Cine y series

Un completo desconocido

James Mangold

2024



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En las grandes transiciones de la historia de la música, hay un instante de fricción, un momento en que la inercia del pasado se resiste al ímpetu de lo nuevo. A veces, esa resistencia se expresa con gritos y abucheos. A veces, con un solo grito cargado de reproche. ‘Judas’. La electrificación de Bob Dylan en 1965 no fue solo una cuestión de sonido, sino de identidad, de traición percibida, de la brecha insalvable entre lo que un artista desea ser y lo que su público le exige.

James Mangold recoge ese instante en ‘Un completo desconocido’, un biopic que recorre los años formativos de Dylan desde su llegada a Nueva York en 1961 hasta el momento en que, enchufando su guitarra en Newport, fragmentó la escena folk. La película transita por un territorio seguro, con una reconstrucción meticulosa de la época y un cuidado esmerado por la gestualidad de su protagonista, pero sin atreverse a perforar la superficie de su misterio.

Timothée Chalamet asume el reto de encarnar a Dylan con entrega y precisión. Su interpretación se mueve en el registro del gesto y la cadencia, capturando la ironía impenetrable del músico y su voz quebrada entre lo nasal y lo enigmático. Su interpretación vocal, realizada en directo, ofrece una autenticidad encomiable, evitando la trampa de la imitación mecánica. Sin embargo, la película no logra construir un retrato más allá de la imitación detallista: Dylan emerge como una figura atrapada en su propio mito, sin que el filme consiga expandir sus contornos.

El guion de Mangold y Jay Cocks sigue un esquema convencional que prioriza los hitos biográficos sobre la exploración psicológica. La relación con Woody Guthrie (Scoot McNairy), mentor silencioso, y Pete Seeger (Edward Norton), la figura paterna decepcionada, se dibuja con precisión, pero sin aristas que incomoden. Lo mismo ocurre con el vínculo con Sylvie Russo (Elle Fanning), el eco cinematográfico de Suze Rotolo, cuya presencia se reduce a la melancolía de quien asiste al ascenso de un astro ya inalcanzable. Joan Baez (Monica Barbaro), en cambio, ofrece una réplica más matizada: su relación con Dylan es tanto una simbiosis artística como un terreno de tensión soterrada.

Mangold, cineasta sólido pero a menudo contenido en su puesta en escena, maneja con solvencia los momentos clave, pero sin arriesgarse a una mirada más incisiva. La recreación del Newport Folk Festival de 1965 es el punto álgido de la película, filmado con un ritmo que equilibra la expectación y la confrontación, aunque sin alcanzar el filo que este episodio histórico podría haber sostenido.

La película se beneficia de un diseño de producción detallado y una fotografía de Phedon Papamichael que reconstruye con precisión la textura visual de los años sesenta, pero que en ocasiones peca de una estilización excesivamente controlada. La atmósfera de Nueva York en los primeros años de la década se percibe con la autenticidad necesaria, pero sin la sensación de inmersión caótica que caracterizó aquel periodo.

‘Un completo desconocido’ no fracasa en su cometido, pero tampoco trasciende los límites de su género. Es un retrato correcto, aplicado, pero sin el magnetismo que su sujeto exigiría. Dylan, un artista que se construyó a sí mismo a base de huidas y reinvenciones, permanece en la película como un enigma que nunca termina de desplegarse. Quizá porque su esencia es, en última instancia, irreductible.

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