Cine y series

El gran diluvio

Kim Byeong-woo

2025



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El agua siempre ha tenido algo de juicio y redención, y en 'El gran diluvio' esa doble condición cobra forma en una historia que se mueve entre el desastre natural y la ingeniería emocional. Kim Byeong-woo arranca la película sin grandes estridencias, mostrando una ciudad que parece vivir una rutina anodina hasta que la lluvia empieza a alterar la calma y lo cotidiano se vuelve imposible. En ese clima de desconcierto, una madre llamada An-na intenta mantener a su hijo a salvo dentro de un edificio que se convierte en su único refugio y, al mismo tiempo, en su prisión. El director no se apresura a revelar el origen del desastre, y prefiere que el espectador acompañe el desconcierto de los personajes. Lo que en apariencia es una simple historia de supervivencia se transforma pronto en un análisis sobre el poder de la ciencia y la fragilidad de los vínculos personales frente a un mundo dominado por decisiones técnicas y corporativas.

El argumento avanza a medida que An-na, empapada y agotada, intenta escapar del agua que sube por las escaleras de su edificio, mientras su hijo convierte la tragedia en un juego momentáneo. Kim Byeong-woo aprovecha esta dualidad para mostrar cómo los desastres revelan la escala real de lo que significa ser madre en un entorno donde cada elección arrastra un dilema moral. Cuando el espectador descubre que An-na forma parte de un programa científico de alcance global, la película cambia de registro. El desastre deja de ser un accidente meteorológico para convertirse en una operación diseñada con precisión. La ciencia aparece como una fuerza que decide quién merece seguir adelante y quién queda fuera del plan de salvación. El relato se mueve con la tensión de una película de catástrofes, pero en el fondo plantea una reflexión sobre la subordinación del individuo ante la maquinaria del progreso. La dirección mantiene el pulso narrativo mediante planos que transmiten claustrofobia y una luz apagada que subraya la impotencia ante la magnitud del suceso.

El personaje de Hee-jo, encargado de proteger a An-na y llevarla hasta un punto de evacuación, introduce una lectura política más clara. Representa la figura del subordinado que obedece sin entender del todo las razones del poder al que sirve. En su trato con la protagonista se vislumbra una tensión constante entre el deber y la conciencia, entre la obligación impuesta y la empatía que surge en medio del desastre. Su presencia recuerda al tipo de personajes que directores como Denis Villeneuve suelen situar frente a dilemas morales en escenarios extremos. Kim Byeong-woo utiliza a Hee-jo como contrapunto de la protagonista para subrayar la distancia entre quienes ejecutan órdenes y quienes las cuestionan. En el ascenso por las escaleras, ambos personajes se enfrentan a una estructura social que parece no tener fisuras, mientras el edificio se convierte en una metáfora del sistema que los oprime. La cámara los sigue con insistencia, como si cada paso hacia arriba fuera un intento de escapar de algo más profundo que el agua que los persigue.

A partir del giro narrativo que revela la verdadera identidad de An-na, la película se adentra en un territorio más ambicioso. El ascenso físico se convierte en una escalada simbólica hacia una verdad incómoda: la humanidad ha puesto su destino en manos de quienes tratan la vida como un experimento. Kim Byeong-woo plantea la idea de que la tecnología no solo altera la naturaleza, sino también la conciencia. An-na representa a una generación atrapada entre la responsabilidad científica y el deseo de preservar un espacio afectivo propio. El director introduce secuencias que parecen situarse entre la realidad y una simulación controlada, donde las emociones se evalúan como si fueran datos. Este enfoque, influido por el cine de ciencia ficción más reflexivo, permite que el relato se convierta en una crítica hacia la deshumanización que acompaña al desarrollo tecnológico. El ritmo se ralentiza y las escenas se vuelven más observadoras, invitando al espectador a pensar en cómo el progreso puede anular la empatía bajo la apariencia de eficiencia.

El momento en que la tormenta alcanza su punto máximo deja al descubierto la transformación de An-na. Lo que comenzó como una madre en fuga se convierte en el retrato de una científica que comprende las consecuencias de sus propios actos. Kim Byeong-woo utiliza el agua como símbolo de purificación, pero también como castigo, y en esa ambigüedad radica la fuerza de la película. La ciudad anegada, filmada con una mezcla de realismo y artificio, funciona como espejo de una sociedad que ha confiado su destino a una razón instrumental. Netflix actúa como escenario ideal para una historia que encaja con los relatos globales sobre el colapso, la vigilancia y la pérdida de autonomía. El director combina la tensión del thriller con una mirada analítica sobre las instituciones que deciden qué vidas importan, y lo hace con una narración que evita el dramatismo fácil y apuesta por la observación fría y sostenida.

El cierre de la película confirma el carácter político de la propuesta. El rescate final no implica esperanza, sino el reconocimiento de que el control se ha impuesto sobre la compasión. Kim Byeong-woo plantea una historia que desnuda las jerarquías del poder y examina la fe ciega en la ciencia como herramienta de salvación. 'El gran diluvio' muestra que el verdadero peligro no proviene del agua ni de los meteoritos, sino de la obediencia al sistema que convierte la vida en un cálculo. La última imagen, con la madre y el hijo suspendidos sobre un mar interminable, resume una idea contundente: la civilización avanza sin detenerse a mirar a quienes quedan atrás, y en esa velocidad reside su condena. La película se presenta como una advertencia lúcida, un relato donde la tragedia natural se confunde con la consecuencia lógica de un modelo que ha perdido el sentido de su propia medida.

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