Un hombre desnudo que se tumba sobre un automóvil de lujo inaugura una narración que combina sátira, drama judicial y radiografía política. Con esa imagen inicial, Jan Schomburg y los directores Dustin Loose y Kaspar Munk introducen al espectador en el universo de ‘El dinero de otros’, producción que adapta para la ficción uno de los episodios más turbios de la economía europea reciente. Su origen reside en un entramado fiscal conocido como “Cum-Ex”, mecanismo que permitió durante años apropiarse de miles de millones mediante un juego de traspasos de acciones y devoluciones tributarias. La serie, estrenada en la Berlinale y disponible en Filmin, parte de esta grieta legal para elaborar una reflexión sobre poder, complicidad y silencios institucionales.
La trama sigue al abogado Sven Lebert, interpretado por Nils Strunk, y a su mentor Bernd Hausner, encarnado por Justus von Dohnányi. Ambos diseñan una estrategia que convierte la trampa fiscal en un negocio internacional. Desde despachos de Fráncfort hasta bancos suizos, el espectador asiste a la expansión de una práctica que acaba drenando cientos de miles de millones de las arcas públicas. En paralelo, funcionarios daneses como Inger Brøgger y Niels Jensen, junto con la fiscal alemana Lena Birkwald, intentan frenar la sangría económica enfrentándose a la pasividad de políticos y a la presión de entidades financieras con recursos ilimitados.
Uno de los aciertos de la propuesta reside en la construcción coral. Los episodios alternan entre despachos lujosos, oficinas grises de la administración y redacciones periodísticas. Esa diversidad de espacios acentúa la dimensión transnacional del fraude, subrayando que la corrupción no se limita a unos pocos individuos aislados, sino que se alimenta de redes en las que participan banqueros, consultores y representantes del Estado. La estructura dramática evita un tono celebratorio hacia los defraudadores: las operaciones financieras se muestran con un aire clínico, casi quirúrgico, sin glorificar la ostentación ni el cinismo de los personajes.
La estética se inclina por una fotografía fría, con predominio de tonos azulados y metálicos, que refuerza el clima de distanciamiento. Esa elección plástica dota de coherencia a un relato que rehúye el brillo excesivo para destacar, en cambio, la aridez de un sistema regido por balances y dividendos. La edición introduce ráfagas de texto en pantalla con toques irónicos que, más que aliviar, subrayan la absurdidad de un mecanismo fiscal convertido en espectáculo televisivo. El montaje combina ritmo ágil con explicaciones didácticas que permiten seguir la trama incluso a quienes desconocen las complejidades financieras.
En el apartado interpretativo, Justus von Dohnányi aporta cinismo calculado a Hausner, figura paternal y manipuladora que encarna el pragmatismo de las élites jurídicas. Strunk, por su parte, compone a un Lebert ambicioso y vulnerable, atrapado entre la lealtad a su mentor y sus propias aspiraciones. Karen-Lise Mynster y David Dencik, desde la administración danesa, transmiten tenacidad en un entorno institucional precario, con recursos limitados y una presión política que amenaza con asfixiar cualquier intento de fiscalización. Lisa Wagner, como la fiscal Birkwald, dota a la serie de un contrapeso moral al desplegar una obstinación que la sitúa en el centro del relato.
La serie alterna con eficacia escenas de tono casi cómico con pasajes de tensión judicial. En sus primeros compases, algunas secuencias tienden a la caricatura, reforzando la ridiculez de unos protagonistas que disfrutan con la impunidad de su juego. Con el avance de la narración, ese tono se atenúa en favor de un enfoque más seco y procesal, donde lo central es el enfrentamiento entre instituciones estatales y un sistema financiero blindado por su complejidad. Este viraje de comedia a drama subraya cómo una farsa burocrática puede desembocar en consecuencias devastadoras para millones de ciudadanos.
El trasfondo político constituye una capa decisiva. ‘El dinero de otros’ muestra cómo determinados dirigentes prefieren salvaguardar las relaciones con bancos influyentes antes que enfrentarse a ellos. Las reuniones en despachos oficiales revelan una lógica de pactos tácitos que protege a las entidades financieras incluso frente a evidencias de fraude masivo. La ficción ilustra de qué forma los equilibrios de poder permiten que figuras públicas salgan indemnes, mientras los efectos recaen sobre contribuyentes que raramente comprenden la magnitud del saqueo.
Más allá de su dimensión institucional, la obra apunta a dinámicas sociales y familiares. La relación de Lebert con su padre evidencia la tensión entre aspiraciones de clase y origen modesto, mientras que Jensen atraviesa dilemas personales que lo empujan hacia decisiones reprobables. Estos elementos aportan capas adicionales al relato, aunque nunca desplazan el eje central: la denuncia de un engranaje económico que se alimenta del vacío legal y de la complacencia política.
En comparación con otras producciones que han abordado escándalos financieros mediante sátira o desmesura visual, la serie adopta una estrategia más contenida. Schomburg y su equipo renuncian a la exaltación de excesos para optar por un relato que se sostiene en la explicación de mecanismos y en la exposición de sus consecuencias. Esta sobriedad otorga un carácter didáctico, acercando al público un asunto que durante años se percibió como incomprensible o demasiado técnico.
La coproducción entre Alemania, Dinamarca y Austria refuerza la dimensión europea de un fraude que rebasó fronteras nacionales. La serie recuerda que los 146.000 millones defraudados equivalen a una suma distribuida entre todos los ciudadanos del continente. Ese recordatorio conecta con la indignación social que subyace en cada episodio: la sensación de que la arquitectura financiera permite a ciertos grupos enriquecerse mientras instituciones estatales se muestran incapaces de frenar el saqueo.
El dispositivo narrativo combina distintos géneros, desde la sátira política hasta el thriller judicial, pasando por momentos de drama familiar. Esa mezcla puede producir cierta irregularidad en el tono, pero contribuye a que la serie mantenga un pulso constante a lo largo de sus ocho capítulos. Algunas tramas secundarias resultan más funcionales que memorables, aunque aportan dinamismo y refuerzan la amplitud coral.
Con todo, ‘El dinero de otros’ se presenta como una ficción que pretende esclarecer, más que impresionar. La serie logra que el espectador perciba las dimensiones del escándalo sin extraviarse en tecnicismos, y ofrece una mirada crítica sobre la manera en que intereses privados y poder político se entrelazan para blindar privilegios. Filmin incorpora así un título que, sin necesidad de alardes, examina uno de los episodios más oscuros de la reciente historia económica europea.