Cine y series

El rey de reyes

Seong-ho Jang

2025



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La historia de 'El rey de reyes', dirigida por Seong-ho Jang, se despliega con una mezcla peculiar de cuento moral y experimento visual que intenta acercar la vida de Jesús a los códigos de la animación contemporánea. Desde la primera secuencia, la figura de Charles Dickens emerge como narrador que convierte la fe en relato doméstico, un padre que traduce los evangelios a un lenguaje comprensible para su hijo Walter, un niño inquieto que prefiere las hazañas de reyes y caballeros a las parábolas sobre la compasión. Esa elección convierte la película en una exploración sobre la enseñanza, sobre la forma en que una generación intenta transmitir a otra un conjunto de valores cuando las palabras parecen gastadas. La dirección de Jang, marcada por su pasado en los efectos visuales, da a esta idea una textura luminosa, un equilibrio entre la teatralidad victoriana y la imaginería bíblica que recorre toda la narración. Angel Studios, responsable de su distribución, consolida así su línea de producciones donde la espiritualidad se expresa en clave familiar, entre la catequesis y el espectáculo.

El argumento se articula en dos planos narrativos: el hogar de Dickens, con su ambiente de chimeneas, libros abiertos y discusiones paternales, y el paisaje árido donde se desarrolla la vida de Jesús. El tránsito entre ambos espacios se presenta como un ejercicio de imaginación infantil que difumina los límites entre la historia y la fábula. Esa decisión otorga al film un tono de relato contenedor, en el que la palabra narrada se transforma en imagen y la imagen devuelve a la palabra su poder moral. El problema es que esa traslación no siempre fluye con naturalidad. La animación tridimensional, cargada de brillo y detalle, contrasta con la rigidez de los rostros, que transmiten una frialdad ajena al propósito emocional del relato. Jesús aparece con proporciones exageradas y un semblante casi de estatuilla, mientras los personajes secundarios se mueven con un aire de maniquí. Sin embargo, la fuerza del guion reside en su estructura de fábula lineal: cada episodio del evangelio se presenta con una intención clara, sin ambigüedades, sin adornos innecesarios, como si Dickens se propusiera enseñar antes que entretener.

Walter, el hijo del narrador, encarna la figura del discípulo moderno. Su fascinación por el rey Arturo funciona como metáfora de la juventud que busca héroes en un mundo que ya los ha reducido a figuras comerciales. A través de él, la película plantea un contraste entre el poder de la espada y el poder de la palabra. El niño espera que el valor se mida por la fuerza; su padre le explica que el auténtico liderazgo nace de la entrega. Ese conflicto es el núcleo temático más sugerente de la película: cómo se transmite una idea de bondad en una época dominada por la fascinación por el triunfo. Las intervenciones del gato Willa, que observa sin participar, añaden un toque de humor leve y un respiro ante la solemnidad del discurso. Dickens, con la voz de Kenneth Branagh, modula su relato entre la ternura y la firmeza, ofreciendo una interpretación que equilibra la distancia moral del personaje con la emoción del padre que intenta convencer a su hijo de que la grandeza no siempre se mide por la gloria.

El desarrollo del relato bíblico avanza por los episodios más reconocibles: el nacimiento en Belén, los milagros, la multiplicación de los panes, las traiciones, el proceso ante las autoridades romanas y la crucifixión. Cada fragmento funciona como una miniatura narrativa con intención moral. Seong-ho Jang elige un tono didáctico que recuerda al cine de animación clásico, con ritmo pausado y diálogos claros. La banda sonora de Tae Seong Kim refuerza ese aire de solemnidad, pero sin cargar el discurso. Lo más interesante es que el film evita el sentimentalismo y prefiere apoyarse en la palabra narrada como hilo conductor, lo que convierte a Dickens en un personaje esencial más allá de su papel de mediador. El director no busca dramatizar la pasión de Cristo con crudeza, sino subrayar la enseñanza moral que se desprende de cada gesto. La violencia está contenida, las imágenes se suavizan, y el foco se mantiene en la consecuencia ética de las acciones.

El tratamiento de los personajes secundarios ofrece una lectura social más precisa de lo que podría parecer. Los discípulos aparecen como hombres sencillos, alejados del heroísmo convencional, mientras las autoridades romanas se retratan como burócratas que administran un sistema de obediencia. Pierce Brosnan interpreta a Pontius Pilate desde la conveniencia, un retrato que remite a cualquier figura política atrapada por la presión de mantener el orden a costa de la justicia. Esa mirada introduce una dimensión política dentro de un relato que, en principio, parecía exclusivamente religioso. El espectador percibe así cómo la fe, más que refugio, se convierte en instrumento de resistencia. El film sugiere que el poder teme la palabra porque la palabra puede desarmar sus leyes. Esa lectura, sencilla y directa, se mantiene a lo largo del metraje y conecta con una idea más amplia: la educación moral como herramienta para desafiar los mecanismos de control.

La dirección de Seong-ho Jang, aunque contenida, demuestra una comprensión clara del equilibrio entre texto y imagen. Su cámara digital, casi siempre estática, transmite una calma que favorece la concentración en el discurso. Sin embargo, en los momentos en que la historia pide movimiento, la rigidez visual atenúa la intensidad. El resultado es un film coherente en su intención pero irregular en su energía. Jang se preocupa más por la pureza del mensaje que por el impacto emocional. Esa elección puede parecer limitante, pero también otorga al conjunto un tono de serenidad que contrasta con la saturación visual del cine de animación comercial. La fotografía, trabajada por Woo-hyung Kim, combina la luz dorada de los interiores con la luminosidad blanca de los paisajes bíblicos, creando una armonía cromática que refuerza el carácter moral del relato.

El componente moral atraviesa toda la película. 'El rey de reyes' no se detiene en la tragedia, sino que busca mostrar la persistencia de la enseñanza. Dickens representa al narrador que intenta ordenar el caos del mundo a través de la palabra, un hombre que asume la responsabilidad de explicar la compasión en un tiempo que valora más la conquista que la bondad. Jesús, en cambio, se convierte en símbolo de coherencia ética, un personaje que transforma a quienes le escuchan sin imponerse. La película, en ese sentido, funciona como una meditación sobre la transmisión del saber, sobre la relación entre fe y educación. Angel Studios demuestra que la espiritualidad puede abordarse sin dogmas, como un espacio donde se cruzan la palabra, la imagen y la enseñanza.

La visión final que ofrece 'El rey de reyes' es la de una historia contada con la serenidad de quien busca explicar, no convencer. Jang propone una lectura que combina el respeto por el texto original con una sensibilidad contemporánea, donde la religión aparece menos como doctrina y más como relato moral. Dickens y su hijo encarnan el puente entre la tradición y la curiosidad moderna, entre la necesidad de creer y el deseo de entender. Esa dualidad convierte a la película en una reflexión sobre la forma en que las historias moldean nuestra visión del mundo, recordando que toda fe, para sostenerse, necesita ser contada una y otra vez.

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