Cine y series

El refugio atómico

Álex Pina

2025



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Las producciones de Álex Pina han dejado una marca reconocible en el audiovisual español, y ‘El refugio atómico’, disponible en Netflix, confirma su interés por relatos de alta intensidad dramática y escenarios que funcionan como laboratorios sociales. La nueva serie lo sitúa junto a Esther Martínez Lobato en un terreno que combina thriller, drama familiar y distopía, articulado a partir de un espacio tan cargado de simbolismo como un búnker subterráneo diseñado para multimillonarios.

La historia arranca con la caída de un joven privilegiado, Max Varela, cuya vida se derrumba tras un accidente automovilístico en el que muere su novia. Su paso por la cárcel abre la serie con un retrato de brutalidad carcelaria y transformación personal, antes de que un nuevo escenario irrumpa en su vida: el estallido de una guerra que obliga a su familia a buscar refugio en las entrañas de un complejo fortificado conocido como Kimera Underground Park. Allí, junto con otras familias acaudaladas, deberán afrontar un encierro que se prolonga mientras en la superficie se libra un conflicto de dimensiones globales.

El búnker es mucho más que un decorado. Pina lo utiliza como metáfora de un mundo gobernado por privilegios, donde quienes disponen de capital se garantizan la continuidad de sus vidas frente a un desastre que arrasa a los demás. La serie plantea con claridad que la desigualdad social no desaparece bajo tierra: se intensifica, se expone y adquiere formas aún más hirientes. La presencia de uniformes, sistemas de vigilancia y jerarquías internas convierte al refugio en un microcosmos que recuerda a un experimento de control, con sus normas férreas y sus tensiones entre administradores y residentes.

En el plano narrativo, ‘El refugio atómico’ despliega una estructura que alterna momentos de acción con largas secuencias de enfrentamientos verbales. Pina combina flashbacks que reconstruyen vínculos familiares con escenas de encierro que exhiben cómo cada personaje reacciona ante la presión del aislamiento. De esa forma, la serie levanta un entramado en el que la violencia física convive con secretos, traiciones y rivalidades heredadas. Esa mezcla deliberada entre géneros busca enganchar al espectador mediante giros de guion constantes, aunque el resultado oscila entre la tensión genuina y un aire de culebrón subrayado por diálogos grandilocuentes.

El protagonista Max, interpretado por Pau Simón, funciona como eje de esa tensión. De joven adinerado pasa a preso endurecido y más tarde a huésped obligado de un complejo que lo enfrenta al padre de la chica fallecida y a la hermana de ella, interpretada por Alicia Falcó, que encarna la hostilidad hacia quien considera culpable. Esa relación triangular impulsa buena parte del drama, que se amplifica con la presencia de los padres de ambos bandos y con la figura de Minerva, interpretada por Miren Ibarguren, que dirige el recinto con autoridad férrea y un discurso tan seductor como inquietante.

La serie también despliega una dimensión política. El refugio refleja la forma en que las élites blindan su supervivencia, incluso en medio de un escenario de catástrofe. Pina subraya la distancia entre quienes acceden a esas instalaciones y el resto de la población condenada a la intemperie. El retrato se articula mediante escenas que muestran lujos absurdos dentro del búnker, contrastados con la amenaza de destrucción en el exterior. Esa contradicción funciona como crítica hacia un sistema en el que la seguridad se convierte en privilegio de pocos y en mercancía para quienes pueden pagar cifras desorbitadas.

Desde lo formal, la serie apuesta por una puesta en escena que explota la estética del encierro. Los pasillos interminables, las puertas blindadas y los uniformes de colores refuerzan la idea de que los personajes se encuentran en un entorno diseñado para limitar su libertad. La iluminación fría y la música épica subrayan la sensación de artificio, recordando que este encierro es tanto un espacio de supervivencia como un escenario construido para generar espectáculo.

El guion, escrito por Pina y su equipo habitual, abunda en giros calculados para sostener el suspense. Cada episodio culmina con un cliffhanger que busca garantizar la continuidad del visionado, en un esquema narrativo ya característico del creador de ‘La casa de papel’. Sin embargo, en ocasiones esa estrategia se percibe forzada: las revelaciones encadenadas y los cambios de tono restan coherencia al conjunto y convierten algunos episodios en una sucesión de golpes de efecto más que en un relato sólido.

En cuanto a los personajes secundarios, destacan figuras como Guillermo Falcón (Joaquín Furriel), multimillonario que carga con culpas y resentimientos, o Frida (Natalia Verbeke), madre de Max, atrapada entre la protección familiar y el peso de viejas lealtades. Todos ellos componen un mosaico de caracteres definidos más por sus conflictos externos que por matices psicológicos, lo que refuerza el aire melodramático de la propuesta.

‘El refugio atómico’ se presenta, en definitiva, como una ficción de gran presupuesto que combina ambición temática con una inclinación marcada hacia el espectáculo. Álex Pina vuelve a plantear un escenario de encierro extremo donde las tensiones sociales y familiares se amplifican hasta el exceso. Su serie mezcla crítica social y entretenimiento, aunque la combinación resulte irregular. Entre pasillos de hormigón y secretos familiares, el relato se sostiene más en su capacidad de generar tensión inmediata que en un desarrollo narrativo plenamente cohesionado.

El resultado es una producción que invita a reflexionar sobre la supervivencia como privilegio de clase y sobre la facilidad con que el miedo puede convertirse en recurso narrativo y político. Sin ofrecer un discurso cerrado, la serie recuerda que incluso en el fin del mundo, las jerarquías permanecen intactas.

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