En el universo del fotoperiodismo, pocas escenas han logrado perdurar con tanta fuerza como la de una niña que corre desnuda por una carretera de Vietnam mientras el humo del napalm dibuja un horizonte de ceniza. ‘Fotógrafo de guerra: El hombre que captó la imagen’, dirigido por Bao Nguyen y disponible en Netflix, arranca desde ese instante congelado en el tiempo para examinar las sombras que acompañan a la autoría de una de las fotografías más difundidas del siglo XX. El documental no se limita a narrar un hecho histórico, sino que lo utiliza como punto de partida para analizar la fragilidad ética del periodismo y la jerarquía que gobierna la industria de la información. La historia se desarrolla con la voz del fotógrafo británico Gary Knight, que guía al espectador en una investigación que atraviesa países, despachos y recuerdos, en busca del hombre que, según la película, fue relegado al olvido tras capturar una imagen que conmovió al mundo. Nguyen elige un tono sereno, de ritmo constante, que permite al espectador adentrarse en la trama sin artificios. Desde el principio, el director plantea la necesidad de mirar más allá de las versiones oficiales y observar cómo la verdad puede distorsionarse dentro de los engranajes institucionales.
El relato se centra en el 8 de junio de 1972, una fecha que cambió la historia del fotoperiodismo. A través del testimonio del editor Carl Robinson, la película reconstruye el momento en que aquella fotografía llegó a las oficinas de Associated Press en Saigón. Robinson recuerda cómo la decisión de enviar la imagen al mundo bajo otro nombre no fue fruto del azar, sino de una lógica empresarial que priorizaba la marca de la agencia por encima del trabajo individual. Lo que en apariencia parecía una simple decisión editorial encierra una historia de poder, miedo y silencio. Bao Nguyen expone este proceso con la precisión de un investigador que entiende la importancia del detalle: cómo una firma puede alterar el destino de una persona y cómo un acto administrativo puede convertirse en un robo simbólico de identidad. El documental no busca convertir a sus protagonistas en héroes o villanos, sino mostrar el dilema moral de quienes participaron en aquella cadena de decisiones. La cámara observa a Robinson como un hombre envejecido por la culpa, consciente de que el tiempo no borra la responsabilidad de haber obedecido sin rechistar.
A medida que la investigación avanza, la película desplaza su foco hacia la figura del fotógrafo vietnamita Nguyen Thanh Nghe, un colaborador local que, según las conclusiones del documental, fue el verdadero autor de la imagen. El equipo de Knight emprende una búsqueda que se convierte en un recorrido por la memoria colectiva de Vietnam, en el que los recuerdos personales se mezclan con los restos del trauma histórico. Cada entrevista, cada fragmento de archivo, refuerza la idea de que la fotografía no solo documentó un instante de horror, sino que también desnudó las desigualdades estructurales dentro del periodismo internacional. Bao Nguyen utiliza las herramientas de la investigación moderna, desde el análisis forense de las posiciones de los fotógrafos hasta la revisión minuciosa del material de archivo, para sostener su tesis con claridad. Sin embargo, lo que da verdadero peso a la narración no son los datos, sino la humanidad con la que el director retrata a quienes, cincuenta años después, siguen atrapados en las consecuencias de una injusticia. En ese terreno, la película trasciende el género documental y se convierte en una reflexión sobre la memoria, la reparación y la forma en que las instituciones moldean lo que el público considera verdad.
La relación entre Robinson y Nghe concentra la tensión más íntima de la película. Ambos encarnan dos polos de una misma historia: el primero, marcado por la culpa de haber sido cómplice de una manipulación; el segundo, resignado durante décadas al anonimato. Cuando finalmente se encuentran, la escena se construye desde el silencio y la contención. Bao Nguyen evita cualquier dramatismo y deja que la cámara capte la distancia entre ambos, una distancia atravesada por la historia y por la desigualdad que aún separa a quienes tuvieron la oportunidad de contar los hechos de aquellos que solo los vivieron. La película convierte ese reencuentro en un acto de reparación simbólica que no borra el daño, pero sí devuelve una parte de la dignidad perdida. El director entiende que el perdón no basta para equilibrar una injusticia que se sostuvo durante medio siglo, y que la verdadera restitución pasa por reconocer públicamente a quienes fueron silenciados. En ese gesto reside la fuerza del documental, que transforma una investigación periodística en un relato sobre la responsabilidad y la memoria.
La puesta en escena combina la sobriedad con una estética muy cuidada. Nguyen emplea recreaciones breves en blanco y negro que evocan la atmósfera del Saigón de los setenta sin caer en la nostalgia. Estas secuencias dialogan con entrevistas actuales que muestran a los protagonistas en espacios cotidianos, subrayando el paso del tiempo y la persistencia del recuerdo. El montaje, elaborado con paciencia, deja espacio a la reflexión y permite que cada declaración adquiera sentido en relación con la anterior. La película incorpora también testimonios de periodistas, familiares y testigos que amplían el contexto y cuestionan la versión oficial mantenida durante décadas por la agencia Associated Press. Todo ello se integra en una narración coherente, sin artificios retóricos ni discursos morales, que aborda el tema de la autoría como un síntoma de algo más amplio: la forma en que las potencias mediáticas han legitimado históricamente la apropiación del trabajo ajeno, especialmente cuando se trataba de colaboradores locales en zonas de conflicto.
En su lectura política, ‘Fotógrafo de guerra: El hombre que captó la imagen’ se adentra en las dinámicas de poder que determinan quién tiene derecho a contar una historia y quién queda al margen. La película apunta a la desigualdad estructural entre el centro y la periferia mediática, entre el norte global que controla el relato y el sur que lo protagoniza. Esa tensión atraviesa toda la obra de Bao Nguyen, que convierte la investigación en un retrato del periodismo como campo de batalla ideológico. La cinta muestra cómo las agencias occidentales impusieron durante décadas un relato unilateral del conflicto, invisibilizando a los fotógrafos locales que arriesgaban la vida por obtener las mismas imágenes. En ese sentido, el documental adquiere un valor político indiscutible: pone rostro y voz a los olvidados, y obliga a revisar el papel de los medios como agentes de poder. La guerra, sugiere el director, no solo se libra en los frentes, sino también en las redacciones.
‘Fotógrafo de guerra: El hombre que captó la imagen’ invita a pensar en el peso de las imágenes y en la responsabilidad de quienes las difunden. A través de su tono pausado y su estructura precisa, la película desmonta los mitos que acompañan a la fotografía más famosa de la guerra de Vietnam y revela las consecuencias humanas de una atribución injusta. Bao Nguyen logra equilibrar el rigor periodístico con una mirada personal que explora la culpa, la lealtad y la necesidad de reparación. Netflix sirve aquí como plataforma para recuperar una historia que había permanecido enterrada, ofreciendo al espectador una oportunidad para reconsiderar la relación entre verdad, poder y memoria. La película deja la sensación de que la justicia, aunque llegue tarde, sigue siendo posible si quienes la persiguen se empeñan en rescatar lo que otros decidieron ocultar.
