La trama se organiza alrededor de Gonzalo y Jacobo, interpretados por los propios Bodegas y Casado. El primero encarna al heredero de un empresario con demasiadas oportunidades concedidas; el segundo se autoproclama mentor de emprendedores sin proyectos reales. Juntos montan ‘No Comfort Zone’, un espacio de coworking ideado como vitrina de modernidad que funciona más como caricatura del autoempleo contemporáneo que como empresa viable. Ese entorno reúne a diseñadores, asesores, influencers, agentes de talento o artistas, figuras que comparten la ilusión de crear algo propio mientras sobreviven entre frases de autoayuda, cafés de diseño y aparatos de ocio convertidos en símbolos de una productividad impostada. En medio de ese ecosistema aparece Julia, interpretada por Aura Garrido, enviada por el patriarca familiar para fiscalizar la enésima aventura empresarial de su hermano. Su entrada introduce un contrapunto racional, aunque su aparente control se diluye en la maraña de ocurrencias de quienes la rodean. Su recorrido refleja la frustración de quien intenta imponer orden en un contexto que glorifica la improvisación como virtud.
El guion combina el formato episódico con un desarrollo progresivo de las relaciones entre los personajes. No se apoya en la estructura de sketch, sino que apuesta por la continuidad de las tramas y por una construcción coral que recuerda a las comedias de oficina, aunque aquí el trabajo real brilla por su ausencia. La serie emplea el humor como espejo social, abordando de manera explícita la precariedad encubierta, la mercantilización de la autoimagen y la confusión entre motivación y autoexplotación. Bajo esa superficie cómica se percibe un estudio minucioso del lenguaje del mercado contemporáneo, plagado de términos importados del inglés que enmascaran realidades ordinarias. El discurso de Jacobo, por ejemplo, convierte cada palabra en un acto de fe comercial; la verborrea sustituye a la competencia, y el optimismo perpetuo sirve como disfraz del fracaso estructural. Frente a él, Gonzalo representa el privilegio heredado, un personaje sostenido por la economía familiar que interpreta el emprendimiento como una extensión de su ocio. Ambos conforman una dupla que revela dos caras del mismo espejismo: la del que predica el sacrificio ajeno y la del que nunca ha tenido que esforzarse.
El espacio donde se desarrolla la acción adquiere un valor casi simbólico. ‘No Comfort Zone’ funciona como un laboratorio de ilusiones donde se ensayan las nuevas formas de dependencia laboral. La decoración moderna, los lemas motivacionales y las áreas de descanso se convierten en elementos de una arquitectura que aparenta bienestar mientras impone sumisión. La dirección aprovecha estos elementos visuales para subrayar el contraste entre apariencia y contenido, manteniendo una cámara cercana que privilegia los gestos minúsculos y las miradas incómodas sobre los grandes planos. El tono general rehúye la caricatura directa y prefiere el retrato cotidiano, permitiendo que las escenas respiren dentro de una atmósfera de falsa calma. La iluminación clara y el diseño sonoro discreto refuerzan esa estética de oficina impoluta que encubre un fondo de vacío profesional y moral.
En el apartado interpretativo, los actores se integran en un registro de naturalidad que evita la sobreactuación. Aura Garrido aporta al conjunto un equilibrio entre rigor y desconcierto, al tiempo que su personaje encarna el conflicto entre la racionalidad formativa y la inercia cultural del entorno. Bodegas y Casado, conocedores de los mecanismos del humor observacional, ajustan su ironía para mantener un tono narrativo más sostenido, donde la risa se genera por acumulación y no por sorpresa. El elenco secundario, formado por rostros procedentes de la comedia televisiva y del circuito alternativo, contribuye a reforzar el carácter coral del relato. Cada personaje representa un modelo reconocible dentro del ecosistema laboral contemporáneo: desde la artista que vive pendiente de su proyección pública hasta el asesor que cree dominar el universo empresarial a base de frases prefabricadas. En conjunto, todos forman una radiografía de un tiempo que convierte la autoexplotación en estilo de vida.
El trabajo de dirección se caracteriza por una puesta en escena que equilibra el artificio con la observación social. Álex de la Iglesia, en los primeros episodios, introduce su habitual gusto por el exceso visual, aunque moderado por el tono general de la serie. Rodrigo Ruiz Gallardón y Adolfo Martínez continúan esa línea, otorgando continuidad al conjunto mediante un uso cuidadoso del montaje y del tempo cómico. El humor se construye desde la situación y no desde el chiste explícito, lo que permite que la crítica aflore sin subrayados. El ritmo pausado y la ausencia de dramatismo enfatizan la rutina absurda en la que se mueven los protagonistas, mientras el guion intercala pequeños estallidos de humor físico que rompen la aparente serenidad del relato. La dirección elige mostrar la comicidad desde la incomodidad, sin refugiarse en la exageración ni en el sarcasmo fácil.
El contenido político y moral de ‘Entrepreneurs’ se manifiesta a través de la sátira del lenguaje corporativo y la exposición de la fragilidad de las nuevas estructuras laborales. La serie analiza cómo el discurso del emprendimiento ha sustituido la solidaridad colectiva por la fe en el éxito individual. En ese sentido, su crítica se extiende a los valores sociales contemporáneos, donde la meritocracia se ha convertido en una forma de autoengaño. Cada episodio insinúa las consecuencias de esa ideología que glorifica el esfuerzo personal mientras disuelve cualquier responsabilidad institucional. En el fondo, lo que se representa es una sociedad que ha transformado la precariedad en aspiración, que reviste la carencia de propósito con una capa de entusiasmo permanente. El humor, en este contexto, funciona como una herramienta de distanciamiento que permite observar la maquinaria cultural sin moralizarla, exponiendo la banalidad de sus rituales.
A lo largo de los diez episodios, ‘Entrepreneurs’ consigue mantener un equilibrio entre la comedia y el análisis social. La evolución de sus personajes no se basa en grandes giros argumentales, sino en la acumulación de pequeñas derrotas que van vaciando su discurso. El coworking se convierte en una metáfora del sistema que los contiene: un espacio brillante, lleno de promesas, donde cada individuo busca validación sin encontrarla. El retrato que surge de esa convivencia revela una tensión constante entre la necesidad de pertenecer y la imposibilidad de destacar. La serie no celebra ni condena a sus personajes; los observa con una distancia que amplifica su ridiculez sin despojarles de humanidad. Esa mirada controlada permite que el espectador perciba la sátira como una forma de documentación social más que como burla.
En conjunto, ‘Entrepreneurs’ se presenta como una ficción que, bajo la apariencia ligera de una comedia, ofrece un retrato preciso del entorno laboral y cultural contemporáneo. Su estructura, su tono y su lenguaje conforman una propuesta coherente dentro del panorama audiovisual español, en el que el humor sirve como medio para exponer la lógica de la apariencia, la fe en el progreso personal y la confusión entre trabajo y estilo de vida. Sin necesidad de dramatizar, la serie muestra cómo la búsqueda de sentido dentro del sistema empresarial se ha convertido en una forma de entretenimiento en sí misma. A través de la mirada irónica de sus creadores, la risa se transforma en una herramienta para reconocer la farsa colectiva de quienes confunden la realización personal con la marca registrada.
