Cine y series

Dhadak 2

Shazia Iqbal

2025



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En la última década, la cinematografía india ha transitado un terreno complejo entre la producción masiva y la irrupción de voces que reclaman visibilidad para realidades silenciadas. Dentro de ese panorama aparece ‘Dhadak 2’, dirigida por Shazia Iqbal, cineasta que da su salto al largometraje después de cortos aplaudidos en circuitos independientes. Con este trabajo, estrenado en Netflix bajo el sello de Dharma Productions, se abre un nuevo capítulo en el debate sobre el lugar que ocupan las jerarquías sociales en el relato romántico de Bollywood. La cinta se nutre de referentes como ‘Pariyerum Perumal’ de Mari Selvaraj y dialoga inevitablemente con la sombra de ‘Sairat’, pero lo hace trasladando el conflicto hacia un escenario urbano de la India central.

El relato arranca en un entorno universitario. Allí se conocen Neelesh, interpretado por Siddhant Chaturvedi, y Vidhi, encarnada por Triptii Dimri. El vínculo se forja entre clases y castas distintas, y esa diferencia deja de ser un detalle secundario para instalarse en el corazón de la trama. La directora introduce a sus personajes en espacios cotidianos —aulas, celebraciones familiares, calles de barrio— que pronto revelan la magnitud de las distancias sociales. En cada gesto de cortesía o en cada roce con figuras de autoridad, se insinúa la tensión latente. El guion, escrito junto a Rahul Badwelkar, utiliza esa cotidianeidad como caldo de cultivo de un enfrentamiento mayor.

Neelesh es presentado como un estudiante que carga con las marcas de un origen marginado. Sus inseguridades al hablar inglés en clase o la desconfianza de sus compañeros no son simples detalles anecdóticos: configuran el retrato de alguien que intenta afirmarse en un mundo diseñado para excluirlo. Chaturvedi ofrece un trabajo físico convincente, transmitiendo contención y rabia contenida, incluso en escenas en las que el maquillaje resulta innecesariamente marcado. Frente a él, Vidhi se construye como una joven que combina privilegios con voluntad de rebeldía. Sin embargo, esa rebeldía parece en ocasiones aprendida de lecturas y consignas más que de un contacto real con la dureza que atraviesa la vida de su pareja. Dimri imprime frescura al personaje, aunque su registro tiende a repetirse.

Uno de los aciertos de la película radica en la reconfiguración de personajes secundarios. El director del centro académico aparece aquí como un musulmán interpretado por Zakir Hussain, lo que otorga matices a su capacidad de empatía. La madre de Neelesh, en manos de Anubha Fatehpura, concentra la fuerza de generaciones que han resistido discriminaciones históricas. Al mismo tiempo, el guion introduce a un líder estudiantil que recuerda figuras recientes de la política universitaria india. Esta inclusión permite que el discurso sobre la educación y la representación pública cobre protagonismo y trascienda lo puramente romántico.

El trabajo de Iqbal se percibe especialmente en la elección de contrastes visuales. Las fiestas familiares, filmadas con la estética reconocible de Dharma Productions, aparecen atravesadas por el choque de realidades. Las escenas de barrio, donde Neelesh muestra a Vidhi el entorno en el que creció, exponen de forma casi documental las condiciones de quienes limpian calles o realizan labores invisibles. Sin embargo, en varias ocasiones la cámara prefiere centrarse en la pareja y deja esas presencias como fondos difusos. Esa decisión estilística puede interpretarse como concesión comercial, aunque también como un recurso para subrayar que los protagonistas aún no alcanzan a ver del todo lo que ocurre alrededor.

La violencia que acecha a la pareja se materializa en distintos frentes. Por un lado, la familia de Vidhi encarna la resistencia de una clase dirigente que se aferra a tradiciones jerárquicas. Su padre, interpretado por Harish Khanna, transmite debilidad y ambigüedad: incapaz de respaldar a su hija, encarna a quienes prefieren mantener privilegios antes que enfrentarse a su propio entorno. Por otro lado, un personaje sombrío interpretado por Saurabh Sachdeva opera como vigilante que persigue a quienes se atreven a cruzar fronteras sociales. Su figura recuerda a arquetipos de justicieros enajenados, y aporta tensión a un relato que oscila entre el romance y el thriller.

El contexto político nunca se menciona de manera explícita, aunque impregna cada escena. La inclusión de referencias simbólicas a Ambedkar, ya sea en imágenes o en colores, sugiere una voluntad de conectar la trama personal con una historia colectiva. La presencia de líderes estudiantiles y discursos sobre becas y cuotas académicas abre el relato hacia un debate más amplio sobre igualdad y oportunidades. Sin embargo, esas escenas en ocasiones adquieren un tono explicativo que frena el ritmo narrativo.

En el terreno musical, la obra recurre a canciones que acompañan la historia de amor sin alcanzar la intensidad de sus referentes tamiles. La partitura funciona como soporte más que como motor narrativo, y esa discreción limita la capacidad de la película para construir momentos memorables. La dirección artística, en cambio, logra equilibrar escenarios glamurizados con espacios cotidianos cargados de veracidad.

La relación entre Neelesh y Vidhi atraviesa altibajos marcados por malentendidos, enfrentamientos familiares y presiones externas. La directora les concede escenas de intimidad donde se sueltan las defensas, aunque la química entre ambos se percibe irregular. Dimri se siente más convincente cuando su personaje adopta un rol desafiante, mientras que Chaturvedi brilla en pasajes donde el silencio pesa más que las palabras. El desenlace evita resoluciones complacientes, dejando al espectador ante una historia de amor marcada por heridas sociales que se extienden mucho más allá de la pareja.

‘Dhadak 2’ se sitúa en un punto intermedio entre homenaje, adaptación y comentario político. La película cumple con la exigencia de visibilizar la persistencia de la discriminación de castas en un formato de gran audiencia, aunque a costa de simplificar parte del trasfondo. Se percibe como un paso adelante respecto a la primera entrega de la franquicia, pero al mismo tiempo revela las limitaciones de un proyecto sometido a las condiciones de la industria y la censura oficial. Shazia Iqbal logra equilibrar relato íntimo y discurso social con eficacia relativa, dejando abierta la discusión sobre el lugar que Bollywood concede a los conflictos históricos que aún marcan a la India contemporánea.

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