En una época en la que el cine parece cada vez más dependiente de algoritmos y campañas publicitarias, Lluís Miñarro entrega con 'Emergency Exit' una obra que se mueve en la frontera entre la fantasía y la reflexión política. Desde su primera secuencia, rodada con esa textura granulada que recuerda a las películas de los años setenta, la propuesta se asienta en una atmósfera que combina lo teatral, lo simbólico y lo absurdo. No interesa tanto la narración clásica como el modo en que las imágenes despliegan una visión del deseo, la fe y la decadencia moral. El director catalán, fiel a su espíritu inconformista, sitúa a un grupo de personajes en un autobús que avanza sin destino, atrapados entre la realidad y un espacio onírico donde las identidades se diluyen. Esa idea de encierro sirve como punto de partida para observar la fragilidad de una sociedad que busca sentido en un viaje perpetuo.
El relato comienza con una serie de figuras reconocibles pero desprovistas de biografía: un sacerdote interpretado por Oriol Pla, una doctora encarnada por Emma Suárez, una diva encendida por Marisa Paredes, un cineasta con el rostro de Albert Pla y una serie de viajeros que parecen formar una comunidad accidental. Ninguno tiene un propósito claro, y esa indefinición no implica vacío, sino la posibilidad de construir metáforas sobre la fe, la represión y la necesidad de trascender un mundo que ha perdido dirección. La carretera se convierte en escenario, el vehículo en teatro ambulante y los personajes en actores atrapados por su propio guion. Miñarro transforma lo cotidiano en una suerte de ritual cinematográfico, donde cada gesto, cada encuadre, cada mirada, adquiere el valor de una confesión visual. El viaje, más que avanzar, se pliega sobre sí mismo, como si el movimiento fuera solo una excusa para enfrentarse a aquello que ninguno se atreve a nombrar.
El universo visual de 'Emergency Exit' refuerza esa sensación de tránsito inmóvil. La cámara capta los cuerpos con una mezcla de cercanía y artificio, iluminándolos con colores que oscilan entre el fucsia y el azul eléctrico. Los rostros aparecen cortados, superpuestos o reflejados, mientras los sonidos del afilador se cruzan con acordes clásicos y murmullos que parecen salir de un sueño interrumpido. Ese contraste entre lo kitsch y lo sagrado es una de las claves estéticas del filme. Miñarro muestra la teatralidad del cine sin esconder su artificio, como si recordara al espectador que cada plano es un escenario donde la mentira adquiere valor de verdad. La escena de Naomi Kawase dejando unas cenizas frente al Teide pintado en un telón subraya esa intención: el cine como ceremonia de la falsedad y, al mismo tiempo, como acto de fe en la imagen.
Entre todos los pasajeros, el personaje interpretado por Jhonattan Burjack destaca como una aparición. Su figura, mitad Eros y mitad espectro, atraviesa el autobús con una presencia que encarna el deseo reprimido. No pronuncia palabra, pero su cuerpo basta para alterar el equilibrio del grupo. El deseo aquí no se trata como mero impulso erótico, sino como fuerza política. En los diálogos de Marisa Paredes late una reivindicación de la libertad a través del placer, una forma de desobediencia frente a los códigos de una moral que aún conserva los restos de la culpa católica. 'Emergency Exit' se convierte así en una parábola sobre el poder del deseo frente al orden burgués, y en ese punto conecta con las obsesiones de Miñarro desde 'Stella cadente', donde la sensualidad también servía como herramienta de insurrección.
El director utiliza el humor y la ironía para romper cualquier atisbo de solemnidad. Las discusiones entre los personajes, los gestos exagerados y las coreografías improvisadas en el interior del vehículo introducen un tono de farsa que dialoga con la tradición de Buñuel y Pasolini, pero desde una mirada más juguetona. En algunos momentos, el film parece reírse de sí mismo, como si el propio Miñarro quisiera dejar constancia de que el exceso también puede ser una forma de sinceridad. Esa ambivalencia entre lo sagrado y lo grotesco constituye el pulso vital de la película. Lo espiritual convive con lo carnal, lo trascendente con lo ridículo, sin que ninguno se imponga del todo. Cada escena se sostiene en esa tensión que mantiene el relato en un equilibrio inestable, lleno de color, ruido y extrañeza.
El tratamiento del espacio resulta esencial. El autobús no representa únicamente un lugar físico, sino un microcosmos donde convergen las contradicciones de una sociedad incapaz de reconocerse. Dentro, la mezcla de lenguas, edades y nacionalidades sugiere una comunidad improvisada, un retrato del desorden contemporáneo. Fuera, el paisaje volcánico de Tenerife funciona como metáfora de una tierra que parece haber perdido su promesa. En esa combinación de lo natural y lo escenográfico se encuentra el tono de Miñarro: una película que se reconoce como invención y que, sin embargo, transmite una inquietante sensación de verdad. Los personajes parecen atrapados en un limbo que recuerda al de 'El ángel exterminador', aunque aquí la claustrofobia se sustituye por una especie de desconcierto gozoso, una aceptación del absurdo.
El discurso de 'Emergency Exit' no se reduce a una experimentación formal. Detrás de su apariencia excéntrica late una mirada sobre la decadencia cultural europea, sobre la pérdida de referentes morales y sobre la imposibilidad de encontrar sentido en la modernidad tardía. La religión, el arte y el deseo aparecen como restos de un tiempo en el que el cine aspiraba a revelar algo más que entretenimiento. Miñarro se resiste a la domesticación de la imagen digital y prefiere la textura de lo manual, de lo artesanal, en un gesto de resistencia frente a la homogeneización estética de las plataformas. En una de sus escenas más potentes, el reflejo de los pasajeros en los cristales del bus se convierte en metáfora de la memoria: fragmentos que se superponen sin llegar a construir un relato completo, como si la historia colectiva se hubiera quedado suspendida en el aire.
Los intérpretes encajan en ese universo sin aparente esfuerzo. Marisa Paredes ofrece un personaje que podría ser la síntesis de su carrera: diva, actriz y mujer consciente de su propio final. Emma Suárez aporta la serenidad de quien observa desde la distancia, mientras Albert Pla introduce una ironía constante que desactiva cualquier tentación de solemnidad. Naomi Kawase, por su parte, convierte la introspección en gesto corporal, atravesando la pantalla con una melancolía contenida. Todos ellos participan en una suerte de danza coral que, más que representar, encarna el desvarío de una generación que mira hacia atrás con la esperanza de encontrar sentido en lo que ya se perdió.
La película plantea una reflexión sobre el paso del tiempo y la herencia cultural. Ambientada en una época que evoca la estética de los setenta, 'Emergency Exit' se adentra en una revisión nostálgica de un cine que aún creía en la libertad formal. El propio Lluís Miñarro, que comenzó su carrera en ese contexto, utiliza esta obra para reencontrarse con su memoria y, al mismo tiempo, para señalar el agotamiento de un modelo de producción que reduce la creación a una fórmula repetible. En su reivindicación de lo manual, de lo que se hace sin miedo a fallar, se percibe una actitud política, una defensa del arte como territorio de riesgo frente a la complacencia industrial. Esa mirada se traduce en imágenes que se resisten a la velocidad contemporánea, que obligan a detenerse, a observar, a aceptar la lentitud como forma de pensamiento.
'Emergency Exit' funciona como una alegoría sobre la pérdida de dirección de una cultura que ha confundido el progreso con la saturación. Cada color, cada encuadre, cada movimiento de cámara construye una poética del extravío. Lo que parece caos es, en realidad, una forma de orden distinta, donde el sentido no se busca en la explicación, sino en la experiencia de observar. La película, proyectada en festivales como Gijón o Tallin, conserva la vocación de un cine que no se somete a la comodidad del espectador, sino que le exige atención, tiempo y sensibilidad. En un autobús detenido bajo luces imposibles, los personajes descubren que su única salida de emergencia consiste en aceptar el desconcierto y seguir mirando.
