rives

2025



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París vuelve a presentarse como escenario de un romance improbable en ‘French Lover’, debut en largo de Nina Rives producido junto a Netflix. La directora opta por un relato que combina la ligereza del género con una mirada hacia las tensiones que atraviesan el mundo del espectáculo y la vida cotidiana. El guion, escrito a varias manos, coloca a sus protagonistas en una trama que no renuncia a los códigos de la comedia romántica pero introduce algunos matices sociales que sitúan la historia en un terreno reconocible para cualquier espectador europeo.

El eje narrativo se articula en torno a Abel Camara, un intérprete de gran popularidad interpretado por Omar Sy, cuya carrera comienza a dar señales de estancamiento. Su aspiración de ser reconocido en el circuito de cine de prestigio contrasta con los contratos publicitarios que lo encasillan en una imagen superficial. Frente a él aparece Marion, camarera encarnada por Sara Giraudeau, que atraviesa un divorcio y trata de sostenerse con trabajos temporales. El cruce entre ambos personajes se plantea a partir de un desencuentro inicial en un café, que desemboca en un vínculo construido a medio camino entre la atracción y la incomodidad de sus mundos opuestos.

El relato introduce a secundarios que refuerzan la dinámica central, aunque sin demasiado desarrollo. La agente de Abel, Camille, actúa como símbolo del engranaje mediático que exige al actor un perfil público constante, mientras que Estelle, hermana de Marion, aporta un contrapunto irónico desde la esfera familiar. Este contraste entre la maquinaria de la celebridad y la intimidad doméstica busca equilibrar los tonos, aunque en ocasiones el guion se dispersa en tramas accesorias que interrumpen la progresión del vínculo principal.

La puesta en escena de Rives utiliza la ciudad como escaparate luminoso, pero evita convertirla en protagonista. A diferencia de otras producciones que idealizan París hasta el exceso, aquí la capital aparece como telón de fondo funcional, un espacio que sostiene encuentros y desencuentros sin imponerse sobre la trama. Esta elección le resta cierta carga estética, aunque también libera al film de la postal turística que tantas veces ha lastrado al género.

Uno de los aspectos más visibles se encuentra en la inversión de roles habituales. El personaje masculino, a pesar de su estatus, queda retratado como alguien incapaz de gestionar asuntos sencillos sin la mediación de su entorno, mientras que Marion aparece con recursos para resolver situaciones cotidianas. Este desplazamiento le otorga a la protagonista un lugar menos complaciente de lo esperado y aporta frescura a una fórmula desgastada en el mercado global.

En el terreno interpretativo, Omar Sy despliega su carisma habitual, aunque el personaje carece de matices que sostengan su evolución dramática. Sara Giraudeau ofrece mayor solidez en los momentos en los que el guion le concede iniciativa, pero el desarrollo de la relación entre ambos se resiente por la acumulación de discusiones reiteradas que entorpecen la fluidez del relato. El resultado es una química intermitente, con destellos en escenas puntuales y una sensación de irregularidad en el conjunto.

La estructura narrativa introduce situaciones reconocibles del género: equívocos, ex parejas incómodas y la tensión entre la vida pública y privada. Sin embargo, el guion evita el exceso de comedia física y se decanta por un humor más cercano al diálogo. El problema surge cuando las escenas se alargan más de lo necesario, provocando un ritmo desigual que debilita el desenlace. A pesar de contar con una duración superior a las dos horas, la historia avanza con una previsibilidad que reduce su capacidad de sorpresa.

La producción se beneficia de un acabado técnico solvente, con un sonido cuidado y una fotografía que resalta la luz diurna por encima de ambientes más contrastados. La elección favorece un tono amable, aunque resta intensidad a una ciudad que en otras películas adquiere un carácter casi protagonista. La música, discreta, apenas deja huella y pasa inadvertida frente a la presencia de los actores.

Desde un punto de vista sociocultural, ‘French Lover’ refleja cómo la exposición mediática condiciona los vínculos personales en una era en la que la intimidad parece constantemente amenazada. Abel representa el desgaste de una figura atrapada por la imagen pública, mientras Marion encarna la resistencia frente a un sistema que convierte la privacidad en espectáculo. Esta lectura dota a la película de un trasfondo interesante, aunque su tratamiento resulta irregular.

El debut de Nina Rives apunta hacia un cine comercial con vocación internacional, diseñado para encajar en el catálogo de Netflix y llegar a un público amplio. La película combina referencias a clásicos de la comedia romántica con elementos actuales que intentan diferenciarla, sin alcanzar una identidad plenamente definida. Su mayor atractivo se concentra en la pareja protagonista y en la manera en que sus diferencias sociales alimentan tanto el conflicto como los momentos de cercanía.

En conjunto, ‘French Lover’ se sitúa como un producto correcto dentro del género, con ambiciones modestas y un acabado formal que cumple sin sobresaltos. La película encuentra momentos de interés en la inversión de roles y en la representación de la vida mediática contemporánea, pero se resiente en su duración y en la repetición de conflictos. La mirada de Nina Rives resulta clara en sus intenciones, aunque todavía en búsqueda de un estilo propio capaz de distinguirla en un panorama saturado de propuestas similares.

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