El puerto de Veracruz se despliega en ‘El dentista’ como una herida abierta que respira entre el calor, el olor del mar y el murmullo de un tiempo en el que la ciencia empieza a medirse con el misterio. En ese escenario de tensiones sociales y avances técnicos inciertos, Julio Rojas sitúa una historia donde el conocimiento se cruza con el poder y la violencia adopta rostro de método. Hari Sama e Israel Adrián Caetano conducen la narración sin artificios, con una serenidad que permite al espectador observar cómo el progreso se mezcla con el miedo. El siglo XIX aparece retratado como un territorio donde el raciocinio intenta abrirse paso entre supersticiones, jerarquías coloniales y cuerpos silenciados. Desde el primer capítulo, la serie establece un clima que se aferra a la carne, al detalle material, a la textura de los instrumentos y los tejidos, para construir una mirada que combina el rigor con la sombra.
Nolasco Black, interpretado por Demián Bichir, encarna esa frontera entre la razón y la herida. Su trabajo como odontólogo forense lo sitúa en un oficio nuevo, casi incomprendido, donde el cuerpo se convierte en testimonio. Cuando la policía lo recluta para esclarecer una cadena de asesinatos brutales, se desencadena una investigación que desvela más que los crímenes: muestra una sociedad que tolera la violencia mientras presume de orden. La aparente calma de Nolasco se resquebraja con la misma precisión con la que examina las dentaduras de las víctimas. La ciencia lo impulsa a avanzar, pero cada paso lo arrastra hacia un pasado que sigue latiendo dentro de él. Su manera de mirar los cuerpos se convierte en un modo de leer la historia: en cada mandíbula reconoce una estructura social que ha construido su poder sobre el sufrimiento ajeno. Bichir interpreta esa contradicción sin estridencias, con una serenidad que esconde una batalla moral.
Sofía, interpretada por Camila Sodi, rompe cualquier previsión. Su presencia irrumpe como una corriente de aire en un mundo asfixiante. Química de vocación y espíritu combativo, desafía las normas de su tiempo con una seguridad que incomoda a quienes la rodean. Su vínculo con Nolasco va mucho más allá de la atracción: es una alianza intelectual y política que reconfigura el sentido del relato. Ella no actúa como acompañante, sino como interlocutora capaz de discutir cada deducción, de cuestionar el papel de la ciencia y su relación con el poder masculino. Sofía introduce la mirada del siglo XX dentro del XIX, una manera de pensar la justicia desde la colaboración y no desde la autoridad. Su relación con el dentista representa la posibilidad de una ética nueva que combina deseo, razón y resistencia. La serie acierta al mostrar esa relación sin convertirla en un simple contrapunto romántico, sino como una confrontación de visiones que da sentido a la trama.
La dirección de Sama y Caetano se sostiene en la paciencia del encuadre y en una luz que parece filtrarse por las rendijas del tiempo. Las casas coloniales, los patios y los pasillos se muestran como espacios de encierro donde los cuerpos se mueven con la cautela de quien teme ser observado. Veracruz se convierte en un personaje más, un puerto que mira al exterior mientras se pudre en su interior. Cada plano parece diseñado para transmitir el peso de una atmósfera que no da tregua, donde la humedad, el metal y los sonidos del mar construyen una textura física que impregna la historia. No hay complacencia visual ni efectismo, solo una sobriedad que permite que la violencia se inscriba en cada superficie. La elección de filmar con ritmo pausado refuerza la sensación de fatalidad, como si el destino de los personajes estuviera escrito en los huesos antes de que el relato comenzara.
El guion articula una investigación criminal que se expande hacia un retrato político del poder. Jack el Destripador deja de ser una figura mítica y se transforma en símbolo de una violencia más amplia, sostenida por instituciones que protegen al agresor y castigan a la víctima. La serie desplaza el foco de Londres a América Latina para mostrar que la crueldad atraviesa fronteras y adopta nuevos rostros bajo las mismas estructuras. Rojas convierte la ciencia forense en metáfora del pensamiento moderno: un intento de ordenar el caos a través de la observación, aunque ese mismo intento revele los límites de la razón. La lectura de los cuerpos funciona como una arqueología moral donde la piel, las marcas y las dentaduras sirven para contar lo que los discursos oficiales ocultan. En ese sentido, ‘El dentista’ plantea una reflexión sobre la historia de la violencia y su perpetuación en los sistemas que dicen combatirla.
El reparto secundario amplía la escala del relato. Alberto Ammann interpreta a un Jack esquivo, más sombra que individuo, cuya presencia se siente antes de ser vista. Su interpretación evita la caricatura y refuerza la idea de que el mal no siempre tiene rostro. Dagoberto Gama y Lisa Owen representan las estructuras policiales y burocráticas que convierten la investigación en un laberinto. Sus personajes encarnan el cinismo del poder que utiliza la ley como coartada. Ese entramado institucional, retratado con detalle, dota de profundidad a una historia que va más allá del caso criminal y se adentra en la descripción de un sistema que naturaliza la violencia. Cada diálogo, cada decisión dentro de las oficinas o los despachos, muestra cómo la impunidad se fabrica entre informes, sellos y silencios.
La música se integra sin imponerse. Los sonidos metálicos de las herramientas, los pasos sobre el suelo húmedo y los murmullos de la ciudad construyen una atmósfera que acompaña la tensión narrativa. No se trata de subrayar el horror, sino de dejar que el ambiente lo respire. Ese tratamiento sonoro convierte a Veracruz en un organismo vivo que reacciona a cada crimen. La serie utiliza el silencio con inteligencia, permitiendo que el espectador sienta la presencia de algo que permanece oculto pero constante. En lugar de explotar el miedo, lo instala, como si fuera una humedad que se filtra lentamente en los muros de la historia.
‘El dentista’ no se limita a narrar una persecución. Propone una lectura sobre el origen del saber moderno y sus implicaciones morales. Cada avance científico aparece acompañado de un dilema ético, y cada intento de justicia revela una estructura desigual. Rojas no utiliza la figura del asesino como simple recurso de suspense, sino como detonante de una exploración sobre el control del cuerpo, la sexualidad y la violencia de género. El traslado del mito europeo a un contexto latinoamericano permite pensar cómo la modernidad llega contaminada por el colonialismo, y cómo la ciencia se convierte tanto en promesa como en amenaza. En ese equilibrio entre deseo de saber y ejercicio de poder se articula la propuesta más interesante de la serie.
La narración evita el moralismo y prefiere mostrar las consecuencias de las acciones antes que dictar juicios. Cada personaje se define por la forma en que asume su papel dentro de un mundo que empieza a cambiar. Nolasco busca en la ciencia una redención que nunca llega, Sofía defiende la inteligencia como arma de supervivencia, y los secundarios orbitan entre el deber y la conveniencia. Todos se mueven dentro de un sistema que utiliza la moral como disfraz. La serie invita a observar cómo los avances científicos pueden convivir con las formas más primitivas de dominación y cómo el conocimiento, en lugar de liberar, puede servir para perpetuar la desigualdad. Esa idea, desarrollada con serenidad, atraviesa la obra y la convierte en un espejo de nuestro tiempo.
La puesta en escena, la dirección y las interpretaciones confluyen en un proyecto que retrata con claridad la tensión entre modernidad y barbarie. La serie consigue que la investigación policial funcione como motor narrativo y como instrumento de análisis social. Veracruz se revela como un microcosmos de poder, deseo y represión. A través del trabajo minucioso con la luz, el sonido y el ritmo, los directores convierten cada rincón en metáfora del encierro. ‘El dentista’ en Movistar Plus+ se inscribe en esa tradición del thriller histórico que no se conforma con entretener, sino que busca entender de qué está hecho el orden. En cada plano se percibe una voluntad de diseccionar la violencia y de preguntarse por los mecanismos que la sostienen. El resultado es una serie que utiliza el pasado para hablar del presente, sin discursos complacientes ni gestos enfáticos, solo con la lucidez de quien observa la historia desde sus heridas.
