Cine y series

Fallout - temporada 2

Geneva Robertson-Dworet

2025



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La superficie del mundo parece un recuerdo que se resiste a desaparecer. En ese paisaje de hierro oxidado y arenas tóxicas, ‘Fallout’ vuelve a levantar su historia. La segunda temporada, escrita y dirigida por Geneva Robertson-Dworet y Graham Wagner para Prime Video, parte de un terreno devastado que no necesita presentaciones: un lugar donde la memoria es tan peligrosa como la radiación. Los creadores amplían el mapa de lo ya conocido, ajustan el ritmo y dejan que cada episodio respire con la naturalidad de una serie que ha encontrado su tono. Lo que en la primera entrega era curiosidad ahora se transforma en un viaje de identidad, de culpa y de poder. Aquí el espectáculo visual se pone al servicio de una narración más madura, sin excesos ni adornos, con una mirada que conecta la brutalidad del desierto con la hipocresía que precedió al desastre.

Lucy MacLean, interpretada por Ella Purnell, abandona definitivamente la ingenuidad del encierro. Su trayecto hacia New Vegas no es solo una persecución, sino una forma de reconstruir quién es cuando ya no queda nadie que le diga lo que debe hacer. El recuerdo de su padre, el hombre que participó en el apocalipsis, la empuja a enfrentarse al tipo de sociedad que él ayudó a destruir. En su camino la acompaña el Ghoul, un cazador de recompensas deformado por la radiación y por los años, cuya presencia convierte la ruta en un duelo moral constante. Entre ambos se forma una relación cargada de tensión y sarcasmo, una especie de pacto forzado en el que la supervivencia se mezcla con el desprecio y la necesidad. Lucy aprende a desconfiar y el Ghoul redescubre fragmentos de su antigua humanidad, aunque el término resulte casi un sarcasmo en un mundo sin normas.

Las secuencias que muestran al Ghoul antes de la catástrofe, cuando era el actor Cooper Howard, son el ancla emocional de la temporada. En esas escenas, ambientadas en los años cincuenta, aparece un universo aparentemente ordenado que oculta los cimientos del colapso. Su esposa Barb, ejecutiva de Vault-Tec, representa el tipo de ambición que convirtió la ciencia en herramienta de poder. Los decorados retro, los anuncios falsamente optimistas y los laboratorios de líneas redondeadas componen un retrato de la sociedad que creyó poder dominarlo todo. La dirección utiliza esa estética brillante para revelar la raíz del desastre: la fe ciega en la tecnología y la codicia disfrazada de progreso. Cooper, atrapado entre el amor y la sospecha, se convierte en la conciencia rota del relato, un hombre que ve venir el fin y que, sin embargo, sigue creyendo que puede controlarlo.

Mientras la historia principal avanza por el desierto, el guion no se olvida de los que quedaron bajo tierra. Norm, el hermano de Lucy, sigue encerrado en un refugio que simboliza la permanencia de los viejos errores. Su rutina burocrática y la vigilancia constante muestran una sociedad que prefiere la obediencia a la libertad. En esos espacios herméticos, la serie construye una atmósfera de falsa calma que contrasta con el caos exterior. Los dirigentes de Vault 33, obsesionados con mantener el orden, reproducen las mismas jerarquías que destruyeron el mundo. La dirección refuerza esa sensación de encierro con luces frías y pasillos simétricos, donde cada gesto parece parte de un ritual sin sentido.

Maximus, interpretado por Aaron Moten, ocupa otro de los ejes de la temporada. Su integración en la Hermandad del Acero sirve para explorar cómo las ideologías pueden deformarse cuando se convierten en refugio. La fe en la disciplina y en la pureza tecnológica acaba transformándose en una forma de sometimiento colectivo. Maximus, que ya había sido utilizado por el sistema, comienza a percibir la corrupción moral de la institución a la que ha jurado lealtad. Sus dudas se enfrentan al liderazgo del clérigo Quintus, interpretado por Michael Cristofer, cuya rigidez doctrinal encarna el deseo de control que ha sobrevivido al apocalipsis. Las secuencias entre ambos, tensas y silenciosas, ilustran la fragilidad de cualquier poder que se sustenta en la obediencia.

El gran acierto de esta temporada radica en su tono. La serie deja atrás la sorpresa inicial y apuesta por un equilibrio entre humor negro y reflexión política. Las conversaciones entre Lucy y el Ghoul funcionan como espacios donde el sarcasmo y la desesperanza se confunden, donde cada frase desvela una verdad incómoda sobre el mundo que los rodea. En paralelo, los fragmentos del pasado amplían la crítica hacia la cultura del beneficio y el abuso corporativo. Robert House, interpretado por Justin Theroux, aparece como figura clave de esa red de poder. Su presencia, calculadora y elegante, define una época que confundió la ambición con el progreso. Con él, la serie introduce un discurso sobre la responsabilidad de quienes diseñaron la destrucción mientras se creían los salvadores del futuro.

El tratamiento visual continúa siendo una de las grandes virtudes de ‘Fallout’. Los desiertos de California se transforman en paisajes de metal y arena donde cada ruina tiene la textura de un recuerdo. Los colores cálidos dominan el exterior y contrastan con los tonos eléctricos de los refugios, reforzando la distancia entre quienes buscan sobrevivir y quienes viven bajo una falsa sensación de seguridad. La música de mediados del siglo pasado, convertida en recurso narrativo, acompaña los momentos de violencia con una ironía que subraya la contradicción entre la alegría del pasado y la devastación presente. El montaje mantiene la energía de una serie que nunca se detiene del todo, aunque se permita momentos de silencio para que los personajes respiren.

A medida que la trama avanza, el espectador asiste a un retrato colectivo de la supervivencia. Ninguno de los personajes actúa desde la pureza. Lucy obedece a su deseo de justicia, el Ghoul a la costumbre de seguir vivo, Maximus a una lealtad que se tambalea, y todos terminan enfrentados al vacío de un mundo que ha olvidado el significado de comunidad. La serie consigue que esas contradicciones adquieran peso real, alejándose de cualquier moral simplista. El desierto deja de ser solo un escenario y se convierte en una metáfora del presente: un espacio donde las viejas estructuras siguen operando aunque todo se haya derrumbado.

El conjunto transmite una visión clara y firme: ‘Fallout’ utiliza el apocalipsis para hablar del poder, de la avaricia y del modo en que las instituciones reproducen su violencia incluso cuando el planeta está en ruinas. La dirección, precisa y sin adornos, da unidad a una historia que combina sátira, tragedia y reflexión política. Prime Video mantiene una serie que, más que recrearse en el caos, lo usa como espejo de nuestras propias contradicciones. Cada episodio plantea una verdad directa: el fin del mundo no destruyó el sistema, solo lo dejó al descubierto.

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