Cine y series

Expediente Vallecas

Kike Costas

2025



Por -

El caso de Estefanía Gutiérrez Lázaro pesa todavía sobre la memoria colectiva española. ‘Expediente Vallecas’ retoma esa herida abierta y la revisa desde la mirada de Noemí Redondo, que dirige una docuserie producida por Buendía Estudios para HBO Max con guion de Irene del Cerro y Jorge Pérez Vega. La obra se asienta sobre un enfoque sobrio, casi analítico, que prefiere indagar en los hechos y en sus consecuencias más humanas antes que en el morbo que siempre rodeó este suceso. A diferencia de tantas ficciones sobre lo paranormal, aquí el foco recae en la estructura emocional de una familia y en la forma en que un episodio doméstico se convirtió en un mito nacional. Redondo observa cómo una sociedad entera se organizó alrededor de una historia que, entre superstición y televisión, terminó desbordando a todos sus protagonistas.

El primer episodio, titulado ‘Miedo’, devuelve la palabra a Querubina, hermana de la fallecida. Ella recuerda cómo la casa familiar se convirtió en un escenario de nervios, susurros y luces apagadas, donde cada ruido era interpretado como señal de algo fuera de control. El documental detalla cómo los medios multiplicaron aquella angustia y la transformaron en entretenimiento. La cámara, sin moverse demasiado, deja que las voces hablen y que los silencios respiren. Esa contención resulta más reveladora que cualquier efecto visual, porque lo que muestra no es un fenómeno sobrenatural, sino un entorno emocional cargado de tensión. Lo más incómodo de este primer capítulo no está en los supuestos fantasmas, sino en la facilidad con la que el dolor familiar se convierte en material de consumo colectivo.

‘Vértigo’, el segundo episodio, expone la irrupción del aparato institucional: la policía, los periodistas y los curiosos que invadieron el hogar buscando pruebas de algo extraordinario. Ricardo, otro de los hermanos, reconstruye el momento en que la intimidad quedó abolida. La docuserie describe con precisión cómo la televisión de principios de los noventa transformó un drama doméstico en una mercancía. El montaje alterna testimonios actuales con imágenes de archivo que exhiben el modo en que los presentadores y tertulianos se apropiaron de la tragedia, disfrazándola de misterio nacional. El discurso de Redondo va más allá de los hechos paranormales: plantea que el miedo, amplificado por los medios, fue el verdadero fenómeno de masas. La España que se retrata, entre superstición y modernidad, refleja un país ansioso de espectáculo, deseoso de convertir cada suceso en un relato apto para el prime time.

El tercer capítulo, ‘Trauma’, funciona como una revisión definitiva. Maxi, el hermano menor, introduce versiones que alteran lo que se creía cierto y obligan a reconsiderar toda la historia. Su testimonio revela fracturas internas, contradicciones y una necesidad común de hallar sentido al desorden. El documental pasa de lo sobrenatural a lo psicológico, situando en el centro la manipulación, la credulidad y la vulnerabilidad. Redondo filma con austeridad: planos cerrados, luz escasa y ausencia de música que obliga a escuchar la respiración del recuerdo. El relato deja claro que lo que marcó a esa familia fue la presión social y mediática que les hizo vivir en una exposición constante. En ese punto, el documental adquiere un tono de autopsia emocional donde cada miembro intenta entender qué ocurrió realmente y qué peso tuvieron el miedo, la fe y el deseo de creer.

Los tres capítulos conforman una estructura que combina investigación, memoria y crítica social. El ritmo pausado y las entrevistas directas ofrecen un relato transparente, sin adornos, que evita el dramatismo gratuito. El montaje apuesta por la claridad narrativa y la precisión en los detalles. La dirección evita manipular la emoción y confía en la fuerza de las palabras. Redondo no presenta una única versión, sino la coexistencia de varias percepciones sobre los mismos hechos. Ese enfoque permite apreciar cómo la verdad, cuando pasa por la prensa, los vecinos o los expertos en lo oculto, se deforma hasta volverse irreconocible. El documental invita a mirar cómo se construyen las leyendas y cómo una historia íntima puede terminar siendo un símbolo nacional del miedo.

La docuserie dedica especial atención a sus personajes, no como portadores de un enigma, sino como personas que aprendieron a sobrevivir a una exposición pública devastadora. Querubina encarna la fortaleza agotada por años de desconfianza. Ricardo refleja el peso de haber sido testigo y víctima de una maquinaria mediática que utilizó su tragedia. Maxi aporta una visión más crítica, propia de quien se ha distanciado del mito y busca cerrar un ciclo familiar que el país nunca permitió clausurar. Cada uno de ellos representa una faceta del duelo: la culpa, la vergüenza y el intento de reconstrucción. Frente a ellos aparecen periodistas, parapsicólogos y policías que completan la trama desde la distancia institucional o profesional. Todos ayudan a mostrar que, más que un expediente policial, lo que quedó fue un espejo social.

‘Expediente Vallecas’ funciona también como un análisis de los medios de comunicación y de la cultura del sensacionalismo. La televisión de la época, ávida de audiencia, convirtió el dolor en espectáculo y a la familia en protagonista involuntaria de un drama nacional. El documental muestra cómo el morbo puede travestirse de información y cómo la fascinación colectiva por lo extraño puede llegar a justificar cualquier invasión. La dirección señala la responsabilidad de los presentadores, reporteros y productores que convirtieron un expediente en un fenómeno de masas. La serie invita a reflexionar sobre la manipulación del miedo y sobre cómo los medios moldean la percepción de lo real. En esa crítica se adivina una lectura política más amplia: el poder mediático como una forma de control que define lo creíble y lo que debe quedar al margen.

El estilo de Noemí Redondo destaca por su discreción. Su puesta en escena evita adornos y deja que la palabra sea protagonista. Cada plano se organiza con una intención clara: mantener la atención en la narración y no en la técnica. La iluminación tenue, los espacios cerrados y la falta de música generan una sensación de encierro que recuerda la angustia que describe la propia familia. La cámara se coloca siempre a una distancia respetuosa, lo suficiente para observar sin invadir. Esa manera de filmar se alinea con la tradición del documental español que concibe el cine como observación. Redondo se inscribe en esa corriente y la adapta al contexto local, demostrando que el rigor puede ser tan expresivo como el artificio.

‘Expediente Vallecas’ termina siendo una radiografía del miedo colectivo y del peso de las historias mal contadas. No se queda en el misterio, sino que examina el modo en que la sociedad española convirtió un hecho doméstico en una leyenda urbana. El documental ofrece un retrato claro del dolor heredado, de la culpa extendida y de la incapacidad de un país para asumir su propia fascinación por lo oculto. Más que resolver un caso, plantea la necesidad de entender por qué seguimos repitiendo las mismas narrativas del espanto. Redondo firma una obra que combina la investigación periodística con la sensibilidad de quien observa sin dramatizar, y consigue que el mito se transforme en una reflexión sobre la memoria, los medios y la fragilidad del relato colectivo.

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