Cine y series

Doce citas antes de Navidad

Emer Conroy, Megan K. Fox

2025



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Las calles iluminadas de Londres sirven de escenario para una historia que aparenta ser ligera y acaba convirtiéndose en una disección de las costumbres sentimentales de nuestro tiempo. 'Doce citas antes de Navidad', protagonizada por Mae Whitman, se mueve entre la comedia romántica y la crónica emocional de una mujer que intenta entender qué lugar ocupa el amor en su vida. La serie, producida por Movistar+, se construye desde una dirección serena que evita tanto el dramatismo como el exceso de azúcar. Kate, diseñadora textil, carga con el cuidado de un padre envejecido y con la herencia de una madre ausente. El relato se abre paso entre la rutina y la obligación, mostrando cómo la presión de los demás la empuja a inscribirse en un servicio de citas navideñas. Ese punto de partida, que podría parecer trivial, se convierte en un retrato preciso de la soledad disfrazada de independencia y del deseo de sentirse vista en una sociedad que confunde afecto con actividad.

Cada capítulo funciona como una pieza de un rompecabezas sentimental donde las citas se transforman en pruebas de autoconocimiento. El guion combina humor cotidiano con una mirada crítica hacia las normas sociales que regulan el deseo. Kate encadena encuentros que van desde la torpeza inicial hasta el desencanto previsible, y en ese recorrido se revela su principal conflicto: distinguir entre lo que desea de verdad y lo que cree que debe desear. La serie utiliza el entorno festivo como espejo de las apariencias, y bajo el brillo de los adornos navideños aflora una idea más incómoda: la obligación de ser feliz como mandato colectivo. Los personajes secundarios Laura, Callum, su padre Mac y la madre Delilah aportan distintas perspectivas sobre la madurez emocional. A través de ellos se muestra una red de vínculos donde el cariño convive con la frustración y donde cada gesto de apoyo encierra una expectativa difícil de satisfacer. La dirección refuerza ese tono contenido mediante una puesta en escena que privilegia los silencios, las miradas sostenidas y las conversaciones que se quedan a medio decir.

La narración se articula con un ritmo tranquilo que permite observar la evolución de Kate sin artificios. Las doce citas sirven como excusa para explorar temas de fondo: la presión social sobre la soltería femenina, la pérdida de referentes familiares y la idealización del amor como vía de escape. Cada encuentro representa una faceta de ese aprendizaje, desde el entusiasmo de la primera cita hasta la incomodidad del desengaño. Lo interesante es cómo el relato evita el sentimentalismo fácil y apuesta por una mirada más terrenal. El humor aparece sin estridencias, y el tono general recuerda a las comedias británicas donde la ironía y la emoción conviven con naturalidad. La dirección consigue que los escenarios —cafeterías, parques nevados, casas decoradas— no sean simple decoración, sino parte del discurso: la ciudad se convierte en un mapa emocional que refleja el desconcierto de la protagonista. En lugar de un cuento navideño convencional, la serie propone una reflexión sobre el afecto como ejercicio de responsabilidad y sobre el peso de los vínculos que heredamos sin elegir.

El relato moral que atraviesa 'Doce citas antes de Navidad' se apoya en dos ejes: la mentira y la autenticidad. Richard, uno de los pretendientes, representa el espejismo de la perfección, un tipo de encanto que se derrumba al mínimo roce con la realidad. Callum, en cambio, encarna la constancia silenciosa, la amistad que lleva años esperando ser reconocida. La serie no convierte esta dualidad en un simple triángulo romántico, sino en una exploración de cómo se construye la confianza. Kate, atrapada entre ambos polos, aprende que la atracción no basta si no hay complicidad. Ese proceso está narrado con naturalidad, sin discursos ni grandes declaraciones. La protagonista avanza a trompicones, equivocándose, corrigiendo, retrocediendo, como quien intenta reparar una costura sin deshacer del todo la tela. Esa metáfora textil, tan acorde con su oficio, atraviesa toda la historia: la idea de remendar lo roto sin eliminar las marcas del desgaste. La fotografía y el montaje acompañan esa transformación con tonos cálidos que contrastan con la frialdad exterior, creando una sensación de refugio dentro del caos festivo.

En el terreno social, la serie pone en evidencia cómo la industria del amor digital convierte la intimidad en mercancía. El servicio de citas al que se somete Kate funciona como reflejo de una sociedad que mide la valía afectiva en número de experiencias. Lo que empieza como un juego acaba mostrando la precariedad emocional de quienes buscan validación en un algoritmo. Frente a esa lógica, los personajes mayores introducen una visión distinta, donde el compromiso no depende del impulso, sino de la constancia. Mac y Evelyn, por ejemplo, representan un amor pausado, basado en la compañía más que en la conquista. Ese contraste entre generaciones ilustra cómo el amor cambia de forma pero no de necesidad. La serie sugiere que el problema no está en la falta de oportunidades, sino en la dificultad de distinguir entre conexión y distracción. Esa lectura, sin ser explícita, recorre toda la narración y la dota de un peso más reflexivo del que aparenta a primera vista.

La dirección, lejos de apostar por el artificio, opta por una naturalidad que roza la discreción. Cada gesto está medido, cada diálogo parece surgir sin cálculo, y eso permite que los personajes respiren. La elección de Mae Whitman resulta acertada porque aporta una mezcla de ironía y ternura que evita los extremos. Su interpretación convierte a Kate en alguien reconocible, alguien que podría ser cualquiera que ha aprendido a protegerse del fracaso con humor. La relación con su padre añade una dimensión ética al relato: el amor filial como espejo de las carencias afectivas. En las conversaciones entre ambos se percibe la fragilidad del tiempo y la dificultad de aceptar que el cuidado también puede ser una forma de dependencia. Delilah, la madre ausente que intenta reparar el vínculo, aporta la perspectiva de quien observa desde la distancia lo que ya no puede controlar. Gracias a esa red de relaciones cruzadas, la historia adquiere profundidad emocional sin recurrir a la tragedia.

En su tramo final, 'Doce citas antes de Navidad' se orienta hacia una reconciliación que no pretende ser redentora, sino verosímil. Kate comprende que la plenitud no se alcanza a través de un amor ideal, sino mediante la aceptación de las imperfecciones propias y ajenas. La escena en que se reencuentra con Callum resume ese aprendizaje sin grandes gestos: una conversación sencilla, una mirada, una pausa. La dirección elige la contención como cierre, y ese tono encaja con la coherencia del conjunto. La nieve, omnipresente, actúa como metáfora de limpieza y comienzo, pero también de fragilidad. La serie concluye con la sensación de que los personajes han encontrado una forma de estar en el mundo más serena, sin que eso implique felicidad absoluta. Ese equilibrio entre humor, melancolía y observación convierte a 'Doce citas antes de Navidad' en una obra que, bajo su apariencia ligera, retrata con claridad el modo en que los vínculos se transforman en tiempos de soledad acelerada.

'Doce citas antes de Navidad' utiliza la comedia romántica como disfraz para explorar la madurez emocional, el miedo al rechazo y la búsqueda de afecto en una sociedad que valora más el espectáculo que la intimidad. Su fuerza reside en el detalle, en la forma en que cada escena contiene un pequeño descubrimiento. Sin recurrir a discursos grandilocuentes, la serie consigue transmitir que amar implica aceptar la incertidumbre sin rendirse a la costumbre. En su aparente sencillez se esconde una mirada lúcida sobre el deseo contemporáneo y sobre la necesidad de construir relaciones menos precarias, más conscientes del otro. Movistar+ acierta al incorporar a su catálogo una historia que no pretende adoctrinar ni conmover, sino observar con precisión los vínculos que todavía sostienen nuestra vida afectiva.

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