Cine y series

El Mejor

Justin Tipping

2025



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Las luces del estadio se proyectan sobre rostros que oscilan entre la devoción y el agotamiento. En ese terreno que mezcla idolatría y desgaste físico, Justin Tipping construye en 'El Mejor' un relato que parte de la fascinación por la figura del deportista y deriva hacia un examen del poder, la fe y la manipulación. El director, que ya había mostrado una inclinación por retratar jóvenes sometidos a estructuras que los devoran, aborda aquí el universo del fútbol americano con un lenguaje visual que intenta alternar entre lo ceremonial y lo enfermizo. Su mirada se apoya en un guion compartido con Zack Akers y Skip Bronkie, donde el deporte deja de ser un entretenimiento colectivo para convertirse en un rito de sacrificio. La película, distribuida por Universal y disponible en plataformas de vídeo bajo demanda, se instala en un territorio ambiguo entre el horror físico y la parábola social, sin permitir que el espectador respire entre ambos registros.

Cameron Cade, interpretado por Tyriq Withers, encarna la obsesión de alcanzar un lugar reservado a unos pocos. Desde su infancia marcada por la rigidez paterna, el personaje crece dentro de un entorno que confunde la fortaleza con la ausencia de duda. Su admiración hacia Isaiah White, el veterano quarterback interpretado por Marlon Wayans, no surge del amor por el juego, sino del deseo de heredar la invulnerabilidad de un ídolo. Tipping estructura la primera parte del metraje como una secuencia de ascensión: la cámara acompaña al protagonista desde la multitud hasta la soledad, del ruido del estadio a los pasillos desérticos del rancho donde su mentor lo somete a una disciplina que combina método militar y fervor religioso. El contraste entre la frialdad arquitectónica del complejo y la saturación cromática del entrenamiento genera un espacio mental donde las normas del deporte se diluyen y sólo queda la voluntad de obedecer.

La relación entre ambos jugadores funciona como un experimento sobre el dominio y la identidad. White no aparece únicamente como una figura de autoridad; su presencia se impone a través de un carisma que bordea la amenaza. Su modo de hablar, siempre al límite de la prédica, convierte las sesiones de entrenamiento en actos de devoción. Las transfusiones de sangre, los ejercicios que rozan la tortura y la constante apelación a la idea de grandeza transforman el proceso de preparación en una ceremonia de purificación. Tipping retrata ese vínculo con una frialdad deliberada, alternando planos cerrados de los cuerpos con secuencias en que la cámara se desliza sobre la maquinaria de un espectáculo que devora a sus protagonistas. Las imágenes de radiografías y cortes internos refuerzan la sensación de que el cuerpo se ha convertido en mercancía, un elemento reemplazable dentro de una economía que glorifica la resistencia y desprecia la fragilidad.

A medida que Cameron avanza en su estancia dentro del rancho, la historia desplaza el foco hacia la descomposición psicológica del personaje. Las visiones que lo persiguen —un balón que gira sin detenerse, un poste que vibra bajo un viento invisible, una multitud que lo observa sin ojos— no buscan provocar sobresalto, sino evidenciar la fractura entre realidad y delirio. La puesta en escena se vuelve cada vez más laberíntica: pasillos idénticos, luces que cambian de tono según la respiración del protagonista, reflejos que deforman su rostro. Tipping evita la lógica de la pesadilla convencional y opta por una deriva hipnótica que, aunque irregular, mantiene la tensión entre la ambición y la pérdida de control. El aislamiento impuesto por White —la confiscación del teléfono, la prohibición de contacto exterior— traduce una alegoría sobre el modo en que la industria deportiva fabrica mitos a partir del sometimiento.

El componente político aparece filtrado por la crítica al sistema de explotación que rodea al deporte profesional. El guion plantea el fútbol como un espejo de la sociedad estadounidense, donde el culto al rendimiento disfraza las estructuras de abuso. Las secuencias que muestran los golpes en cámara lenta, acompañadas por el sonido amplificado de los huesos quebrados, no buscan escandalizar, sino subrayar la banalidad del daño. Los ejecutivos y entrenadores que orbitan alrededor de los jugadores actúan como sacerdotes de una religión sin divinidad, en la que la gloria se mide en cifras y contratos. En ese contexto, el horror adquiere un matiz burocrático: cada sacrificio se contabiliza, cada herida se transforma en material promocional. La dirección de Tipping sitúa la violencia dentro de un esquema casi administrativo, donde la sangre tiene un valor de mercado y la obediencia se celebra como virtud.

En el plano moral, 'El Mejor' examina la masculinidad como construcción social sustentada en la negación del dolor. El padre del protagonista aparece brevemente para transmitir una consigna que atraviesa toda la película: el valor se demuestra soportando. Esa frase se repite, implícita, en la relación con White, en la mirada de los aficionados y en los comentarios de los medios que siguen la carrera de Cade. Tipping observa cómo esa lógica destruye la posibilidad de empatía y convierte la ambición en una forma de autodestrucción legitimada. El enfrentamiento final entre mentor y discípulo, rodeado de luces rojas y sonidos mecánicos, sintetiza esa herencia de violencia: la figura que enseña a ganar sólo sabe perpetuar el sufrimiento que lo hizo célebre. El triunfo, en ese escenario, se reduce a sobrevivir un día más dentro del sistema.

El trabajo interpretativo de Marlon Wayans se apoya en una gestualidad contenida y en una voz que oscila entre la serenidad y la amenaza velada. Su personaje proyecta una imagen de control absoluto, incluso en los momentos en que su figura se descompone bajo el peso de la culpa. Tyriq Withers aporta una presencia física que refuerza la contradicción entre fuerza y vulnerabilidad, mientras Julia Fox, en su breve aparición como esposa del veterano jugador, introduce un tono de artificio que subraya la teatralidad del entorno. La fotografía de Kira Kelly acentúa los contrastes entre los espacios abiertos del desierto y la penumbra del interior, mientras la música electrónica de Bobby Krlic acompaña los cambios de ritmo con una textura metálica que potencia la sensación de encierro. Tipping recurre a estos elementos con un afán de control visual que recuerda a los primeros trabajos de Ari Aster, aunque con una intención menos ornamental y más funcional.

Desde una perspectiva social, la película se adentra en la idea de sacrificio como mecanismo de ascenso. La obsesión de Cade por alcanzar el título de ‘el mejor’ se convierte en metáfora de una cultura que confunde la excelencia con la renuncia. Cada paso hacia la cima implica un grado mayor de despersonalización, y la cámara de Tipping traduce esa pérdida en imágenes de descomposición física. La trama, aunque irregular en su ritmo, mantiene un hilo conductor basado en la progresiva desaparición del individuo frente a la institución. El final, marcado por una violencia casi ritual, clausura el relato sin ofrecer alivio, dejando al espectador ante un panorama donde la gloria se ha vuelto indistinguible del castigo. La crítica implícita al espectáculo deportivo se fusiona con una lectura sobre la fe ciega en los ídolos y la facilidad con que la admiración se transforma en sumisión.

'El Mejor' no se apoya en giros de guion ni en revelaciones sorpresivas. Su fuerza radica en la persistencia con que retrata la maquinaria del éxito como un territorio moralmente corrompido. La dirección de Tipping propone una mirada que se desplaza entre lo físico y lo simbólico sin buscar equilibrio, generando una atmósfera de desorientación que funciona como metáfora del propio deporte: un campo donde cada jugador se expone a ser reemplazado, donde la victoria dura menos que la recuperación de una fractura. Lo que queda tras el apagón del estadio es una reflexión sobre el precio de la grandeza y sobre la fragilidad de quienes la persiguen. En ese sentido, la película se aproxima más al cine de Jeff Nichols que al de sus productores, porque privilegia la observación sobre la espectacularidad y entiende que el terror más eficaz se encuentra en la obediencia convertida en hábito.

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